Un año después de una crisis de hambruna: Vidas salvadas y lecciones aprendidas
Un año después de una crisis de hambruna: Vidas salvadas y lecciones aprendidas
DOLLO ADO, Etiopía, 5 de Julio (ACNUR) – Un año después del comienzo de la hambruna en Somalia, Aden Yusuf Kabey puede sonreir por el dolor que ha superado. Ha recuperado el peso que perdió durante el pasado año. Puede caminar, comer y dormir.
"He vuelto a nacer" dice este joven de 22 años. "Ahora quiero tener un futuro y aprovechar al máximo mi vida. Incluso soy más guapo".
Hace un año, Kabey yacía en el refugio de su padre envuelto tan sólo por una fina tela azul. El viento soplaba incesante alrededor de la choza, que estaba construida sólo con unos palos y telas. Kabey había llegado a Etiopía desde Baidoa, en Somalia, hambriento y desesperado. Casi inmediatamente después de llegar en julio del año pasado, contrajo el sarampión y no pudo volver a comer o dormir.
Cuando se quedó tan débil que apenas podía moverse, su padre encontró a un hombre que tenía un carro tirado por un burro y le llevó al centro de estabilización. Después de cinco días pudo empezar a caminar de nuevo. Pasado un mes había salido de las puertas de la muerte.
La historia de Kabey y la de otros refugiados que sobrevivieron a la hambruna en Somalia no es sólo la historia de un individuo. Es también un caso de estudio sobre cómo ACNUR y sus contrapartes respondieron a esta crisis de vida o muerte.
En julio del año pasado la tasa de mortalidad de niños menores de cinco años en el campo de Kobe superaba con creces la cifra de 16 por cada 10.000, triplicando un nivel que podría considerarse catastrófico. Un año después de la crisis, las tasas de mortalidad han descendido a niveles muy por debajo del umbral de emergencia.
"El año pasado había sarampión y hambre, tormentas que se llevaban las casas por delante. Había escasez de tiendas y sólo encontrábamos problemas" dice Mire Ahmed Adu Rahman, un líder refugiado comunitario de 44 años. "Pero ahora la amenaza de la muerte ha pasado, gracias a Dios. Este año hay vida".
Pasar de tiempos de muerte a momentos de vida no fue fácil. Fue necesario introducir una serie de cambios en el campo de refugiados para salvar vidas. Cambios relacionados con lo cultural casi tanto como con lo logístico y lo nutricional.
Las instalaciones médicas en Kobe fueron mejoradas de inmediato. Se creó un sistema de ambulancias con carros tirados por burros para trasladar al hospital a aquellos que no podían caminar. Los centros de estabilización, habitualmente utilizados para tratar casos de malnutrición severa en niños menores de cinco años, se ampliaron para acoger a todos los que estaban sufriendo.
Después de ser estabilizados, aquellos que estaban afectados por la desnutrición aguda recibieron dosis de plumpy-nut, un alimento terapéutico diseñado y formulado para tratar la desnutrición severa.
Los programas de inmunización contra el sarampión, que en la mayoría de las emergencias se centran en los niños, se ampliaron para incluir a los adultos de hasta 30 años.
En septiembre ya estaba en marcha una clara estrategia para salvar vidas, rehabilitar a los malnutridos y educar a los demás refugiados del campo sobre la importancia de la nutrición.
Los centros de alimentación complementaria y el personal al que se había formado para hacer trabajo de campo llegaron entonces a todos los rincones del campo. Pero incluso la formación de estos trabajadores planteó muchos retos porque la gran mayoría de los refugiados del campo no estaba familiarizado con los métodos básicos de la medicina occidental y nunca habían visto un médico o un hospital. Algunos no sabían incluso qué era un médico.
"La formación se centró en cambiar las mentalidades" dijo Dorothy Gazarwa, una oficial de nutrición de ACNUR que trabaja en Dollo Ado desde el pasado septiembre. "Era importante para nosotros ofrecer constantemente sesiones formativas para refrescar ideas y repetir los mensajes sobre la nutrición una y otra vez".
En octubre la tasa de mortalidad entre los niños en el campo de Kobe había descendido drásticamente. Pero las tasas de desnutrición seguían siendo peligrosamente altas. La vida de muchos niños se rescataba gracias a las intervenciones médicas, pero llevaría todavía un tiempo que todo el mundo se recuperara de la malnutrición.
ACNUR y sus agencias socias empezaron a darse cuenta de que se enfrentaban a otro dilema: aunque la alimentación terapéutica y las raciones generales de alimentos estaban disponibles, estos productos eran nuevos para una población que no entendía su valor a la hora de salvar vidas.
"La gente que durante toda su vida había bebido leche de camella tuvo que aprender que el plumpy-nut era más eficaz" dijo Gazarwa. "Nuestro objetivo era cultural y también nutricional".
En febrero, el Programa Mundial de Alimentos, junto con ACNUR, amplió su programa de alimentación para niños incluyendo también cereales de alto nivel nutritivo. UNICEF amplió su programa de alimentación de madres y niños en el campo, enseñando a las madres la alimentación adecuada para cada edad.
Para finales de septiembre la amenaza del sarampión se había alejado. Los residentes del campo estaban más sanos y podían empezar a mirar más allá de sus necesidades diarias. Así se empezó a crear un sentimiento de comunidad en el campo tras la crisis.
Aunque la crisis en el campo de Kobe está menguando, otros campos de la zona siguen sufriéndola. En el campo de Bur Amino, el 32% de los niños siguen estando por debajo de su peso recomendado. Al mismo tiempo, cientos de refugiados siguen cruzando la frontera hacia Etiopía a diario. Se prevé que el campo de Bur Amino alcance su capacidad máxima para finales de julio.
Por Greg Beals en Dollo Ado, Etiopía