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Un día fueron refugiados, ahora son una mano amiga

Historias

Un día fueron refugiados, ahora son una mano amiga

Un jefe de policía, un granjero y una maestra que huyeron de la guerra en los Balcanes son algunos de los que están ayudando a los refugiados e inmigrantes que llegan a Croacia.
30 November 2015
Zoran Grgic con refugiados cerca de la aldea croata de Opatovac.

Cae la noche en Opatovac, el primer pueblo croata tras cruzar la frontera entre Croacia y Serbia. Los ojos de los trabajadores humanitarios, voluntarios y agentes de policía muestran cansancio. Muchos de ellos trabajan durante largas horas, a veces 16 horas sin parar, para ayudar a los miles de refugiados y migrantes que buscan protección desesperadamente.


Los compañeros del turno de noche pronto llegarán y los reemplazarán para que puedan descansar un poco. Pero la empatía y la solidaridad son más fuertes que el agotamiento.

Algunos de ellos fueron también refugiados hace 24 años, cuando la guerra asoló los Balcanes. En Croacia todavía recuerdan la ayuda que recibieron del ACNUR cuando ellos mismos huyeron en busca de protección.

Estas son las historias de cuatro de ellos – un jefe de policía, la directora local de la Cruz Roja, un granjero y una profesora de alemán. Todos ellos saben perfectamente lo que significa su ayuda para los refugiados de hoy.

Zoran Markovic, jefe de policía

El jefe de policía, Zoran Markovic, de 45 años, ha estado en la frontera con su equipo desde el primer día de la crisis de refugiados, haciendo turnos de 16 horas, los siete días de la semana. Era un muchacho joven cuando comenzó la guerra en Croacia.

"Hace veinte y cuatro años, mi pueblo fue ocupado y mis padres tuvieron que huir en cuestión de horas", me dice cuando nos encontramos en el centro de tránsito de Opatovac. "Cuando te pasa algo así, nunca lo puedes olvidar. Se te queda grabado en lo más profundo de la memoria. La gente hacía las mismas colas que hacen aquí. El mundo observaba igual que lo hace ahora".

Zoran y su equipo trabajan sin descanso para asegurar que los refugiados lleguen de forma segura al centro de recepción en autobuses proporcionados por las autoridades croatas.

"Siento que estoy aquí para ayudar a estas personas que hoy huyen", continúa. "Todos tienen el mismo problema, no importa si vienen de Siria, Irak o Afganistán. Hoy en día, los serbios y los croatas viven juntos de nuevo, como antes de la guerra. Me gustaría que pasara lo mismo con las personas que están huyendo ahora".

Incluso ahora, 24 años después, los recuerdos que tiene Zoran del desplazamiento de su propia familia siguen frescos, y como marido y padre está más decidido que nunca a ofrecer una cálida bienvenida a los hombres, mujeres y niños.

"Entiendo la solidaridad. Ahora nos toca demostrarla."

"La gente ayudó mucho a mis padres. Compartían su comida con ellos y también todas las donaciones que recibían. Entiendo la solidaridad. Ahora nos toca demostrarla".

Miodrag Hillic, granjero

Cuando Miodrag Hillic, de 34 años, vio por primera vez a los refugiados que llegaban a Croacia, inmediatamente recordó el momento en el que el conflicto le obligó a abandonar su propia casa. Era el año 1991 y sólo tenía 10 años.

"En 1991, después de que terminara el año escolar, mis padres me enviaron a Volvodine en Serbia con mi hermana", recuerda. "Nos quedamos hasta diciembre, cuando la situación era menos inestable. Había menos disparos, pero teníamos problemas porque mi madre es croata. Cuando la guerra terminó, tuvimos problemas porque mi padre es serbio. Ahora, cuando veo a los refugiados las imágenes me vuelven".

Como alguien que ha sido refugiado, el primer instinto de Miodrag fue ayudar.

"Para mí fue natural ayudarles", me dice, desde la granja donde trabaja en Tovarnik. "Por mi cuenta tomé la decisión de repartir manzanas, pero cuando llegué a casa y se lo dije a mi familia, todos estuvieron de acuerdo. Repartí 1,5 toneladas de manzanas. Mi cosecha es de 50 toneladas por año. Así es como me criaron, hay que ayudar a los demás".

La familia también donó alguna ropa de sus hijos.

"Así es como me criaron, hay que ayudar a los demás."

Miodrag lleva una vida agradable y tranquila con su esposa y sus tres hijos. Espera que los refugiados que llegan a Europa algún día tengan la misma oportunidad. "Hoy en día, vivimos otra vez todos juntos en paz", dice. "Espero que ellos también puedan volver a casa algún día."

Lana Mayer, profesora de alemán

Lana Mayer, de 35 años, sabe muy bien lo que es ser refugiada. En 1991, con once años, la guerra la obligó a huir de su casa.

"Nos fuimos a Alemania y estuvimos allí seis años", comenta. "Cuando llegamos los profesores de la escuela nos dieron ropa. Los otros niños nos preguntaban que porqué nos daban ropa. Yo sentía vergüenza porque no tenía nada".

Ahora, como madre y profesora de alemán, Lana está decidida a dar la bienvenida a los refugiados de hoy, y no está sola.

"Mucha gente todavía recuerda la guerra que hubo aquí y por eso sienten más empatía y quieren ayudar", dice. "La generación más joven no tiene esta experiencia. Puede que tengan miedo. No saben nada acerca de este tema, pero las personas de más de 30 años han experimentado lo que significa ser refugiados y quieren ayudar".

Ella espera que los gobiernos europeos se unan para ofrecer a los refugiados viviendas dignas, acceso a la educación y otros servicios sociales.

"Cuando nosotros llegamos a Alemania, nos llevaron a unas edificaciones temporales para solicitantes de asilo", recuerda. "Fue genial al principio, pero después de algunos meses la humedad se volvió terrible. Cuando pienso en eso, espero que alojen a la gente en sitios mejores".

"Puedo ir y enseñarles croata, alemán o inglés."

Lana conoce la importancia de la integración, pero también es consciente de lo difícil que puede resultar para algunas personas. "Huyendo de una parte de Europa a otra ya fue bastante difícil para adaptarse", dice. "Ellos vienen de una cultura diferente".

Esto no la detiene a la hora de imaginar formas de ayudar a estas familias a sentirse parte de la vida local. "Puedo ir y enseñarles croata, alemán o inglés", dice sonriendo, "para hacerles sentir mejor".

Zorica Grgic, jefa de la Cruz Roja Croata

Zorica Grgic, de 63 años, se vio obligada a huir de Vukovar cuando estalló la guerra en 1991. Todos los hombres de su familia fueron asesinados, pero ella escapó a Austria con su hija. En 1997, con la ayuda del ACNUR, regresó a Vukovar, donde ahora es la directora de la Cruz Roja de Croacia y trabaja día y noche para ayudar a los refugiados recién llegados.

"La situación aquí es muy difícil para mí", dice ella. "Me trae recuerdos de mí, mi familia y el momento en el que tuvimos que huir de Vukovar. Es muy triste, pero me da fuerzas para ayudar a los refugiados. Yo entiendo por lo que están pasando y lo que necesitan. Ahora, mi vida entera está dedicada a ayudar a las personas".

Su inspiración es ACNUR. "ACNUR tuvo un gran papel en Vukovar," recuerda Zorica. "Combustible, mantas, alimentos, harina – todo nos lo proporcionaban ellos. No había agua. Todo había sido destruido. Nosotros dependíamos de la asistencia humanitaria. Cada vez que veo a representantes de ACNUR, mi corazón se llena de agradecimiento y gratitud. Y ahora vuelvo a verlos otra vez".

Hoy en día, ACNUR trabaja incansablemente para ayudar a los refugiados que llegan a Croacia, junto con la Cruz Roja de Zorica, prestando la asistencia más necesaria, incluyendo ropa y servicios médicos, así como reunificación familiar.

"Cada vez que veo a representantes de ACNUR, mi corazón se llena de agradecimiento y gratitud."

A pesar de las largas horas y el trabajo agotador, la determinación de Zorica no tiene límites.

"Mi modelo a seguir es la Madre Teresa", dice con una sonrisa, refiriéndose a la ganadora del Premio Nobel de la Paz que trabajó en los barrios pobres de Calcuta. "Cuando se me hace duro, me acuerdo de ella y todo lo que hizo por las personas necesitadas. Eso me da fuerzas. Lo que he aprendido es que la solidaridad es la base para una vida normal, no solo para mi sino para toda la comunidad".

Zorica Grgic, directora de la Cruz Roja local en Vukovar.

Por Céline Schmitt en Croacia