El confitero que ofrece a los refugiados sirios un dulce sabor a hogar
El confitero que ofrece a los refugiados sirios un dulce sabor a hogar
A la puerta de su tienda de campaña en el campo de refugiados de Za'atari (Jordania), encorvado sobre una estufa, Abu Rabee' se afana en remover con una pala de madera una olla grande que contiene un sirope espeso y azucarado. Es un proceso agotador que lleva más de una hora, pero insiste en que el resultado final vale la pena.
Este refugiado sirio de 45 años está haciendo "rahat", la más preciada versión siria de la conocida delicia turca, proveniente de su ciudad natal, Dara'a, en el sur del país.
Abu Rabee' concibe el continuo ejercicio de remover como una obra de amor. Antes de la crisis, su fábrica en Dara'a solía producir 5.000 paquetes de rahat al día, y su reconocida marca se consumía dentro y fuera de Siria.
"Me olvido de la vida en el campamento y, en mi mente, me transporto de nuevo a mi hogar."
"Mi familia ha sido dueña de la empresa durante tres generaciones y le digo a la gente que yo probé el rahat por primera vez siendo solo un bebé con la leche de mi madre", contaba Abu Rabee' al equipo de ACNUR. "Cuando lo estoy preparando, me siento como en otro mundo. Me olvido de la vida en el campamento y, en mi mente, me transporto de nuevo a mi hogar".
El inicio del conflicto en 2011 tuvo un impacto inmediato en el negocio. El cierre de la autopista que conecta con la capital, Damasco, dificultó el conseguir la materia prima y los envoltorios, mientras que el precio del azúcar, el principal ingrediente del rahat, se disparó.
"La demanda también se vio afectada. Tradicionalmente, el rahat se come en celebraciones –bodas, cumpleaños, nacimientos–, pero la gente estaba asustada, y ya no se hacían fiestas", explicó Abu Rabee'.
A pesar de que luchó por mantener el negocio en marcha, un día a mediados del 2012, mientras se encontraba en la fábrica, recibió la noticia de que su casa había sido alcanzada por una bomba, que había matado a su mujer. Abu Rabee' huyó de Siria con sus cuatro hijos más jóvenes y cruzó la frontera hacia Jordania.
Sus cuatro hijos mayores se quedaron en Siria para cuidar del negocio, pero poco después de su partida, la fábrica fue destruida por otro bombardeo. Sus hijos lograron salvar de la destrucción parte de la maquinaria y, hoy en día, continúan elaborando rahat en Siria, pero en menor cantidad que antes de la crisis.
"Van moviendo las máquinas entre las áreas seguras. Es peligroso, pero es todo lo que saben hacer, y si no lo hicieran, no podrían llevar comida a la mesa. En Dara'a solía haber un centenar de fábricas de rahat, pero ahora mis hijos son los únicos que quedan en el negocio".
"El raha es mi vida y mi profesión, y estoy muy orgulloso de eso."
Sueña con volver a Siria cuando la crisis termine, para reconstruir su hogar y su fábrica, incluso si eso significa empezar desde cero. "Pero antes de que eso pueda pasar, los ataques aéreos tienen que parar y todos los bandos deben deponer las armas", dijo.
Mientras tanto, Abu Rabee' está a punto de entrar en su quinto año como residente del campamento de Za'atari, en el norte de Jordania, donde se ha vuelto a casar; ahora tiene cinco hijos. Cuando llegó, el campamento acababa de abrirse y él vivía en una tienda de campaña individual. No pasó mucho tiempo antes de que fabricara su primer lote de rahat.
Sin fábrica ni maquinaria que lo ayudara en el proceso de fabricación, Abu Rabee' recordó cómo su padre hacía el dulce a mano cuando él era niño, y recreó el método con ayuda de una estufa del campamento y una olla. Cuatro años ha tardado en dominar esta difícil técnica.
"Después de hacer la primera remesa, otros refugiados comenzaron a venir a mi tienda de campaña. Iban comiéndose el rahat tan rápido como a mí me daba tiempo cortarlo" recuerda. "Algunos hombres lloraban mientras se lo comían. Rahat significa "consuelo" en árabe, y eso trae recuerdos felices a algunas personas, es como un sabor a hogar".
Con su familia viviendo en varios refugios prefabricados, Abu Rabee' puede elaborar suficiente rahat para unos 50 paquetes pequeños a la semana, empleando su estufa grande y una olla. Algunos residentes del campamento le compran los dulces para ocasiones especiales o simplemente para darse el gusto. Otros no tienen dinero, así que Abu Rabee' se los da sabiendo que sus promesas de pago puede que nunca se hagan realidad.
"Gano algo de dinero con lo que hago, pero no lo hago por eso" explica. "Lo hago para mantenerme ocupado, para sentirme normal de nuevo. Es algo emocional. El rahat es mi vida y mi profesión, y estoy muy orgulloso de eso".