El desplazamiento forzado alcanzó un nuevo récord en 2020 a pesar de que hay menos rutas a lugares seguros
El desplazamiento forzado alcanzó un nuevo récord en 2020 a pesar de que hay menos rutas a lugares seguros
GINEBRA, Suiza – El número de personas desplazadas por la fuerza debido al conflicto, la violencia, la persecución y el abuso a los derechos humanos aumentó por noveno año consecutivo en 2020 llegando a 82,4 millones, a pesar de que la COVID-19 dificultó más la búsqueda de seguridad en el extranjero para quienes huían, de acuerdo al último informe de Tendencias Globales publicado hoy por ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados.
El total equivale a 1 de cada 95 personas y representa un aumento del cuatro por ciento con respecto al año anterior. Mientras la población mundial de personas refugiadas siguió creciendo, la mayor parte del aumento total se debió a un mayor número de personas desplazadas internas (PDI) que huían dentro de las fronteras de sus propios países.
“Detrás de cada número hay una persona que se ha visto obligada a abandonar su hogar y una historia de desplazamiento, despojo y sufrimiento”, comentó el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, Filippo Grandi. “Merecen nuestra atención y apoyo, no solo con ayuda humanitaria, sino para encontrar soluciones a su difícil situación”.
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La pandemia de la COVID-19, que ha cobrado más de 3,8 millones de vidas y continúa causando estragos en muchas partes del mundo, resultó especialmente devastadora para las personas que viven en comunidades marginadas, incluidas las personas refugiadas, desplazadas internas y apátridas, que no tienen identidad nacional.
La pandemia acabó con empleos y ahorros, generalizó el hambre y obligó a la niñez refugiada a dejar la escuela, quizás de forma permanente. Muchas familias informaron que para llegar a fin de mes, envían a sus hijos a trabajar en lugar de a la escuela. Algunas niñas refugiadas se enfrentaron al matrimonio infantil, y a un mayor riesgo de violencia sexual y de género.
La pandemia y los confinamientos relacionados resultaron particularmente perturbadores para aquellas personas refugiadas que intentaban mantener su salud mental, y reconstruir redes sociales y de apoyo lejos de casa.
La psicóloga venezolana Loredana Hernández Giraud, que vive en Lima, Perú, es voluntaria con una línea de ayuda dirigida por Unión Venezolana, una ONG que ayuda a personas refugiadas y migrantes venezolanas.
“Muchas personas han perdido sus trabajos y están constantemente preocupadas por ser desalojadas… o quedarse sin comida, y qué hacer con sus hijos en el encierro”, compartió a ACNUR el año pasado.
“Vemos todo tipo de casos, pero uno muy común son los ataques de pánico debido al confinamiento”.
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Las restricciones de la pandemia, combinadas con la creciente xenofobia, limitaron las opciones de muchas personas desplazadas por la fuerza.
Muchos países, como Uganda, utilizaron mejores exámenes médicos, cuarentenas temporales, entrevistas a distancia y otras medidas para proteger la salud pública sin dejar de ofrecer alojamiento. Sin embargo, en el pico de la pandemia el año pasado, más de 160 países habían cerrado sus fronteras y 99 no hicieron excepciones para las personas que buscaban protección internacional.
Los países también recortaron drásticamente el número de espacios para el reasentamiento el año pasado. En la primera parte de la pandemia, ACNUR y la Organización Internacional para las Migraciones suspendieron las salidas de reasentamiento debido a restricciones fronterizas. Sin embargo, después de que se reanudaron, solo se reasentaron 34.400 personas refugiadas, el número más bajo en dos décadas.
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Aunque muchas personas refugiadas anhelan volver a casa, el reasentamiento ofrece un salvavidas para aquellas que no pueden hacerlo.
El exrefugiado Abdallah Al-Obaidi tenía solo seis años cuando una bomba explotó en su escuela en Irak. Él y su familia huyeron a Jordania, donde vivieron durante ocho años sin ciudadanía. En 2013, se reasentaron en Estados Unidos. Abdallah aprendió inglés estudiando el diccionario, se convirtió en presidente de su clase de la escuela secundaria y luego asistió a la Universidad Emory en Atlanta, Georgia. Pronto asistirá a la Facultad de Medicina de la Universidad de Tufts en Boston. Dijo que encontrar un mentor le permitió llegar tan lejos en un sistema educativo que puede ser un desafío para los recién llegados.
“Tuve suerte. Encontré a alguien que me guió, me tomó bajo su protección y me presentó un programa llamado Young Physicians Initiative (Iniciativa para Médicos Jóvenes), que aboga por la diversidad y la educación en medicina específicamente en las comunidades desatendidas”, expresó Abdallah durante un panel de discusión esta semana antes del Día Mundial del Refugiado con el Alto Comisionado Grandi y la Representante Permanente de Estados Unidos ante las Naciones Unidas, Linda Thomas-Greenfield. “Seré el primero en mi familia en ir a la escuela de medicina. Soy un estadounidense de primera generación”.
El Día Mundial del Refugiado, que se celebra cada año el 20 de junio, rinde homenaje a la valentía y las contribuciones de las personas refugiadas de todo el mundo, así como a quienes han acogido en sus países y comunidades a las personas desplazadas por la fuerza.
A pesar de los numerosos desafíos, las personas desplazadas por la fuerza y las personas apátridas de todo el mundo continuaron contribuyendo a sus comunidades. Muchas trabajaron como personal de medicina y enfermería para combatir la propagación de la COVID-19. Los empresarios refugiados somalíes en Sudáfrica se unieron para distribuir alimentos y suministros a las personas que sufrieron daños económicos por los confinamientos. En Kenia, una refugiada de Uganda tomó sus clases de yoga en línea para personas refugiadas y trabajadores humanitarios.
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El año pasado, las personas desplazadas dentro de su propio país representaron más de la mitad del número de personas desplazadas por la fuerza (es decir, 48 millones). Ese número es el más alto registrado y un aumento de 2,3 millones en comparación con el año anterior. El mayor número de personas desplazadas internas provienen de las crisis en Etiopía, Sudán, Mozambique, Yemen, Afganistán y Colombia, al igual que la escalada de violencia en los países de la región africana del Sahel, incluidos Níger, Burkina Faso y Malí.
“Detrás de cada número hay una persona”.
En Yemen, más familias tuvieron que abandonar sus hogares el año pasado, lo que elevó el número total de PDI a 4 millones, ya que los combates continuos contribuyeron a lo que la ONU ha llamado la “peor crisis humanitaria del mundo”. Aproximadamente 233.000 personas han muerto desde que comenzó el conflicto hace seis años debido a la violencia o causas relacionadas como el hambre y la falta de servicios de salud.
Muchas PDI permanecen en circunstancias extremas.
“Tuvimos una buena vida, pero no nos sentíamos seguros. Huimos del conflicto. Ahora nos sentimos seguros, pero luchamos por sobrevivir”, comentó a un socio de ACNUR, Samirah, madre de cuatro niños pequeños que escapó de los enfrentamientos en la gobernación de Al Hudaydah en Yemen el año pasado.
Más de dos tercios de todas las personas refugiadas y personas venezolanas desplazadas en el extranjero procedían de solo cinco países: Siria (6,7 millones), Venezuela (4,0 millones), Afganistán (2,6 millones), Sudán del Sur (2,2 millones) y Myanmar (1,1 millones). La mayoría buscó un lugar de acogida en países vecinos, lo que significó que las naciones de bajos y medianos ingresos siguen albergando el mayor número de personas refugiadas.
Por séptimo año consecutivo, Turquía acogió el mayor número de personas refugiadas (3,7 millones), seguida de Colombia (1,7 millones, incluidas las personas venezolanas desplazadas en el exterior), Pakistán (1,4 millones), Uganda (1,4 millones) y Alemania (1,2 millones).