Declaración del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas
Declaración del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas
Gracias, Señor Presidente,
Es un honor realizar mi, ya tradicional, sesión informativa con el Consejo de Seguridad durante la Presidencia de Mozambique. Como acabamos de comentar, visité su país en marzo y pude comprobar de primera mano cómo Mozambique está lidiando con muchos de los retos globales a los que se enfrenta el mundo, y su impacto en la vida diaria de las personas, ya sean algunas de las manifestaciones más devastadoras de la emergencia climática, el violento conflicto interno alimentado por grupos armados y el desplazamiento forzado generalizado resultante de estos dos. Me sentí inspirado por el Presidente Nyusi, quien, al describir cómo Mozambique estaba abordando estos problemas, añadió que era importante que, cito textualmente, “la situación actual no nos distraiga de trabajar para encontrar soluciones”.
Este mensaje es para todos nosotros y es apropiado para el Consejo de Seguridad, ya que ustedes se enfrentan a los graves retos actuales para la paz y la seguridad. Es un mensaje crucial, si queremos ir más allá de palabras vacías y resolver los problemas de las personas.
Les pido que recuerden que estos problemas incluyen el riesgo y la realidad de los desplazamientos forzados, ¡permítanme decirlo, ya que a veces esta dimensión se deja de lado! El número de personas que se han visto forzadas a huir de sus hogares a causa de la guerra, la violencia y la persecución alcanzó los 114 millones en nuestro último recuento. El próximo mes actualizaremos esta cifra. Será mayor. Evidentemente, las soluciones políticas necesarias para resolver los desplazamientos siguen ausentes.
Señor Presidente,
La última vez que informé a este Consejo fue en octubre. En ese momento, compartí mis puntos de vista sobre varias crisis y advertí que el personal humanitario, aunque no se daba por vencido, estaba cerca del punto de quiebre. Han pasado siete meses, pero la situación no ha cambiado, si acaso ha empeorado. Así que, muy a mi pesar, tendré que hablar una vez más de las mismas crisis, y de cómo desplazan a un número de personas cada vez mayor.
¿Por qué ocurre esto? Las razones son múltiples, y a menudo están relacionadas con la geopolítica, ¡que es su dominio, no el mío! Sin embargo, permítanme centrarme en un factor más inmediato, del que mis colegas y yo – y de hecho todo el personal humanitario – somos testigos en nuestro trabajo diario: el incumplimiento del derecho internacional humanitario. “Incumplimiento” es una expresión fría y técnica: lo que significa, en realidad, es que las partes en conflicto – cada vez más, en todas partes, casi todas – han dejado de respetar las normas básicas de la guerra, y a veces incluso fingen hacerlo; la población civil es asesinada en números crecientes; las violaciones y otras formas de violencia sexual se utilizan como armas de guerra; las infraestructuras civiles son atacadas y destruidas; los trabajadores humanitarios se convierten en objetivos. Esto se oye y se discute todos los días. La Presidenta del Comité Internacional de la Cruz Roja – que tiene el mandato de defender este cuerpo jurídico – les habló la semana pasada sobre el tema. Pero quiero que también lo escuchen de mí, porque en ACNUR nos ocupamos de una consecuencia concreta de estas violaciones: como esta brutal conducción de las hostilidades no solo pretende destruir, sino también aterrorizar a la población civil, quien – cada vez más a menudo – no tiene otra opción que huir, aterrorizada.
Lo ocurrido en Gaza desde los ataques de Hamás del pasado 7 de octubre, y durante toda la ofensiva israelí, es un ejemplo de ello. Permítame sumar mi voz a la de quienes les han estado instando a que persigan un alto el fuego inmediato, la liberación de los rehenes y la plena reanudación de la ayuda humanitaria; y, lo que es más importante, a que no escatimen esfuerzos para resucitar un verdadero proceso de paz: la única forma de garantizar la paz y la seguridad a israelíes y palestinos. Por desgracia, nada de esto ha sucedido todavía. Los atroces sucesos en Rafah nos hicieron testigos una vez más, y con más pesadumbre, de cómo cientos de miles de personas intentan evitar ataques letales moviéndose sin sosiego en el espacio limitado y restringido del sur de Gaza, donde la ayuda llega con cuentagotas, mientras decenas de personas pierden la vida. Entre las muchas imágenes de este conflicto que nos perseguirán durante mucho tiempo está la de personas desesperadas atrapadas y a menudo asesinadas dentro de una zona de guerra. Su protección debe ser nuestra – su – principal preocupación. Y aunque ACNUR – respetando plenamente su división del trabajo con UNRWA – no está ni estará operando ahí, permítanme decir – desde la perspectiva de mi cargo y mi mandato – que aunque los palestinos deben ser protegidos dondequiera que estén, el atroz dilema de si deben salir de Gaza – o no – es uno que Israel tiene la clara responsabilidad de evitar; porque sí, existe de hecho un derecho universal a buscar asilo, al que tan a menudo responden los países vecinos a los conflictos, y por el que siempre abogaré, como cuestión de principios. Pero, en este caso, existe también – y sobre todo – la obligación jurídica internacional de una potencia ocupante de no forzar – de no forzar – a la población civil a huir del territorio que ocupa. Y otro éxodo forzoso de palestinos solo creará un intratable problema más y hará que sea imposible encontrar una solución a este conflicto que lleva décadas.
La guerra de Gaza es también un trágico recordatorio de lo que ocurre cuando los conflictos (y por extensión una crisis de refugiados) se dejan desatendidos. También debe servir como un llamado a no olvidar otras crisis sin resolver. Un ejemplo crudo (y cercano) es que 13 años después del inicio del conflicto en Siria, 5,6 millones de personas refugiadas sirias permanecen en los países vecinos, que también han acogido a población refugiada palestina durante generaciones; la situación de Líbano sigue siendo la más preocupante, y las tensiones por la presencia de refugiados en ese país vuelven a ser extremadamente agudas; y Jordania, otro importante país que acoge a personas sirias, se encuentra atrapado de lleno entre dos crisis.
Sin embargo, la difícil situación de los refugiados sirios solo recibe atención cuando surgen otros factores: últimamente, algunas llegadas de sirios a países de la UE han provocado una oleada de propuestas sobre cómo resolver el problema, incluido el envío de personas refugiadas de vuelta a las denominadas “zonas seguras” dentro de Siria. Permítanme aprovechar la oportunidad para reiterar una vez más nuestra posición sobre esta cuestión: el retorno voluntario y seguro de la población refugiada siria a su país de origen es la mejor solución y su derecho; aunque a la mayoría de las personas refugiadas les gustaría regresar algún día, muy pocas lo hacen actualmente, ya que muchas manifiestan o su temor a ser objeto de ataques y su falta de confianza en el gobierno sirio, o su preocupación porque en Siria las condiciones de vida – servicios, vivienda, trabajo – se encuentran en un estado pésimo. El gobierno sirio es el responsable de abordar el primer grupo de obstáculos; en cuanto al segundo, instamos a todos los países donantes a que aumenten su apoyo a las actividades de recuperación temprana, de acuerdo con la Resolución 2642 del Consejo de Seguridad. Si nos tomamos en serio la resolución del problema de los refugiados sirios – y debemos hacerlo – la única forma de avanzar es superar las limitaciones políticas y trabajar en ambas vías, con todas las partes interesadas, como de hecho ya lo está haciendo ACNUR.
Mientras tanto, las violaciones del derecho internacional humanitario han seguido teniendo un efecto devastador en millones de vidas en todo el mundo, incluso forzando a las personas a huir. En ninguna – ¡en ninguna! – de las crisis de refugiados y desplazados que les describí el pasado mes de octubre hemos visto ningún signo de progreso en este sentido.
Por ejemplo, Myanmar, donde, desde mi último informe en esta sede, más de 1,5 millones de personas se han visto desplazadas por los combates, lo que eleva el total a más de 3 millones de personas, con muchas de ellas que intentan buscar protección en los países vecinos. La situación en el estado de Rakhine es especialmente preocupante. El conflicto entre las fuerzas armadas de Myanmar y el Ejército de Arakan ha estallado de nuevo, desplazando a diferentes grupos étnicos, y con la comunidad rohingya atrapada entre las partes y objeto de peligrosos abusos, estigmatización y reclutamiento forzado; mientras el personal humanitario está operando en un entorno de alto riesgo, que ya ha forzado a las agencias a reubicarse temporalmente de ciertas áreas. Deseo reiterar aquí mi reciente llamamiento a las partes para que garanticen la protección de la población civil y del personal humanitario; a los países vecinos de Myanmar para que permitan un acceso seguro a las personas refugiadas que huyen para salvar sus vidas; y a ustedes para que garanticen que se vuelva a incluir (y con seriedad) en la agenda internacional un proceso político para abordar los problemas de Myanmar, antes de que algunas de sus consecuencias amenacen aún más la estabilidad de la región.
En la República Democrática del Congo, la violencia entre sujetos armados es tan habitual que ningún otro lugar del mundo es tan peligroso para las mujeres, las niñas y los niños como el este de ese país. Y mi reacción no es ingenua. He trabajado ahí. Conozco los intratables problemas étnicos; el saqueo de los recursos por una multiplicidad de actores, incluidos los Estados; las ramificaciones regionales; la constante falta de respeto del carácter civil de los asentamientos de desplazados internos por parte de actores armados, que pone en peligro tanto a las personas desplazadas como a los trabajadores humanitarios. Pero, ¿cómo es posible que los miembros de las Naciones Unidas, cómo es posible que “nosotros, el pueblo” prestemos tan poca atención y tengamos tanta pasividad en un lugar donde el sexo con un niño puede comprarse por menos de una bebida fría? ¡Qué mancha más vergonzosa para la humanidad!
Nosotros, el personal humanitario, intentamos desempeñar nuestro papel. El año pasado, el Presidente Tshisekedi pidió a ACNUR que revitalizara los esfuerzos para encontrar soluciones a las complejas situaciones de desplazamiento forzado a través de las fronteras de la región, y especialmente entre Ruanda y la República Democrática del Congo. El gobierno ruandés accedió y reanudamos el diálogo, pero en realidad, sin un proceso político más amplio – o al menos un marco político – será difícil avanzar en el aspecto humanitario; y la ayuda es cada vez más difícil de movilizar para las víctimas de esta situación.
Permítanme referirme brevemente a Ucrania, ya que es otro escenario de guerra en el que se viola a diario el derecho internacional humanitario: observen los incesantes ataques a la red eléctrica ucraniana, que causan enormes penurias a la población civil. Los ataques no respetan las casas y otras infraestructuras civiles. El pasado enero, en pleno invierno, conocí a niñas y niños ucranianos que iban a una escuela improvisada en el metro de Kharkiv porque era el único lugar que las autoridades locales podían mantener seguro y caliente. Y los desplazamientos – también en este caso – están aumentando de nuevo, sobre todo dentro del país, y en su mayoría de personas adultas mayores y otras personas vulnerables que viven cerca de las líneas del frente y necesitan apoyo humanitario y psicológico urgente y vital. Y mientras ustedes siguen tratando la guerra en Ucrania como una cuestión política y militar, no pierdan de vista sus profundas y devastadoras consecuencias humanas para la población de Ucrania.
Señor Presidente,
El flagrante desprecio del derecho internacional humanitario por las partes en conflicto también hace que la paz sea mucho más difícil de alcanzar. La muerte, la destrucción y los desplazamientos agravan las divisiones sociales, desgarran la confianza y dificultan la reconstrucción de un país.
Un ejemplo evidente es Sudán, país que visité en febrero y donde las partes en conflicto siguen creando obstáculos adicionales a las actividades de ayuda con su reticencia a permitir el acceso a algunas zonas clave, lo que impide a los trabajadores humanitarios ayudar a muchos de los necesitados, incluso mediante operaciones transfronterizas y entre líneas, cuya organización sigue siendo extremadamente complicada. El telón de fondo político es desalentador: los esfuerzos inadecuados de pacificación o el apoyo abierto a uno de los bandos, o al otro, están empeorando mucho el conflicto. Para ambas partes, haciendo caso omiso de todo sentido de humanidad y consideración hacia su propio pueblo, la solución sigue siendo esencialmente militar. Como resultado, ahora hay nueve millones de personas desplazadas dentro de Sudán o refugiadas en los países vecinos (algunos de los cuales, como Chad o Sudán del Sur, están lidiando con sus propias fragilidades); una cifra similar a la que hemos observado en Ucrania, pero que sigue siendo olvidada o tratada con indiferencia por la comunidad internacional. Y la financiación sigue siendo totalmente insuficiente. En una conferencia celebrada en París en abril, se anunciaron contribuciones por más de 2.000 millones de dólares estadounidenses, pero, hasta ahora, se han materializado muy pocas. Las actividades de ayuda dentro de Sudán están financiadas solo en un 15% y las operaciones para los refugiados en un 8%. No hacen falta más comentarios.
Sudán es también un ejemplo de las consecuencias más amplias de la violación de las leyes de la guerra y de una total impunidad. En primer lugar, por supuesto, sobre la población civil: por ejemplo, casi ningún niño en Sudán ha ido a la escuela desde hace meses; y aquí también abunda la violencia sexual, en Darfur y en otras zonas de guerra. Cada día, las personas refugiadas que llegan a Chad nos cuentan historias espantosas de mujeres violadas en presencia de sus hijos y de niños asesinados en presencia de sus madres. Y yo les pregunto: ¿cómo pueden quienes huyeron de tales horrores sentirse alguna vez lo bastante seguros como para regresar? ¿Cómo pueden confiar en esos hombres armados? Más allá de eso, ¿cómo puede la clase media de Sudán – la misma clase media que de alguna manera mantuvo unido al país a través de tanta agitación en las últimas décadas y que ahora está siendo desplazada o destruida – reconstruir el país después de este conflicto?
Tampoco debería sorprendernos que hayamos asistido a un aumento del 500% en las llegadas de sudaneses a Europa un año después del estallido de la violencia. La mayoría de ellos nunca quiso abandonar su hogar. Pero se vieron forzados a huir por esta violencia brutal. Y la falta de ayuda a los países vecinos les obligó a desplazarse de nuevo, sobre todo al norte de África y más allá, hacia Europa. Los países ricos se preocupan constantemente por lo que llaman “movimientos irregulares”. Pero en esta y otras situaciones, no están haciendo lo suficiente para ayudar a las personas antes de que se confíen a los tratantes de personas. Las consecuencias son inevitables.
Así pues, el cumplimiento del derecho internacional humanitario – que por supuesto es una obligación – también tiene un elemento de interés propio. Señor Presidente, el panorama político que veo a nuestro alrededor, desde mi punto de vista humanitario, es desalentador: decisiones de política exterior con poca visión de futuro, a menudo basadas en un doble discurso, en el que se habla mucho de cumplimiento de la ley, pero en el que el Consejo no hace nada por defenderla y, con ella, la paz y la seguridad.
El derecho internacional humanitario es la representación más clara del esfuerzo por encontrar un terreno común. Y si en tiempos de guerra – los momentos más horribles y turbulentos que puede vivir la humanidad – las partes deben dejar de lado sus diferencias para actuar de forma que se proteja, al menos, la vida de la población civil (cosa que hoy les insto a hacer), lo mismo deberían hacer ustedes en su trabajo diario.
Y me perdonará, Sr. Presidente, si utilizo palabras fuertes: es la frustración de un humanitario la que habla aquí.
El año pasado les pedí que usaran su voz. No sus voces.
Pero la cacofonía en este Consejo ha hecho que ustedes sigan presidiendo una cacofonía más amplia de caos en todo el mundo.
Es demasiado tarde para las decenas de miles de personas que ya han muerto en Gaza, en Ucrania, en Sudán, en la RDC, en Myanmar y en tantos otros lugares.
Pero no es demasiado tarde para que pongan su esfuerzo y dedicación en las crisis y los conflictos que siguen sin resolverse, para que no vuelvan a enconarse y explotar.
No es demasiado tarde para incrementar la ayuda para que millones de personas desplazadas por la fuerza regresen a sus hogares de manera voluntaria, y en condiciones dignas y seguras.
No es demasiado tarde para intentar salvar a muchos millones más de personas del azote de la guerra.
Gracias.