1 refugiado deseando regresar: el sueño de poder retornar se hace realidad para una madre angoleña
1 refugiado deseando regresar: el sueño de poder retornar se hace realidad para una madre angoleña
KILUEKA, República Democrática del Congo, 24 de junio (ACNUR) – Maria Mbuona, de 50 años, vive junto a los seis miembros de su familia en una choza en ruinas del tamaño de una caseta de jardín. Cuando llueve, el techo de paja no les protege y las endebles paredes son una escasa defensa frente a los mosquitos portadores de malaria.
La vista de las lejanas colinas es hermosa, pero el asentamiento de refugiados de Kilueka se encuentra en una tierra árida y la vida allí es extremadamente dura. María está cansada y quiere regresar a su país tras 12 años viviendo en el exilio en esta región del oeste de la República Democrática del Congo (RDC).
"Estoy cansada. La vida es muy difícil y cara; no creo que pueda seguir viviendo así", dijo recientemente a los visitantes de ACNUR en su casa en la provincia de Bas-Congo. "Echo mucho de menos mi país y quiero volver".
Ella no es la única. Unos 43.000 compatriotas que están viviendo en cientos de asentamientos esparcidos por la provincia han declarado que desean regresar al norte de Angola con la ayuda de ACNUR. Otros 37.000 angoleños que permanecen en el país desean quedarse, entre ellos un reducido número de los que viven en Kilueka.
Se espera que el primer grupo regrese a Angola el próximo mes tras el acuerdo alcanzado a principios de junio por ACNUR y los gobiernos de Angola y de la RDC. "La firma de este acuerdo y la adopción de medidas concretas para la repatriación voluntaria de tantos refugiados angoleños es un logro significativo", dijo Mohamed Boukry, Representante regional de ACNUR con sede en Kinshasa.
María debería formar parte de este grupo de repatriados. Estaba embarazada cuando huyó de su casa en el noroeste de la provincia angoleña de Zaire y se dirigió a Bas-Congo en enero de 1999, durante la tercera y última etapa de la guerra civil que asoló Angola de 1975 a 2002 y que generó un desplazamiento masivo, numerosas pérdidas de vidas humanas y la destrucción de infraestructuras.
Ella y su marido fueron separados de sus ocho hijos cuando unos asaltantes armados atacaron su aldea. "Era medianoche y las tropas entraron en la aldea y empezaron a matar gente", recuerda María, añadiendo que algunos niños fueron secuestrados: los niños para ser reclutados como soldados y las niñas para trabajar como porteadoras.
Ella temía por sus hijos, incluido el bebé que llevaba en su vientre, y luchó para completar los 65 kilómetros que había hasta la frontera y la ciudad de Songololo, situada a 10 kilómetros en el interior de Congo. "Me llevaron al hospital en Songololo y aún allí podía oír los tiroteos".
La familia se reunió de nuevo en Songololo antes de ser trasladados a Kilueka, que por entonces era un campo de refugiados. ACNUR facilitó asistencia básica a los refugiados. "Viví durante un año bajo esas lonas de plástico", dijo Maria, haciendo referencia al omnipresente material que recibió para construir el refugio.
Dijo que le fue difícil dejar todo atrás en Angola, "incluyendo nuestra cultura". Entre 2003 y 2008 ACNUR llevó a cabo el primer programa de repatriación voluntaria, con el cual 59.000 personas pudieron regresar. Pero María optó, como muchos refugiados, por quedarse en Bas-Congo. "No estaba realmente preparada para volver. Tenía un niño enfermo" explicó.
Algunas personas estaban también preocupadas por las condiciones al otro lado de la frontera tras años de conflicto en Angola. En los últimos años, los angoleños han tenido que valerse por sí mismos y no ha sido fácil. "Los refugiados aquí están solos. No tenemos ayuda", destacó Maria.
Posee una choza endeble y un pequeño huerto, pero es todo. Esta cabeza de familia no puede permitirse nada más. "Para sobrevivir, ayudo a otros a cultivar sus tierras, pero aunque trabaje muchas horas al día, gano poco dinero".
Esto provoca un efecto en cadena: "No tengo dinero para comprar comida ni ropa", dijo, añadiendo: "A veces mi marido trae algo, pero es difícil y no llevamos una vida normal".
Pagar la escuela de sus cuatro hijos más pequeños también es un problema, dijo Maria, añadiendo: "No podemos acceder a los servicios sanitarios, el coste es demasiado alto". Además, el hospital más cercano está a 30 kilómetros de Kimpese, donde ACNUR ha reabierto una oficina para ayudar a preparar a los refugiados para su regreso.
Pedro Matondo, que representa a 508 refugiados que viven en Kilueka, dijo que la gente ha empezado a regresar por sus propios medios. Este profesor de 41 años originario de Cuiaba, en la provincia de Zaire, dijo que 15 familias regresaron durante el último año. De la población que aún queda, el 90% quiere regresar a Angola", subrayó.
Entre ellos está Pedro. "Estoy esperando a que me deis una fecha" dijo. "Hace mucho que terminó el conflicto, así que creo que ya puedo regresar". Se hizo eco del testimonio de Maria acerca de la dureza de las condiciones de vida, señalando que con las inundaciones de la época de lluvias corrían peligro porque las casas estaban a merced de las tormentas.
Como muchos otros, Pedro estaba agradecido por la hospitalidad del pueblo congoleño. "Tenemos buenas relaciones con los congoleños porque nos han acogido".
Ahora es el momento de regresar. "Haya paz o no, he sufrido mucho aquí y quiero volver a mi país", dijo Maria, sentada bajo un árbol y machacando yuca para la cena mientras el sol se oculta tras las colinas.
Por Leo Dobbs en Kilueka, República Democrática del Congo