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Al padre refugiado que solo vi una vez, pero cuya historia cambió mi vida

Historias

Al padre refugiado que solo vi una vez, pero cuya historia cambió mi vida

Como parte de esta serie especial, publicaremos cartas dirigidas a personas refugiadas que han dejado huella en quienes las escribieron.
18 October 2022
Solenn a los 7 años, con el río Éufrates, que atraviesa Siria e Irak, de fondo.

Solenn, de 25 años, nacida y criada en Francia, nunca había visto a su padre, un refugiado de Irak que huyó de la persecución por su religión en los años 80, hasta un día que cambió su vida hace un año. Tras profundizar en su historia y en la de millones de personas, decidió volver a la universidad y estudiar derecho de los refugiados.

La carta de Solenn es la segunda de una serie que se publicará ocasionalmente en el sitio web de ACNUR y que comprenderá cartas auténticas dirigidas a las personas refugiadas que dejaron huella en la vida de quienes las escribieron.

La carta fue editada por su longitud y para fines de claridad.

Escuchar a Solenn leyendo la carta (en inglés):

ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados · Querido padre - Solenn


Querido padre,

Cuando era niña, ningún mito que leyera podía evocar la misma sensación de asombro que la que me produjo tu historia. No nos conocemos, y sin embargo ambos sabemos que compartimos un secreto en común. El secreto de tu existencia y también de la mía: separados por tu fe, a pesar del amor que sentías por mi madre.

Querido padre, una vez me sostuviste en tus brazos y luego desapareciste. Mamá recordaba que aquel día – el único en que me conociste – me hablaste en una lengua que ella no conocía, la de tu pueblo entre el Tigris y el Éufrates. La aldea donde creciste y de la que huiste.

Más tarde, pronuncié mi primera palabra: “Aziza”. Puede sonar ingenuo, pero me gusta pensar que vino de ti, que es una herencia y también una prueba de que me querías.

Sin embargo, ahora comprendo que esta vida no exige un reencuentro. Aun así, quería agradecerte una cosa: Padre, nací dos veces, en 1996, y de nuevo en 2017. Ese año, terminé mis estudios y por primera vez en mi vida tuve tiempo para pensar en aquello que había sido más fácil de ignorar; tu existencia.

Guiada por los recuerdos de mi madre, reconstruí lo poco que sabía de ti, y juntando las pistas, como se leen las estrellas para entender el mundo, conocí tu viaje. Investigando tu nombre, calibré el significado del mío, y a partir de tu historia, empecé a entender la mía.

Al acercarme a ti, descubrí los conflictos del mundo. Al principio con miedo, luego con valor.

Me pasé los días y las noches pasando las páginas de los libros que podían acercarme a ti, y mi corazón se conmovió con todos los viajes, decidí por primera vez acercarme a las personas refugiadas. Escuché sus historias, su valor, las familias que encontraron y las que perdieron. Les enseñé francés y descubrí su lengua, el arameo.

Durante mucho tiempo deseé cruzarme contigo por accidente al girar por una calle o en el metro. Pero un año pasó en vano. Seguías siendo un misterio como Babilonia. Entonces, una noche, cuando no podía dormir, retomé mi investigación. Esa noche, después de revisar todos los artículos en los que aparecías, el mundo se detuvo. Me enteré de que vendrías a una conferencia no muy lejos de donde yo vivía.

Era una tarde de verano, y Francia acababa de ganar la Copa del Mundo por segunda vez. Con el corazón latiendo más rápido que el de cualquier futbolista, te encontré de nuevo.

Solenn con a las tarjetas que dibujó para recaudar fondos para la educación de las personas refugiadas.

La sala, en la que resonaban las voces de quienes habían acudido a escuchar, enmudeció de repente. Sentí tu presencia. Escondida en la segunda fila, con el corazón tembloroso, por fin le puse cara al nombre. Me quedé dos horas, sentada a pocos metros de ti. ¿Qué palabras pueden llenar tanto silencio? No hay ninguna.

Por primera vez, comprendí la otra parte de mí. Mi cabello castaño y mis ojos negros, que de niña deseaba que fueran rubios y azules como los de mi madre, los obtuve de ti. A pesar de mis ojos nublados, pasé la primera hora mirando los tuyos. A través de tus ojos, vi tus tierras bordeadas por las montañas que separan Türkiye e Irak, así como las tierras que cruzaste para venir a un lugar más seguro, en Francia, el país donde nací. En la segunda hora, tu voz calmó mi alma. Recordé su suavidad, como un canto sagrado de Mesopotamia, y pude ver cómo empezaba a llorar discretamente.

Ya no se trataba solo de ti y de mí. Mis ojos lloraban por el mundo entero, mis ojos lloraban por las personas de todos los continentes, de todas las religiones, idiomas, géneros, colores y orientaciones, personas desarraigadas. Mis ojos lloraban por las bombas y las atrocidades. En mí, en ese momento, nació una fuerza.

Aunque sé muy poco de ti, tu viaje me hizo darme cuenta de lo afortunada y privilegiada que soy. Padre, desde aquel año no ha pasado un solo día en el que no me levante y me sienta agradecida por estar a salvo, por poder soñar y por ayudar. Ayudar. En los meses siguientes, esta palabra cobró más significado y espacio en mi vida.

Al abrir mis ojos a ti, los abrí al mundo. Queriendo llegar a Asia, descubrí África. Conocí a Adjo, Koffi y Rebecca, y a más personas, cuya fuerza interior aumentó la mía. Gracias a ti y a ellos, dejé de tener miedo. Así que, a los 24 años, dejé mi trabajo, regresé a la escuela y empecé a estudiar derecho de los refugiados.

Querido Padre, si el mundo es cruel, en el camino que me llevó a ti encontré su bondad. Por ello, te doy las gracias.

Esta carta no necesita respuesta. No te culpo por habernos dejado. A veces hay razones que son más grandes que nosotros.

Tu hija secreta,

Solenn

 

Esta carta forma parte de una serie epistolar dirigida a personas apátridas o desplazadas por la fuerza que dejaron huella en la vida de los jóvenes autores. Si te interesa escribir una carta a una amistad, pariente o cualquier persona que sea refugiada y que te haya llenado de inspiración, haznos llegar tu idea escribiendo a [email protected]