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Nicaragüenses hacen de una fábrica costarricense abandonada su hogar

Historias

Nicaragüenses hacen de una fábrica costarricense abandonada su hogar

Desterrados por la persecución, decenas de periodistas, maestros, trabajadores y contadores nicaragüenses alquilan ahora como refugio una antigua fábrica de estaño en San José.
17 October 2019
Una vieja fábrica de zinc es ahora el hogar de decenas de nicaragüenses que se encuentran en necesidad de protección en Costa Rica. Muchos estaban viviendo en las calles de San José, antes de que pudieran alquilar ese lugar y tener un techo. Después de la crisis social y política que comenzó en abril de 2018 en Nicaragua, alrededor de 68.000 personas han tenido que huir a la vecina Costa Rica, y muchas de ellas luchan por satisfacer sus necesidades más apremiantes.

Con su techo y sus paredes hechas de lámina metálica ondulada, un solo baño espartano y una cocina donde ni el refrigerador ni el horno realmente funcionan, este refugio improvisado en la capital de Costa Rica, San José, podría no parecer el más envidiable de los alojamientos. De hecho, ni siquiera está destinado a priori a ser alojamiento. Pero para más de dos docenas de solicitantes de asilo que huyeron de persecución en su Nicaragua natal, el almacén, una antigua fábrica de estaño en un área industrial, ahora es un hogar, un dulce hogar.


"Aquí damos refugio a quienes lo necesitan", dice Jack*, un exvendedor de autos de 55 años que, temiendo por su vida después de haber participado en manifestaciones antigubernamentales, huyó de Nicaragua a fines de 2018 y fue esencial para establecer el refugio, que los residentes alquilan y administran entre ellos. “Al principio éramos cuatro personas. Luego íbamos a los parques a buscar gente que dormía en la calle... Ahora hay alrededor de 27 personas acá".

Los residentes incluyen maestros y periodistas, estudiantes, trabajadores agrícolas y contadores, todas personas con empleos, familias y hogares en Nicaragua, que ahora duermen hombro con hombro sobre planchas de espuma y colchones desechados extendidos por el piso, e incluso encima de la enorme maquinaria que la antigua actividad fabril dejó. La mayoría son hombres, pero el grupo también acogió a varias mujeres, particularmente vulnerables a agresiones sexuales en la calle. Entre las mujeres que viven en el refugio hay una embarazada de 18 años y una madre con su hija de nueve.

"Mientras tengamos un lugar para dormir estamos bien. Porque afuera es peligroso".

Mientras el exterior es caótico –enormes camiones recorren el camino de tierra frente al almacén desde el ocaso hasta el amanecer, y desplazan materias primas y productos adentro y afuera de los espacios industriales vecinos–, el espacio interior está ordenado casi hasta la obsesión. Los equipos de residentes limpian el lugar dos veces por día y frotan los pisos y las superficies con blanqueador en un intento por mantener a raya a los insectos y las ratas. Los residentes con experiencia en la cocina se turnan para cocinar los ingredientes de su exigua despensa, arroz, frijoles y pasta donados por una ONG local. Preparadas en dos placas eléctricas, las comidas se sirven una o dos veces al día, dependiendo de cuánto logren dar de sí los ingredientes.

Se estima que 82.000 nicaragüenses han huido de la nación centroamericana desde que estallaron las protestas antigubernamentales en abril de 2018. Grupos paramilitares se enfrentaron, dispararon en las protestas y mataron a varios cientos de manifestantes. A raíz de esas manifestaciones, muchos de los que salieron a las calles han sido objeto de represalias. Algunos fueron despedidos sumariamente de sus trabajos, sometidos a vigilancia y hostigamiento, o incluso detenidos y torturados. La persecución también se extendió a familiares y amigos de los manifestantes que no participaron en las marchas, pero que fueron tildados de traidores por su asociación con los que sí lo hicieron.

Costa Rica, el vecino por el sur de Nicaragua, ha acogido a más de 68.000 nicaragüenses. A medida que la noticia del almacén corrió entre la creciente comunidad de solicitantes de asilo nicaragüenses en San José, muchos de los cuales llegan con poco más que lo puesto, se acercaron al grupo personas desesperadas tratando de alojarse.

"Les decimos: estamos realmente limitados y la comida es escasa. Pero no importa", dice Jack, y cuenta que su seudónimo se inspira en el personaje de Piratas del Caribe Jack Sparrow, quien, como él, también se ríe ante la adversidad. "Mientras tengamos un lugar para dormir estamos bien. Porque afuera es peligroso".

Para Anthony*, un trabajador social de 27 años que cruzó la frontera hacia Costa Rica a fines del año pasado después de que las fuerzas de seguridad saquearan su casa y congelaran su cuenta bancaria, el almacén resultó ser un salvavidas.

Las primeras semanas en Costa Rica "fueron muy duras", dice Anthony. Casi sin dinero a su nombre, se movió entre casas de amigos y conocidos, se instaló en sus sofás durante unos días y durmió en las calles cuando no tuvo a nadie más a quien pedir cobijo.

Por supuesto, las precarias condiciones dentro de un almacén mal aislado, donde las temperaturas se elevan durante el día y se desploman por la noche, se han cobrado su peaje.

"Al final, todos queremos volver a Nicaragua porque es nuestro hogar".

"Tenemos problemas con alergias, gripes, resfriados, problemas estomacales (y) desnutrición", dice Anthony. Y sin embargo, insistió, es infinitamente mejor que estar en la calle.

Aun así, no está claro por cuánto tiempo podrá el grupo conservar el espacio. Si bien Costa Rica concede a los solicitantes de asilo el derecho a trabajar, generalmente lleva varios meses que se emitan permisos de trabajo, e incluso entonces, muchos dicen que encontrar empleo estable es extremadamente complicado.

Solo cuatro de los que viven en el almacén encontraron trabajo, lo que significa que lograr los 550 dólares de renta es una pesadilla recurrente. Desde que alquilaron el espacio en abril, solo lograron pagar en su totalidad el primer mes. En mayo, apenas pudieron juntar 350 dólares y, en junio, absolutamente nada.

"No sé cuándo nos va a echar el dueño", dice Jack, alzando la voz sobre el estruendo que un aguacero torrencial subtropical hace en el techo de hojalata y el rugido de la maquinaria pesada que proviene de las fábricas vecinas. "Se debe de estar quedando sin paciencia".

Si bien están agradecidos por el puerto seguro que les ofrece Costa Rica, los residentes dicen que esperan permanecer en el almacén solo mientras las circunstancias de su país les obliguen.

"Al final, todos queremos volver a Nicaragua porque es nuestro hogar", dice China*, exinstructora, una de las tres mujeres que se alojan en el almacén.

China destaca la gran brecha entre "alguien que está sentado en el sofá viendo la televisión y que de repente se dice a sí mismo: 'Las cosas no me están yendo tan bien en Nicaragua, voy a ir a Panamá o a Costa Rica para encontrar trabajo ' y alguien que, con una vida estable, se ve obligado a huir”.

 

* Los nombres han sido modificados para preservar su identidad.