Niña superviviente de violencia sexual enfrenta futuro desolador en Níger
Niña superviviente de violencia sexual enfrenta futuro desolador en Níger
Secuestrada por los milicianos de Boko Haram con solo 13 años, Adia* se enfrentaba a una elección desoladora: casarse con uno de los combatientes o asumir su ejecución pública.
“Entierran a la gente viva y dejan fuera solo la cabeza hasta que se mueren”, explica. “Si hablas, si suplicas que tengan piedad o misericordia con esa persona, te matan a ti también”, añade.
Secuestrada por el grupo cerca de la frontera entre Nigeria y Níger, Adia llevaba cautiva cinco meses. Estaban separadas de los chicos, retenidas dentro del complejo en un recinto rodeado de una valla de alambre muy alta; todas sus necesidades quedaban a merced de sus captores.
“Comíamos y bebíamos cuando a ellos les apetecía. Muchas veces pasábamos días sin comer”, dice.
A los chicos los entrenaban para luchar. Las niñas tenían que convertirse en sus mujeres o en bombas humanas: las obligaban a entrar en pueblos o mercados con explosivos pegados al cuerpo que eran detonados remotamente por Boko Haram.
“Entierran a la gente viva y dejan fuera solo la cabeza hasta que se mueren”
Mientras esperaban su destino, las obligaban a trabajar como esclavas; cuando no estaban trabajando, las sometían a “enseñanzas religiosas”. Si no seguían las órdenes, les pegaban.
Los militantes venían a llevarse a las niñas una por una para casarlas con los combatientes. Cuando fueron a por Adia, ella se negó. Otras que se habían negado acabaron siendo ejecutadas públicamente delante de niños y niñas.
Por suerte para ella, el líder de Boko Haram decidió darle un tiempo para cambiar de opinión. Entretanto, se desató una batalla cerca del campamento y la mayoría de los combatientes fue a luchar. Un grupo de chicas y chicos aprovechó la oportunidad para escapar, sabiendo que si los descubrían los castigarían con las ejecuciones públicas que habían presenciado.
Caminaron juntos por las noches durante una semana antes de llegar a Maiduguri, la capital del estado de Borno, al nordeste de Nigeria. Allí, Adia tomó un vehículo que la transportó hasta el vecino Níger, donde le dijeron que estaría a salvo. Por desgracia, su terrible experiencia no hizo más que empeorar.
Adia llegó a Kindjandi, en la región de Diffa, al sudeste de Níger, que acoge a unas 25.000 personas huidas de la violencia: personas refugiadas y hombres, mujeres, niños y niñas desplazados internos. Solo tenía lo que llevaba puesto y ninguna pista de dónde podía estar su familia. Obligada a casarse a los 13 años con un hombre 20 años mayor que ella, ahora su marido había desaparecido.
Un grupo de chicas de su misma edad se apiadó de ella y la acogieron en su refugio. Pero sin forma de conseguir algún ingreso ni ayuda humanitaria, las jóvenes no tenían otra opción que recurrir a la prostitución o, más correctamente, al “sexo por supervivencia”.
“Me quedé embarazada enseguida, después de uno o dos meses… No tengo ni idea de quién es el padre de mi bebé”, nos cuenta mientras lo mece en sus rodillas. Ahora tiene un año y medio.
“No me gusta lo que hago… pero si no lo hago pasará hambre. Muchas veces no me pagan, solo me dan algo de comer que comparto con mi hijo. Si un día no encuentro un hombre, esa noche pasaremos hambre”, añade.
Por desgracia, la historia de esta joven de 15 años es demasiado frecuente. Adia es una de las más de 118.000 personas refugiadas nigerianas en Diffa, huidas de Boko Haram, que se unen a otros 25.000 ciudadanos de Níger que se vieron obligados a retornar de Nigeria, dejando todo lo tenían allá, a causa del conflicto.
Además, casi 105.000 personas han tenido que desplazarse internamente en la región de Diffa desde que la violencia saltó la frontera nigeriana en 2015.
Más de la mitad de estas personas obligadas a huir son mujeres y el 55% tiene menos de 18 años. Al menos 3.500 de ellas son supervivientes de violencia sexual y de género.
“La violencia sexual y de género puede adoptar muchas formas. La violencia y los abusos no afectan solo a las mujeres que huyen de Boko Haram, sino a toda su familia, al conjunto de sus comunidades, que se ven desestabilizadas, humilladas, marginadas y estigmatizadas”, cuenta Alessandra Morelli, representante en Níger de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados.
“Tenemos que reconocer que la violencia sexual y de género es un delito”
El sufrimiento de las jóvenes secuestradas y obligadas a casarse o utilizadas como bombas humanas por Boko Haram salió a la luz en 2014, cuando casi 300 chicas fueron secuestradas en una escuela de Chibok, en Borno. Sin embargo, este no fue un incidente aislado y mujeres y niñas siguen siendo secuestradas de manera regular. Incluso si consiguen escapar, muchas se enfrentan a la estigmatización en el seno de sus comunidades.
ACNUR es la principal organización que brinda protección y asistencia a las poblaciones refugiadas y desplazadas en la región de Diffa. Pero el interés de los donantes está en declive.
En enero de 2018 ACNUR lanzó un llamado regional para recaudar 157 millones de dólares (USD) con los que dar respuesta a las necesidades de las personas refugiadas desplazadas por Boko Haram en la cuenca del Lago Chad, que incluye a Camerún, Chad y Níger. Al terminar julio, solo se había recibido el 32% de la financiación necesaria.
ACNUR trabaja en la región de Diffa con organizaciones socias y con grupos comunitarios de protección para fomentar la prevención de la violencia sexual y de género y garantizar el acceso a servicios adecuados de respuesta, incluido apoyo médico, psicosocial, económico y legal. Pero con la falta de financiación en el sector de la protección, esta asistencia no consigue llegar a todo el mundo.
“Tenemos que reconocer que la violencia sexual y de género es un delito y una terrible violación del bienestar, la libertad y la integridad de una persona”, subraya Morelli.
ACNUR está buscando soluciones adecuadas para Adia. En un primer momento, se trasladará a un campamento de refugiados donde tendrá acceso a servicios básicos, como educación y toda una serie de servicios de apoyo, entre los que existe la posibilidad del reasentamiento en un tercer país: se trata de una ayuda que Adia necesita urgentemente.
Adia se despide de nosotros, su pequeña constitución combada bajo el peso del bebé que carga en sus espaldas y bajo el peso de todo lo que ha tenido que soportar.
*Los nombres se ha modificado para proteger la identidad de las supervivientes.