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Un vínculo compartido entre la ganadora del Premio Nansen y a quienes ayuda

Historias

Un vínculo compartido entre la ganadora del Premio Nansen y a quienes ayuda

Inspirational Roman Catholic nun, Sister Angélique Namaika, regards the girls she has assisted as her daughters, whose broken lives she has helped to rebuild. [for translation]
17 September 2013
La hermana Angélique Namaika abraza a Rose, una de las adolescentes que ha ayudado. Ella cree que todas las mujeres deberían tener una educación.

DUNGU, República Democrática del Congo, 17 de septiembre (ACNUR) – Si das una vuelta por el pequeño y polvoriento pueblo de Dungu o visitas los pueblos de los alrededores, seguramente te encontrarás con algunas de los cientos de niñas a las que la hermana Angélique Namaika ha ayudado durante los últimos cinco años en esta región pobre e inestable de la República Democrática (RDC). Esta religiosa católica considera a estas niñas, cuyas vidas han sido destrozadas, como sus propias hijas y las ayuda a salir adelante.

Por la ayuda vital que aporta a las personas más vulnerables, las personas desplazadas y las víctimas de la violencia brutal perpetrada por el Ejército de Resistencia del Señor (LRA) en la provincia congoleña de Orientale, ACNUR rinde homenaje a la hermana Angélique mediante la concesión este año del prestigioso Premio Nansen para los Refugiados.

Este reconocimiento será sin duda aplaudido por las aproximadamente 2.000 mujeres y niñas a las que ha ayudado incansablemente durante los últimos años en el noreste de la República Democrática del Congo. Parte del vínculo que le une a muchas de estas mujeres se debe a su experiencia común de desplazamiento forzado. De hecho, la hermana Angélique también se vio obligada a huir en 2009 cuando el LRA atacó la ciudad de Dungu.

Al igual que otras víctimas de todas las edades capturadas por el LRA, ella cuenta que fue un momento muy difícil. La hermana Angélique comenzó a trabajar para las mujeres de Dungu un año antes. La traumática experiencia que vivió y su admiración por la resiliencia y el valor de las víctimas que ha conocido, han reforzado su determinación de hacer más por ellas.

Desde 2008, la hermana Angélique ayuda a las mujeres más vulnerables a través de la organización humanitaria" Centro para la Reintegración y el Desarrollo". Muchas mujeres han sido secuestradas y agredidas físicamente o sexualmente, incluso violadas. Su reintegración es difícil debido a la estigmatización que acarrean.

La hermana Angélique las ayuda a recuperar su dignidad y su deseo de vivir formándolas para poder tener un oficio, enseñándoles a leer y escribir, encontrándoles un trabajo, ofreciéndoles cobijo y mostrándoles que hay alguien se preocupa por ellas. Es un trabajo muy exigente, tanto en el plano emocional como físico. La ganadora de esta edición del Premio Nansen de los Refugiados habló con Céline Schmitt, de ACNUR, sobre las razones que la empujan a continuar, la historia de estas mujeres que le han motivado y emocionado, y la razón por la que nunca se detendrá:

"Hace dos años, yo estaba en la iglesia cuando alguien me llamó y me dijo: `Hermana, su hija le está esperando fuera'. Salí, un poco extrañada, y vi a una chica sentada en la calle con un bebé. La joven vendía carbón. Fui a verla, la llevé al centro en el que ayudaba a mujeres y le pedí que me contara su historia."

Rose* tenía 16 años y había sido prisionera del LRA durante un año y ocho meses. Cuando la conocí, acababa de ser rescatada por el ejército ugandés. Aún estaba traumatizada y padecía una enfermedad de transmisión sexual. Había venido a Dungu para reencontrarse con su madre, pero ésta la rechazó y la acusó de ser miembro del LRA. Rose no tenía a dónde ir y estaba pensando volver a la selva. No tenía otro medio económico para sobrevivir salvo la venta de carbón vegetal. Además, su bebé estaba enfermo y Rose no podía permitirse llevarlo al hospital. No podía dejarlo en la calle. Yo le pedí que se viniera a vivir conmigo.

Siempre había ayudado a las mujeres y las niñas, incluso antes de llegar a Dungu. Estoy convencida de que todas las mujeres deben tener acceso a la educación, incluso si tienen que abandonar la escuela a causa de un embarazo, matrimonio o para ayudar a sus familias. Las mujeres deben tener la posibilidad de ganar dinero, y por este motivo empecé a impartir cursos de costura, panadería o cocina".

Rose estaba tan delgada cuando la conocí. Le dije que tenía que comer más para recuperar fuerzas y encontrar trabajo. La enseñé a cocinar y a coser. Después de dos días, comenzó a hornear y vender mandazis (bollos). Hoy en día, los vende en el mercado y cose ropa para mujeres y niños. En aquel momento, Rose soñaba con tener una máquina de coser y hoy tiene una. Su hijo de dos años goza de buena salud y ella se ha reconciliado con su madre.

Simone*, una viuda de 45 años, es otro ejemplo de la fuerza interior que habita en la mayoría de las mujeres que han sufrido. El marido de Simone fue asesinado por el LRA en 2005. Durante varios años tuvo que vivir en la calle con sus nueve hijos debido a su pobreza. La enseñé a cocinar y la he invitado a formar parte de nuestro servicio de catering. Hoy en día, puede pagar las tasas escolares de sus hijos".

Yo no doy comida. Yo les ayudo a aprender un oficio y a reconstruir sus vidas. Yo siempre les digo que la capacidad de ganar dinero está en sus manos, sólo es un recurso que debemos utilizar. Una vez que las mujeres cuentan con ingresos, ellas mismas son capaces de cuidar a sus familias y de enviar a sus hijos a la escuela".

"También enseño a las mujeres a leer y escribir. Sus voces deben ser escuchadas. Ellas deben ser capaces de hablar en público, y por eso, necesitan acceder a la educación. Educar a una mujer es como educar a toda una nación, ya que las mujeres son las que enseñan a sus hijos.

"Patricia* es un ejemplo extraordinario. Su historia me conmovió. Tiene 45 años y es madre de 12 hijos. Dos de sus hijos fueron secuestrados por el LRA y su marido perdió la visión en un ojo. Sin embargo, ella participa en todas las actividades que organizamos. Nunca fue a la escuela, pero ahora, tras un año de clases de alfabetización, puede leer una carta sencilla".

"Otra parte importante de mi trabajo es ayudar a las mujeres a recuperarse de sus traumas. Estar con otras mujeres también ayuda. Bromeamos, nos reímos y cantamos. En las clases de alfabetización, hablamos de cosas que les afectan y tratamos de encontrar soluciones. Cuando las mujeres tienen una ocupación, sufren menos, y cuando están felices, toda la familia es feliz".

También me impresiona mucho ver hasta qué punto los maridos apoyan las actividades que sus esposas hacen conmigo. Un día, estaba yo cocinando con un grupo de mujeres para un evento para el que nuestro centro de Dungu realizaba el servicio de catering. Terminamos muy tarde y las acompañé a sus casas. En casa de una de ellas, le expliqué a su marido por qué llegaba tarde. Él me dijo: `Cuando están con usted, sabemos que están en buenas manos'".

Me he prometido a mí misma que nunca perderé el coraje de ayudar a estas mujeres. Me ven como a su madre. Incluso si sólo tengo un par de zapatos, prefiero dar todo lo que tengo para ayudarlas. Estoy tan conmovida por su fortaleza y valor. Todas ellas han sufrido tanto. Han sido desplazadas, han perdido a familiares y han padecido una violencia terrible, incluida la violencia sexual. Si sus maridos han sido asesinados, ellas deben hacerse cargo de sus familias. Y a pesar de todo esto, están dispuestas a aprender y trabajar".

*Nombres cambiados por motivos de protección.