Una artista venezolana que alza la voz en Buenos Aires a través del 'Ballroom'
Una artista venezolana que alza la voz en Buenos Aires a través del 'Ballroom'
Desde que AJ tiene memoria, se dedica a la música. El baile vendría después.
La artista venezolana de 28 años empezó a estudiar música a los 6 años. A los 14, comenzó a tocar el clarinete, el instrumento que luego tocaría profesionalmente en orquestas antes de irse de su país hace unos seis años.
“Mi vida en Venezuela”, dice, con nostalgia, “fue un ir y venir entre orquestas”.
Pero para AJ, la música se paró de manera brusca cuando, como más de 6 millones de sus compatriotas, se marchó de Venezuela. Era el año 2016, cuando con su cuñado y un amigo, decidió salir rumbo a Ecuador. El viaje era penoso, y cuando llegaron a Quito, la capital ecuatoriana, la supervivencia les ocupaba tanto tiempo que a AJ no le sobraba nada para la música. Tras un año en Quito, AJ decidió continuar su periplo, saliendo sola, esta vez, rumbo a Argentina.
“Cuando bailo tengo la libertad de ser lo más femenine que pueda, que por años me dijeron que estaba mal”.
En los primeros años en Buenos Aires, pasó por un proceso de estabilización parecido al que había vivido en Ecuador. Pero de repente, su vida se llenó nuevamente de música, cuando escuchó hablar de Latin Vox Machine, una orquesta integrada por unos 100 artistas, en su mayoría personas refugiadas y migrantes venezolanas. AJ comenzó a tocar el clarinete con el grupo, cuyos miembros le hacían sentir acogida y acompañada.
Fue en ese momento que AJ comenzó a indagar sobre su identidad de género. Estaba sumergida en ese proceso complejo cuando se encontró con el voguing y la cultura Ballroom, por pura casualidad, en el lanzamiento de una marca de ropa sin género.
“Quedé súper sorprendida de la manera en que se movían”, recuerda. Quedó tan fascinada por ese estilo de baile, que nació como un espacio de contención y resistencia a la violencia y discriminación que sufrían las personas de la comunidad latina, negra y LGBTIQ+ en los años 60s en Nueva York, que a
las pocas semanas, se apuntó para clases. Fue ahí que aprendió del trasfondo político que había detrás.
Cuando surgió en Nueva York, el Ballroom se organizaba en distintas “casas” (como la icónica “House of LaBeija”), con madres y/o padres, hogares donde los participantes se resguardaban muchas veces de las propias familias que les habían expulsado. Las casas se presentan en las ballrooms, o salones de baile, donde se desfila y se compite en distintas categorías. En la década de los 2000, el Ballroom se globalizó y llegó también a Argentina, donde la escena ha tomado más impulso desde 2015, y se ha extendido a varias provincias, como Tierra del Fuego y Chaco.
“Es un movimiento contra el racismo, contra la transfobia, contra la xenofobia, contra el odio hacia las personas seropositivas”, define AJ. La cultura Ball llegó en el momento justo e indicado para ella; pudo descubrirse, y tener la libertad de ser sí misma. Podía jugar con todo eso que le estaba pasando. En ese proceso se descubrió como una persona trans no binaria.
“Cuando bailo tengo la libertad de ser lo más femenine que pueda, que por años me dijeron que estaba mal”, dice.
Además de ser un espacio de expresión artística, AJ encontró en esta disciplina una forma de aportar ante las necesidades y problemáticas de la población LGBTIQ+, las cuales se vieron exacerbadas durante la pandemia por COVID-19.
Junto a seis activistas, crearon Socio Ballroom, una organización sin fines de lucro que ofrece a la comunidad LGBTIQ+ información, talleres, y actividades en torno al acceso a derechos, en particular la salud. Además, brinda un espacio de escucha con perspectiva de género, un aspecto fundamental según AJ “porque a veces de eso depende la vida de las personas”.
“Lo que me gustaría que pasara con Socio BallRoom, que no solamente se vea el Ballroom como un espacio artístico, sino también como el espacio de contención para un montón de personas trans, racializadas, VIH positivas, sin casas, migrantes, refugiadas que también estamos dentro del Ball”, cuenta.
Pero el espectáculo también le llama mucho la atención. Al prepararse para una presentación con la compañía de danza La Grupa, frente a una sala repleta en el Centro Cultural Kirchner, AJ confiesa que está nerviosa.
Y con justa razón, ya que está por cumplir un sueño: presentarse con el clarinete como solista y bailar.