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Una monja brasileña que defiende a las personas refugiadas gana el Premio Nansen de ACNUR

Historias

Una monja brasileña que defiende a las personas refugiadas gana el Premio Nansen de ACNUR

Tras dedicar su vida a la causa de los refugiados, la hermana Rosita Milesi sigue dando forma y personificando el enfoque acogedor de Brasil hacia las personas que se han visto forzadas a huir.
8 October 2024
Una mujer de cabello blanco con lentes y camisa blanca en el interior de una gran iglesia con cúpula de cristal

La hermana Rosita Milesi en el interior de la Catedral Metropolitana de Brasilia, en el centro de la capital brasileña.

Cuando se le pregunta cómo la hija de un granjero que se hizo monja católica terminó siendo una de las más influyentes defensoras de los refugiados en Brasil, la hermana Rosita Milesi, de 79 años, ofrece una respuesta sencilla: determinación.

“Siempre he sido una persona muy decidida, desde niña. Si me propongo algo, le daré la vuelta al mundo para conseguirlo”, afirma en una calurosa tarde en la ciudad de Boa Vista, al norte de Brasil, donde la organización que dirige, el Instituto de Migración y Derechos Humanos (IMDH), ayuda a personas refugiadas y migrantes de la vecina Venezuela y otros países.

Por su compromiso de décadas en el apoyo a la población refugiada y su papel de liderazgo en la configuración de las políticas de acogida de Brasil, la hermana Rosita Milesi ha sido elegida Laureada Global del Premio Nansen para los Refugiados de ACNUR 2024.

La determinación de la hermana Rosita no está alimentada por la ambición personal, sino por una profunda fe y el compromiso de ayudar a los demás. Estos valores le fueron inculcados desde pequeña por sus padres, de lengua italiana, que terminaban cada jornada laboral rezando con sus 11 hijos. A pesar de que disponían de poco, también ofrecían trabajo, comida y una cama a las personas necesitadas que se lo pedían.

Una mujer de cabello blanco con letras arriba de su cabeza que dicen: GANADORA GLOBAL - HEROÍNAS SIN CAPA

A los 9 años, Rosita abandonó el hogar familiar en el sureño estado de Rio Grande do Sul para asistir a un colegio convento cercano dirigido por los Misioneros Scalabrinianos. La congregación se fundó a finales del siglo XIX para ayudar a los migrantes italianos que llegaban a las Américas y, aunque su labor se había desviado de su objetivo original, esa misión fundadora acabaría definiendo la vida y el trabajo de la hermana Rosita.

Tras hacer sus votos y convertirse en monja en 1964, cuando solo tenía 19 años, Sor Rosita pasó las dos décadas siguientes trabajando como maestra de escuela y administradora de hospitales en instalaciones gestionadas por la congregación para ayudar a los pobres. Durante este tiempo, su determinación la ayudó a superar las reservas de la congregación cuando solicitó estudiar Derecho, y finalmente obtuvo un máster.

Defensora de los refugiados

“Cuando me preguntaban por qué estudiaba, yo respondía: ‘Voy a ser abogada de los pobres’, porque ésa era nuestra misión entonces: ayudar a quienes lo necesitaban. Las personas refugiadas y migrantes aún no formaban parte del panorama”, explica.

Su formación jurídica hizo que, cuando en los años 80 los Scalabrinianos decidieron volver a sus raíces ayudando a la población refugiada y migrante, la hermana Rosita fuera la encargada de crear un Centro de Estudios sobre Migración en la capital, Brasilia.

“Sabía poco sobre el tema, pero tenía que prepararme. Así que empecé a estudiar el tema de los desplazados y decidí dedicar mis conocimientos a los migrantes y refugiados”, cuenta.

Tres mujeres sonrientes se dan la mano en el exterior de un edificio

La hermana Rosita habla con la refugiada burundesa Halima Ali Mohamed (a la izquierda) y con la refugiada keniana Odette Ildunayezu (a la derecha) por fuera de su oficina en el Instituto de Migración y Derechos Humanos (IMDH) de Brasilia.

A través de este camino indirecto surgió una formidable defensora de los refugiados. Su experiencia y su discreto poder de persuasión resultaron decisivos cuando se propuso el proyecto de Ley de Refugiados de Brasil en 1996. La hermana Rosita consiguió apoyos para ampliar la definición de refugiado en consonancia con la Declaración de Cartagena de 1984, lo que garantizó la inclusión de muchas más personas que buscaban protección internacional en la ley aprobada en 1997. Logró resultados igualmente impresionantes durante la adopción de la Ley de Migración de Brasil en 2017.

“Cualquier ley dura muchos años. Buena o mala, es difícil de deshacer. Así que no podíamos dejar pasar una ley limitada si existía la posibilidad de ampliarla”, explica sobre la legislación de 1997. “Incluso le envié una carta al Vaticano, en Roma. Solicité que le enviaran una carta al gobierno de Brasil que resaltara cuán importante era ampliar el concepto de ‘refugiado’. Enviaron un mensaje, gracias a Dios”.

Luana Guimarães Medeiros, Directora del Departamento de Migración del Ministerio de Justicia y Seguridad Pública de Brasil, destaca el “papel crucial” de la hermana Rosita en la aprobación de ambas leyes y su continua contribución como estrecha colaboradora y asesora del Ministerio.

Dos mujeres platican en un pasillo rodeado de plantas en el exterior de un gran edificio institucional

La hermana Rosita se reúne con Luana Guimarães Medeiros, Directora del Departamento de Migración, frente al edificio del Ministerio de Justicia brasileño en Brasilia.

“Es una persona que siempre está aquí – independientemente del gobierno que esté en el poder – para dar buenos consejos, consejos realistas, consejos concretos sobre cómo podemos mejorar las cosas de una manera muy práctica, humana y acogedora”, añade Medeiros. “No se me ocurre nadie mejor en Brasil – o quizá en el mundo – para recibir este premio porque ella ha dedicado literalmente toda su vida a la causa de los refugiados”.

Un rol práctico

Además de su labor jurídica, la hermana Rosita coordina una red de unas 70 organizaciones nacionales que apoyan a la población refugiada, migrante y a las comunidades locales. También forma parte del Comité Nacional para los Refugiados (CONARE) y de la junta directiva de la Fundación Scalabriniana, y ha publicado artículos académicos sobre desplazamiento forzado y migración. “Siempre he sido capaz de hacer tres, cuatro o cinco cosas a la vez”, afirma con naturalidad.

Por encima de todo, es una humanitaria comprometida y práctica. Ella y sus equipos del IMDH en Brasilia y Boa Vista trabajan incansablemente para mejorar la vida de algunas de las 790.000 personas que necesitan protección internacional en Brasil, procedentes de 168 países diferentes, entre ellos Venezuela, Haití, Afganistán, Siria, Irak, Burkina Faso, Malí y Ucrania.

“No se me ocurre nadie mejor... para recibir este premio”.

Luana Guimarães Medeiros, Directora del Departamento de Migración

 

Una mujer de cabello blanco sentada detrás de un escritorio ayuda a una mujer sentada enfrente a rellenar un formulario mientras otra mujer está de pie junto a ellas

En la oficina del IMDH en Boa Vista, la hermana Rosita registra a una madre joven procedente de Venezuela para una distribución de kits de nutrición.

Como la propia hermana Rosita, el apoyo del IMDH es pragmático y se guía por las necesidades de las personas refugiadas. Con el respaldo de socios como ACNUR, el IMDH ayuda sobre todo a mujeres, niñas, niños y grupos vulnerables a acceder a documentación, asistencia social y empleo formal. También ofrece apoyo financiero y asesoramiento para ayudar a que las personas refugiadas desarrollen sus propios negocios, y distribuye kits de salud y nutrición a madres con niños pequeños.

De vuelta a Brasilia, la Casa Bom Samaritano es un gran edificio de dos plantas en un frondoso suburbio de la capital gestionado por la organización socia AVSI Brasil, donde hasta 90 venezolanos a la vez pueden acceder a alojamiento, clases de idiomas, formación profesional y otros tipos de apoyo. La hermana Rosita, reconocible al instante por su cabello blanco como la nieve, saluda al personal y a los residentes por su nombre; su amabilidad y su curiosidad natural hacen que todos se sientan cómodos.

Elizabeth Tanare, de 38 años, y su esposo vivieron ahí varios meses después de salir de Venezuela en 2023. Aprendió portugués y finanzas personales antes de abrir su propio negocio de masajes terapéuticos con la ayuda del IMDH.

Dos mujeres se toman de la mano mientras conversan en un jardín a la sombra

Elizabeth Tanare, venezolana de 38 años, se reúne con la hermana Rosita en el jardín del centro Casa Bom Samaritano de Brasilia.

“Aquí nos apoyaron, nos orientaron [y] después de tres meses, nos sentimos integrados en la sociedad brasileña”, cuenta Tanare. “La hermana Rosita nos ayudó con la compra de material, incluida una cama de masajes, para que pudiéramos empezar a trabajar. Ella es la pieza del rompecabezas que lo une todo, estableciendo vínculos con otras instituciones, y siempre está en contacto con todo el mundo”.

Compromiso de por vida

La Hermana Rosita está de acuerdo en que su papel consiste a menudo en servir de punto focal para los demás. “Muchas personas no tienen el valor de empezar, pero están dispuestas a apoyar. Así que alguien tiene que liderar para que unamos fuerzas”, explica. “Si hay una necesidad humana o humanitaria, no me da miedo actuar, aunque no consigamos todo lo que queremos”.

También establece estrechos vínculos personales con muchas de las personas a las que ayuda. Jana Alraee, antigua profesora, llegó a Brasilia en 2014 con su esposo ingeniero y sus tres hijas después de huir de su hogar en Damasco, la capital siria. Habiendo agotado sus ahorros e incapaces de hablar el idioma o encontrar un trabajo regular, la familia pensó en regresar a Siria hasta que un amigo les presentó a la hermana Rosita.

Ella les encontró un profesor de portugués, les ayudó a establecer su ahora exitoso negocio de catering sirio y, lo que es más importante, se convirtió en una amiga siempre presente y en una fuente de apoyo para la familia.

“Cuando alguien huye de su país a causa de la guerra, deja todo atrás: su familia, su madre, su padre... a todos. Entonces, cuando conoces a alguien como la hermana Rosita, con tan buen corazón, te da amor, consejo... Yo la llamo 'Madre', no la llamo 'Hermana', porque ella me da lo que extraño”, comenta Alraee, tomando la mano de la hermana Rosita entre las suyas. “Si me siento perdida, ella me devuelve al camino correcto... siempre está conmigo, siempre”.

“Ella es la pieza del rompecabezas que lo une todo”.

Elizabeth Tanare, 38 años

 

Una mujer sonriente está de pie detrás de otra que la rodea con los brazos junto a una ventana con cortinas en el interior de una casa

Jana Alraee abraza a su amiga la hermana Rosita dentro de su casa familiar en un barrio residencial de Brasilia.

Cerca de cumplir 80 años, la hermana Rosita comenta con una sonrisa irónica que las personas suponen que ya no tiene sueños que perseguir. Si es así, no entienden la naturaleza vitalicia de su compromiso. Enumeró sus planes para mejorar el acceso a la educación de la niñez refugiada, mejorar el reconocimiento de los títulos de los refugiados y – tras la devastación causada por las recientes inundaciones en su natal Rio Grande do Sul – abordar el creciente impacto del cambio climático en la población refugiada y desplazada.

En otras palabras, la hermana Rosita nunca dejará de soñar – y de trabajar – por un futuro mejor para las personas refugiadas.

“Siempre debemos tener una utopía porque nos muestra el horizonte”, afirma. “Nunca llegamos al horizonte porque a medida que avanzamos, el horizonte se aleja. Pero nos señala el camino. Tener una utopía, tener un sueño, tener la convicción de construir algo mejor es fundamental. Y es fundamental para las personas refugiadas”.