Esta es la impactante magnitud del sufrimiento humano que presencié en Yemen
Esta es la impactante magnitud del sufrimiento humano que presencié en Yemen
He trabajado en varias emergencias humanitarias en el Medio Oriente y he seguido las noticias del conflicto en Yemen durante años. Pero nada de lo que había leído o vivido podía haberme preparado para la magnitud del sufrimiento humano que me esperaba cuando vine aquí hace tres meses.
Antes de llegar, sabía que 20 millones de personas en todo el país sufrían inseguridad alimentaria, la mitad de las cuales estaban aquejadas de niveles severos de hambre.
Pero solo cuando escuché los gritos de una niña de ocho meses gravemente desnutrida y vi la desesperación en los ojos de su madre, o escuché a un adolescente describir la explosión de una mina terrestre que mató a su mejor amiga, solo entonces me di cuenta del horror que ocultaban las estadísticas.
La ONU estima que 7,4 millones de yemeníes necesitan ayuda para tratar o prevenir la desnutrición -4,4 millones de ellos de manera acuciante-, y ha verificado que más de 6.700 niños han sido asesinados o mutilados desde el inicio del conflicto.
Como oficial de comunicación de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, basada en la sureña ciudad portuaria de Adén, parte de mi trabajo es ayudar al mundo exterior a comprender lo que está sucediendo en Yemen, compartiendo aquello de lo que he sido testigo.
Una de las primeras cosas que me impresionó fue la impactante belleza del país. Interminables tramos de prístinas costas y playas de arena blanca, con imponentes cadenas montañosas de fondo. Granadas hinchadas con jugo de color rubí, mariscos que combinan con cualquier cosa en la tierra y ríos de miel en cada tono de oro.
En contraste con este increíble paisaje natural, los niveles de de pobreza y miseria son abrumadores. La evidencia de casi cuatro años de feroces combates está en todas partes. Mientras conduces a través de Adén, ves que no hay un sólo edificio intacto por los bombardeos y las balas, y que casi todos los hombres adultos llevan un rifle automático al hombro.
La ONU ha descrito la situación en Yemen como el peor desastre humanitario en curso en el mundo. Cualquiera que siga las noticias conocerá los titulares: civiles muertos y heridos, hogares destruidos y niños que pasan hambre. Pero la dura lucha por llevar una vida cotidiana en un país devastado por la guerra es más difícil de transmitir.
Aquí hay muchas capas de sufrimiento, cuy efecto se ha vuleto más agudo por causa del desplazamiento forzoso masivo. Se estima que 4,3 millones de personas han huido de sus hogares en los últimos cuatro años, y que 3,3 millones permanecen aún desplazadas y luchando por sobrevivir. Hay comida disponible, pero la mayoría de los yemeníes simplemente no tiene para pagarla. Algunas familias me contaron que, aunque la desnutrición impide a las madres producir suficiente leche para alimentar a sus bebés, no pueden costearse la fórmula para reemplazarla.
La economía está al borde del colapso. Las pérdidas acumuladas del PIB real se estiman en 49,9 mil millones de dólares en los últimos tres años. Pero la economía es sólo una parte de la historia. Más de una cuarta parte de los niños en edad escolar no asisten a clases. Desde finales de 2016, se han reportado más de 1,3 millones de supuestos casos de cólera con cerca de 2.800 muertes asociadas en 306 distritos de Yemen, el peor brote en tiempos modernos.
A esto hay que añadir los daños psicológicos que las fotografías y los reportajes informativos no son capaces de mostrar: hombres, mujeres, niños y niñas que sufren de ansiedad, depresión y otros trastornos mentales. Los padres ya no pueden mantener a sus hijos. En una sociedad en la que los hombres han sido, tradicionalmente, los principales generadores de ingresos, esta pérdida de estatus tiene un fuerte impacto, en el que se incluyen el aumento de los casos de violencia doméstica.
ACNUR proporcion atención psicosocial en centros comunitarios y unidades móviles; no obstante, faltan especialistas psiquiátricos y centros de salud, lo que deja a muchos pacientes sin la medicación o el seguimiento necesarios.Menos del 50 por ciento de las clínicas del país permanecen abiertas, y las que lo están sufren una grave escasez de medicamentos esenciales.
El sentimiento de desesperación es generalizado. Conocí a personas que vivían a la intemperie en tierras rocosas, expuestas a los elementos climáticos y otros peligros -con temperaturas de verano que alcanzan los 40° C- pero que no tenían a dónde ir. Un número creciente de familias desplazadas viven en lo que llamamos “asentamientos espontáneos”, sin refugios fijos ni acceso a instalaciones de agua potable o higiene. Había visto refugios improvisados en el Líbano e Irak, pero nada como esto: apenas hay materiales para construir algo resistente. Los raquíticos albergues se levantan con cualquier cosa que se pueda encontrar: restos de materiales diversos, cajas de cartón, ramas, bolsas de plástico...
La semana pasada conocí a Salah, un adolescente tímido y de habla suave, nativo de Taiz, ciudad del suroeste de Yemen. Lo hallé en uno de los sitios improvisados donde viven miles de personas, tras haber huido de los combates en Taiz y en la ciudad portuaria de Al Hudeydah. Dejó su casa hace un año con su abuela y su hermana, dejando atrás a sus padres, de edad avanzada, que no querían abandonar su hogar y su ganado.
Salah vive en una estructura improvisada que él mismo ayudó a construir, un espacio demasiado pequeño para que pueda mantenerse erguido, pero es lo mejor que él y su familia lograron hacer dadas las circunstancias. “Es mi propio espacio, algo así como mi propia habitación”, me dijo.
Estar al lado del refugio de Salah es entender lo que significa no tener nada. Sus únicas posesiones son la ropa que lleva y los artículos básicos de emergencia que ACNUR ha distribuido a las familias en este asentamiento. Casi todos huyeron de sus hogares sin apenas posesiones, en muchos casos incluso sin zapatos. Dependen completamente de la ayuda que reciben.
“La guerra ha destruido la economía, ha destruido los medios de vida y sus vidas en general”.
Como muchas de las historias que he escuchado en Yemen, el relato de Salah no es fácil de escuchar o de volverse a contar. Hace un año y medio, él y su mejor amiga Kareema salieron a pastar ovejas con otro amigo en un valle cerca de su casa en Taiz. Kareema encontró con un objeto y, como cualquier niño, sintió curiosidad y lo recogió. “No sabíamos qué era, pero pensamos que podíamos jugar con él”, me dijo Salah. “Un minuto más o menos después de que ella lo recogiera, explotó”.
Kareema resultó muerta en el acto, mientras que Salah perdió la pierna y la mano izquierdas. “Cuando me desperté, estaba en el hospital”, me murmuró. “Mis intestinos estaban afuera. Tuve varias operaciones... cuando me di cuenta de que había perdido la pierna y la mano, quedé devastado”. Su otro amigo resultó gravemente herido.
La guerra en Yemen ha robado su infancia a niños como Salah . Cuando nos separamos, los sentimientos de devastación y rabia me consumían, consciente de que es poco probable que la vida mejore para él y para miles de sus compatriotas yemeníes en el futuro, dada la magnitud de esta crisis. La ONU estima que 24 millones de personas en Yemen necesitan en estos momentos algún tipo de asistencia humanitaria o protección, es decir, el 80 por ciento de la población. La comunidad humanitaria, que trabaja para ayudarlos, necesita un estimado de 4,2 mil millones de dólares para brindar ayuda vital a los más vulnerables en 2019.
“24 millones de personas en Yemen ahora necesitan algún tipo de asistencia humanitaria o protección”.
La guerra ha destruido la economía, ha destruido los medios para ganarse la vida y sus vidas en general. Con el aumento de los costos de los alimentos y la escasez de oportunidades laborales, la gente tiene cada vez menos oportunidades de cubrir sus necesidades básicas. La tasa de pobreza ha aumentado dramáticamente, con un estimado de un 81% de yemeníes viviendo por debajo del umbral de la pobreza, un aumento de un tercio desde 2014. Debido al aumento de sus deudas, cada vez son más las familias desplazadas en casas alquiladas que viven bajo la amenaza de desahucio.
Nuestros equipos evaluan actualmente las principales necesidades existentes, habiendo descubierto que un elevado número de personas recurre a mecanismos negativos para enfrentar esta situación, como la mendicidad, el trabajo infantil en sus peores manifestaciones o los matrimonios tempranos, que, cuando se trata de niñas, se ve como una de las pocas opciones que tienen las familias para aliviar las dificultades económicas.
ACNUR está sobre el terreno, trabajando para llegar hasta las personas más vulnerables. Nuestros equipos brindan asistencia y protección en todo el país: refugios tanto de emergencia como de transición, y provisión de asistencia en efectivo a familias vulnerables para ayudarles a sobrevivir. Una parte fundamental de nuestra respuesta es ofrecer protección a las personas que la necesitan, en materia de orientación social, apoyo psicosocial y asistencia legal, entre otros aspectos. En 2018, ACNUR proporcionó servicios de esta clase a 105.000 personas.
Pero la magnitud de esta crisis es mayor de lo que jamás haya visto. Seguiremos trabajando para tratar de ayudar a los más vulnerables, aunque, mientras el conflicto continue, lo cierto es que no podemos llegar a todos.