ACNUR intensifica la asistencia para las personas venezolanas en Colombia
ACNUR intensifica la asistencia para las personas venezolanas en Colombia
Más de 4.000 personas venezolanas entran a Colombia a diario, buscando quedarse o continuar su viaje hacia el Sur. Miles hacen el trayecto a pie, cruzando el Puente Internacional Simón Bolívar. Bajo el implacable sol, arrastran sus desgastadas maletas, cargan gigantes bultos sobre sus hombros o arrullan a los niños en sus brazos.
Con la deteriorada situación que enfrenta su país, muchos de ellos están en necesidad de protección internacional.
“El constante flujo de personas venezolanas que entran a Colombia genera grandes desafíos para la satisfacción de sus necesidades humanitarias”, dijo el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, Filippo Grandi, durante su visita a Villa del Rosario el domingo. “ACNUR está comprometido con la intensificación de su presencia y asistencia”.
Grandi se encuentra de visita en Colombia, así como en otros países de América Latina, para abordar las necesidades de los refugiados y migrantes venezolanos, así como de los países que los acogen, y discutir enfoques regionales para abordar el creciente flujo con mayor apoyo internacional.
Cerca de dos millones de venezolanos han abandonado su país desde el 2015. Cerca de un millón se encuentran en Colombia, donde el Gobierno busca asegurar que puedan trabajar de forma legal y tengan acceso a servicios sociales, a través de un permiso especial. Alrededor de 400.000 venezolanos han obtenido permisos para trabajar legalmente y acceder a servicios sociales en el país, de acuerdo con el Gobierno colombiano.
“Las personas venezolanas sin acceso a un estatus legal, son particularmente vulnerables a la explotación, la trata y la discriminación”, dijo Grandi.
“El constante flujo de personas venezolanas que entran a Colombia genera grandes desafíos para la satisfacción de sus necesidades humanitarias”.
Los venezolanos dicen que se ven obligados a salir por múltiples razones. Entre ellas, la inseguridad y la violencia, la falta de acceso a comida, medicamentos y servicios esenciales, así como la pérdida de ingresos debido a la actual situación política y socio-económica.
La región del Norte de Santander es el punto fronterizo más concurrido en Colombia, contabilizando 75 por ciento de todas las entradas terrestres. Las autoridades nacionales y locales están trabajando con ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, la Organización Internacional para las Migraciones y otras entidades en la zona, para dar mejor abordaje a las necesidades más básicas e inmediatas de quienes llegan, incluyendo refugiados y migrantes venezolanos y 300.000 colombianos que regresan al país.
“Me impresionan los esfuerzos de Colombia en relación con la documentación, la alimentación, el albergue y la atención de los miles de venezolanos que llegan a diario”, dijo Grandi. “Esta extraordinaria solidaridad necesita más apoyo internacional”.
Para muchos venezolanos, la primera parada es la cocina comunal de la Divina Providencia. Aquí se sirven 3.000 desayunos y 3.000 almuerzos gratis todos los días. Las personas refugiadas y migrantes se alinean desde las 6 de la mañana. Para las 11.30 am, rara vez queda algo de comida.
El centro depende de entre 80 y 100 voluntarios colombianos y venezolanos. Entre las personas que conoció Grandi se encuentra Irene Navajo, de 35 años, y originaria de Caracas. Ella explicó que después de que su esposo perdiera su empleo en construcción, la familia no podía sobrevivir con su salario como encargada de limpieza en un centro de salud. La pareja cruzó a Cúcuta hace ocho meses, dejando a sus cuatro hijos en Venezuela, con la madre de Irene.
“Es triste abandonar el país de uno, pero no hay nada más que hacer”, dijo ella, mientras lavaba los tenedores y las cucharas en un gran balde de plástico azul.
Poco después de llegar a Cúcuta, robaron las dos maletas que cargaba Irene con todas sus pertenecías. Ella y su esposo durmieron en las calles por dos meses. Después, una mujer le habló sobre Divina Providencia, y la mañana siguiente, puntual a las 7 am, Irene esperaba el desayuno. Ahora es voluntaria en el centro, donde cocina y lava platos, y se siente como en casa.
“Me siento como en familia”, dice ella. “Cuando siento nostalgia y pienso en mis hijos, siento que mi familia también está aquí”.
Más allá de los alimentos, el centro también ofrece servicios de consulta médica básica e información legal gracias al apoyo del ACNUR.
El creciente número de venezolanos ha afectado los servicios de salud de la región. Para aumentar la capacidad, la Agencia de la ONU para los Refugiados apoyó la creación de un nuevo centro de salud en Villa del Rosario. Su objetivo es proporcionar atención de primeros auxilios y servicios de planificación familiar a unas 300 personas por día, incluyendo a refugiadas, migrantes y de la comunidad local.
“Perdí todo lo que tenía, llegué a un lugar nuevo con las manos vacías. Ahora los venezolanos están pasando por lo mismo que yo pasé”.
Durante su visita, Grandi también destacó la solidaridad de los colombianos con los venezolanos que han tenido que abandonar sus hogares. Se reunió con los vecinos de Las Delicias, donde más de 20 familias colombianas que fueron desplazadas por la fuerza por el conflicto armado hace años, ahora están abriendo sus puertas a los venezolanos.
Este fue el caso de Graciela Sánchez. Hace más de una década, huyó de su hogar en Caquetá, en el Este de Colombia, y llegó a Las Delicias en 2007. Ella vino sin nada más que sus dos hijas. Ahora con 39 años, recibe a cinco familias venezolanas en su parcela montañosa, 18 personas en total.
“Perdí todo lo que tenía, llegué a un lugar nuevo con las manos vacías. Ahora los venezolanos están pasando por lo mismo que yo pasé”. Graciela le dijo a Grandi cuando visitó su casa. “No sabemos qué puede pasar mañana. Podríamos ser nosotros también”.
Junto al Puente Internacional Simón Bolívar, en el lado colombiano de la frontera, cientos de venezolanos esperan en fila para sellar sus pasaportes. Para muchos, su ingreso oficial a Colombia marca el primer paso en un largo viaje hacia otras partes del país, o incluso a Ecuador o Perú, donde buscan un futuro mejor para ellos y sus familias.
En los próximos días, el Alto Comisionado seguirá el flujo de venezolanos en Argentina, Perú y Ecuador para evaluar las implicaciones regionales de sus necesidades humanitarias y para discutir con los países de acogida los mejores enfoques para una respuesta coherente.