Indígenas de Venezuela ayudan a otras personas a sobrellevar la vida lejos de casa
Para Lucetti del Pilar Ramos Blanco resolver problemas es algo natural.
Luego de que esta maestra de primaria de 42 años se vio obligada a abandonar su hogar en el delta del Río Orinoco, en Venezuela, hace dos años, enseguida asumió el papel de líder en el precario asentamiento en Brasil donde se albergaron ella y otras familias warao.
Eran precarias las condiciones de vida en el asentamiento, un edificio abandonado en Boa Vista, ciudad al norte de Brasil; y las necesidades de quienes ahí se alojaban eran abrumadoras. Lucetti de inmediato se remangó y se puso a trabajar: creó listas de residentes e hizo lo posible por conseguir alimentos, atención médica y otros servicios que se requerían.
“Trato de ayudar informando y orientando a la comunidad”.
El empeño mostrado por Lucetti llamó la atención de Caritas Arquidiocesana de Manaos, un grupo de asistencia que es socio de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y que opera en Manaos, una ciudad amazónica que constituye uno de los principales puntos de acogida de personas warao que huyen de Venezuela. Lucetti recibió una oferta de trabajo de Caritas Arquidiocesana que consistía en ayudar a otras personas warao a sobrellevar la vida en un país ajeno.
“Visito a las personas recién llegadas como si visitara a mi propia familia. Charlo con ellas y recabo sus datos. Descubro qué necesitan”, comenta mientras añade que su trabajo implica actuar como intermediaria entre Caritas y las personas warao. “Trato de ayudar informando y orientando a la comunidad y a la institución”.
Brasil ha dado acogida a más de 300.000 personas refugiadas y migrantes de Venezuela que han huido de la inseguridad y de la escasez de alimentos y medicamentos. Alrededor de 7.000 de ellas son warao; muchas llegaron a Brasil desnutridas y con las manos vacías. Estas personas indígenas de Venezuela enfrentan dificultades particularmente pronunciadas tratando de cubrir necesidades básicas y haciendo lo posible por ajustarse a la vida en Brasil.
En el país lusófono, estas personas deben superar dos barreras lingüísticas, ya que muchas de ellas – sobre todo las mayores – solo hablan su lengua y apenas saben algo de español. Aunado a ello, muchas personas warao llegan sin documentación o, en ocasiones, con identificaciones caducas o con errores ortográficos en sus nombres debido a problemas de comunicación con las autoridades de Venezuela. Este tipo de cuestiones dificultan aún más la posibilidad de que encuentren empleo o vivienda, de modo que muchas personas warao optan por dormir en las calles y mendigan para sobrevivir.
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Sin embargo, personas como Lucetti encarnan la esperanza, ya que hacen lo posible por ayudar a la comunidad a sobrellevar las dificultades que supone una cultura que les resulta extraña.
Cuando las familias warao llegan a Manaos, Lucetti entra en acción de inmediato: las guía y acompaña en el proceso de solicitud de asilo, y procura garantizar que tengan acceso a servicios básicos, como educación y atención médica. Con frecuencia, Lucetti acompaña a las familias al consulado o a las oficinas gubernamentales para ayudarlas a superar los obstáculos burocráticos.
Los casos más difíciles que llegan a sus manos tienden a ser aquellos de menores que llegan por cuenta propia o con parientes que no son ni su madre ni su padre. Lucetti señala que las personas mayores también suelen tener dificultades para adaptarse y requieren atención especial.
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Las normas para validar estudios universitarios o cualificaciones profesionales son otro obstáculo que impide que las personas warao en Brasil desarrollen todo su potencial.
ACNUR ha estado trabajando con socios y universidades en el desarrollo de una estrategia que ayude a las personas refugiadas y migrantes en Brasil a validar sus títulos y cualificaciones profesionales. No obstante, Lucetti comenta que hay ingenieros, enfermeros, abogados y profesores en la comunidad warao en Brasil que han sido obligados a trabajar en condiciones precarias como obreros o que, incluso, han tenido que mendigar ante la imposibilidad de trabajar en sus campos.
Por fortuna, ese no fue el caso de Marcelino Moraleda Paredes, un hombre warao de 36 años originario también del delta del Río Orinoco, en Venezuela. Antes de que él y su familia emprendieran el viaje hacia el sur para llegar a Brasil, Marcelino pasó más de una década trabajando en el Ministerio de Salud de Venezuela como “mediador cultural”, cargo en el que ayudaba a otras personas warao a recibir atención médica en el hospital local.
“Sé bien cuando otra persona warao está enferma o triste”.
Le encantaba su trabajo, pero con la creciente inflación devorando sus ingresos, Marcelino no pudo seguir sosteniendo a su familia.
“Solo podíamos comprar cuatro o cinco alimentos al mes”, recuerda y añade que “comíamos una vez al día”.
Luego de pasar un par de meses trabajando en la carga y descarga de semirremolques en Pacaraima, el pueblo que se encuentra en la frontera entre Brasil y Venezuela, Marcelino se ofreció como voluntario en un grupo de asistencia. Su labor como voluntario le llevó a conseguir un empleo con la organización ADRA, socio de ACNUR y de otras agencias de la ONU, donde monitorea la salud y la alimentación de otras personas warao.
Marcelino visita los albergues para personas indígenas que hay en la ciudad. Estando ahí, conversa con residentes y recién llegados no solo para comprender las necesidades médicas y alimentarias que tienen, sino también para ayudarles a recibir la ayuda que requieren.
“Sé bien cuando otra persona warao está enferma o triste”, señala Marcelino.
Gracias a este empleo, Marcelino y su familia dejaron el albergue y se mudaron a un apartamento modesto con dos habitaciones. Las habilidades y los conocimientos de Marcelino y de Lucetti han redundado en beneficios para las personas indígenas refugiadas y migrantes a las que ayudan. Marcelino y Lucetti han ayudado a cientos de familias warao a retomar el rumbo en un país que no es el propio.
“Pienso que es sumamente satisfactorio”, comenta Lucetti con orgullo.