Inundaciones, incendios y COVID representan nuevos desafíos para las personas refugiadas rohingyas en Bangladesh
Inundaciones, incendios y COVID representan nuevos desafíos para las personas refugiadas rohingyas en Bangladesh
Cuatro años después de huir de Myanmar a Bangladesh, las personas refugiadas rohingyas sobrevivieron a lo que posiblemente ha sido su año más difícil.
La vida en los congestionados campamentos que albergan a más de 880.000 personas refugiadas rohingyas ya era dura, pero la pandemia de COVID-19 ha traído nuevas dificultades, limitando los movimientos, cerrando los centros de aprendizaje y reduciendo la asistencia presencial proporcionada por las organizaciones de ayuda.
Después ocurrió un incendio masivo en marzo que redujo a cenizas casi 10.000 alojamientos y causó la muerte de 11 personas refugiadas. Al incendio le siguió una temporada de monzones particularmente húmeda que trajo más de 700 mm de lluvia en solo una semana, entre el 27 de julio y el 3 de agosto, inundando más de 400 aldeas locales, arrasando con los alojamientos, y provocando inundaciones y deslizamientos de tierra donde murieron unas 20 personas, de las cuales 10 eran refugiadas. Alrededor de 24.000 personas refugiadas se vieron obligadas a abandonar sus hogares y pertenencias.
“Siempre tenemos miedo de las enfermedades y del fuego”.
“Como vivimos en una situación congestionada, siempre tenemos miedo de que se produzcan enfermedades e incendios... y de que nuestras casas se inunden”, compartió Asmida, de 33 años, una de las más de 7.000 voluntarias refugiadas capacitadas por ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y sus socios para responder a emergencias como incendios e inundaciones.
Durante la temporada de monzones, ha ayudado a mujeres embarazadas, niñas, niños y adultos mayores de su cuadra a llegar a un lugar seguro. Ella y las demás personas voluntarias también han trabajado incansablemente para ayudar a organizar, y coordinar los trabajos de limpieza de lodo y reparación de alojamientos, carreteras y puentes.
Las personas refugiadas rohingyas voluntarias como Asmida, junto con los trabajadores bangladesíes de las comunidades cercanas al distrito de Cox's Bazar, constituyen la columna vertebral de la prestación de servicios humanitarios en los campamentos, especialmente en los últimos 18 meses, cuando las restricciones por COVID han reducido la presencia de los trabajadores humanitarios. Saben donde se encuentran las personas más vulnerables de sus comunidades que pueden necesitar ayuda en caso de emergencia y vigilan las zonas más propensas a las inundaciones en los campamentos cuando las lluvias monzónicas son especialmente intensas.
Mohammad Aiyaz, otro voluntario, estaba vigilando una de esas zonas el mes pasado cuando oyó los gritos de unos niños.
“Vimos que un niño se estaba ahogando en el canal”, recordó. “Me acerqué a él y le lancé una bolsa para que se sostuviera. La agarró y lo sacamos sano y salvo a la orilla, y lo entregamos a sus padres”.
Además de ser los primeros en responder ante situaciones de emergencia, las personas refugiadas voluntarias, entre quienes se encuentra personal de salud comunitario capacitado, han desempeñado un papel fundamental durante la pandemia de COVID-19, compartiendo mensajes que salvan vidas sobre cómo prevenir el contagio, reconocer los síntomas y proporcionando información sobre dónde acudir para someterse a pruebas y tratamiento.
- Ver también: Trabajadores de salud refugiados están al frente de la lucha contra la COVID-19 en los campamentos de Bangladesh
Recientemente han estado ayudando a preparar el terreno para el despliegue de las vacunas de COVID-19 tras la decisión del Gobierno de Bangladesh de empezar a ofrecerlas a las personas refugiadas rohingyas mayores.
Humayun Kabir, un bangladesí, supervisa uno de los grupos de personal de salud comunitario rohingya que está trabajando para garantizar que el mayor número posible de personas refugiadas mayores acepte vacunarse.
“Al principio, había cierto temor y confusión respecto a la vacuna”, comentó. “Logramos ayudarles a superar eso mediante mensajes, folletos y vídeos”.
La primera ronda de vacunación comenzó el 10 de agosto y más de 34.000 personas refugiadas mayores de 55 años han recibido ya su primera dosis.
Entre ellas se encontraba Nur Islam, de 59 años. “En mis más de 50 años de vida en Myanmar, nunca recibí ninguna vacuna”, señaló. “Después de venir a Bangladesh, recibimos nuestras primeras vacunas. Somos seis miembros en la familia, y solo yo he podido vacunarme hasta ahora”.
En el caso de las personas con discapacitad o demasiado frágiles para llegar a uno de los 56 centros de vacunación, las personas voluntarias ayudan a transportarlas desde sus alojamientos llevándolas en brazos o utilizando camillas caseras.
“Si las personas rohingyas no están seguras, las bangladesíes tampoco lo están”, señala Humayun. “Por eso la vacunación es crucial para todos”.
Con una segunda fase del despliegue de vacunación que se iniciará en los próximos meses, y que se espera que llegue a más personas refugiadas rohingyas, hay cierta esperanza de que las restricciones en los campamentos disminuyan. Pero las catástrofes naturales, y la falta de espacio y de alojamientos duraderos siguen siendo motivo de preocupación para las personas refugiadas que ahora entran a su quinto año de desplazamiento.
“Cuando llegamos aquí, pensamos que podríamos regresar en uno o dos años”, expresó Nur Islam. “Ahora han pasado cuatro años. Las personas jóvenes se casan y forman familias, pero no tenemos espacio suficiente para todos los miembros de la familia”.
“Quiero que nuestros hijos estén a salvo de los deslizamientos de tierra y de las inundaciones”.
A Asmida le preocupa la seguridad de sus hijos y su futuro.
“Quiero que nuestros hijos estén a salvo de los deslizamientos de tierra y no corran riesgo de ahogarse”, apuntó. “Quiero que vuelvan a la escuela para que puedan tener una educación y conocer a otros niños. Eso los mantendrá ocupados y seguros”.
A medida que pasa el tiempo, las necesidades de los cientos de miles de personas refugiadas rohingyas que viven en 34 campamentos siguen aumentando. Por ahora, la ayuda humanitaria sigue siendo su único salvavidas.
“Ofrecer mayores oportunidades para que las personas refugiadas rohingyas de desarrollen habilidades y sean productivas contribuirá a la paz y a la estabilidad en los campamentos, y ayudará a prepararlas mejor para el retorno”, destacó Ita Schuette, Jefa de la Oficina de ACNUR en Cox's Bazar. “Debemos centrar nuestros esfuerzos en ofrecerles oportunidades para ser productivas, pero también para que sigan soñando con un futuro mejor”.
Schuette hizo un llamamiento a la comunidad internacional para que continúe apoyando a las personas refugiadas rohingyas, y al gobierno de Bangladesh y a las comunidades locales que las han acogido.
“Tenemos la responsabilidad de no permitir que esto se convierta en una crisis olvidada”.