Personas refugiadas encuentran protección en Armenia, pero el futuro sigue siendo incierto
Personas refugiadas encuentran protección en Armenia, pero el futuro sigue siendo incierto
En casa de Karine, a las afueras de la ciudad, su amiga íntima y cuñada, Mariam, estaba decorando la casa y poniendo la mesa para celebrar la llegada de la nueva integrante de la familia. Con ella estaban su esposo Hrach y sus dos hijos, y su cuñado – el esposo de Karine – Artyom.
Pero el alegre regreso a casa no llegó a ocurrir. Empezaron a circular mensajes diciéndole a las personas que se resguardaran. En el hospital, los médicos le dijeron a Karine y a otras madres que bajaran al sótano con sus recién nacidos.
“En aquel momento, el principal temor que tenía era que mi hijo estaba en la guardería”, cuenta Karine. “Pensaba: '¿Dónde estará... qué le pasará?”.
Mientras Artyom corría a la guardería para encontrar a su hijo y llevarlo al hospital, Mariam y su familia corrieron a casa y se resguardaron en el sótano. “Lo dejamos todo... y huimos; no terminamos de decorar la habitación. Solo pudimos recoger nuestros documentos de casa y bajar corriendo al sótano”, explica Mariam.
Con las comunicaciones cortadas, toda la familia optó por reunirse en el hospital y pasó dos angustiosas noches resguardada bajo tierra. Finalmente, temiendo por su integridad física, tomaron la difícil decisión de abandonar su ciudad natal y dirigirse a la frontera con Armenia. Con las carreteras abarrotadas de familias que intentaban escapar, lo que normalmente era un viaje de tres horas les llevó más de 40 horas.
Karine no se dio cuenta de la realidad de su situación hasta que finalmente cruzaron a Armenia el 25 de septiembre por la mañana temprano, en el pueblo de Kornidzor, exhaustos y hambrientos. “Nunca olvidaré el momento en que llegamos a Kornidzor. Siempre lo había visto en las películas, en las que personas en situaciones extremadamente difíciles... son abordadas por trabajadores humanitarios, autos, servicios de rescate. Nunca habría pensado que a mí también se me acercarían trabajadores humanitarios para decirme: “¿Cómo puedo ayudarle?”.
Karine y su familia formaban parte de la más de 100.000 personas refugiadas que entraron a Armenia desde Karabaj en el transcurso de una semana a finales de septiembre. Muchos llegaron traumatizados, exhaustos y hambrientos, y con necesidad urgente de apoyo psicosocial y asistencia de emergencia. Alrededor del 30 por ciento de las personas refugiadas son niñas y niños, además de muchas mujeres y personas adultas mayores.
Los equipos de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, han estado sobre el terreno en la frontera de Armenia desde el primer día, prestando asistencia en apoyo de la respuesta dirigida por el Gobierno. La agencia ha proporcionado equipos técnicos para ayudar a las autoridades a registrar a las personas recién llegadas y a evaluar las necesidades de las familias refugiadas.
ACNUR está trabajando sin parar y, junto con su ONG socia Mission Armenia, está distribuyendo camas y colchones plegables, mantas y almohadas calientes, ropa de cama, artículos de higiene, utensilios de cocina y otros artículos de primera necesidad a las familias refugiadas. Muchas de las personas recién llegadas están siendo acogidas en comunidades fronterizas remotas y se enfrentan al reto añadido de sobrellevar las duras condiciones de principios de invierno. La agencia y sus socios de la ONU y las ONG han solicitado 97 millones de dólares (USD) para responder a las necesidades urgentes de los refugiados en Armenia.
Mientras que algunas personas refugiadas están viviendo en hoteles, hostales, escuelas y otros albergues provisionales, Karine y sus familiares se encuentran entre quienes se alojan ahora en casa de familiares y amistades en Armenia. Quince miembros de la extensa familia se han hacinado en la casa de dos dormitorios de los padres de Hrach y Artyom en Vardenis, en la provincia armenia de Gegharkunik, una ciudad rural situada en medio de llanuras rodeadas de montañas al norte y al este, y del lago Sevan al oeste.
La madre de los hermanos, Romella, describió la desesperación que sintió cuando perdió el contacto con sus hijos y sus familias durante varios días. “Fue una sensación horrible. No paraba de llorar, rogando por tener noticias. No puedo describir la sensación de alivio cuando supe que mis hijos habían llegado con bien”.
Esa sensación de alivio pesa más que cualquier posible recelo por tener a tantos familiares bajo el mismo techo. “Al contrario, siento dicha, felicidad. Cuando los niños no estaban, nos sentíamos solos y la casa nos parecía vacía. Ahora que todos están aquí y estamos juntos, la casa está llena. Estoy muy contenta y satisfecha. Créeme, no tengo ninguna preocupación, nada me molesta ahora”.
“No podemos vivir así por mucho tiempo”.
Pero Karine y su joven familia siguen profundamente afectados por su experiencia, como muchos refugiados en Armenia cuyas vidas han sido desarraigadas. “Lo más conmovedor es que mi hijo se despierta todas las mañanas a las 5 de la mañana diciendo: 'No me llevarás a la guardería, ¿verdad? No quiero ir a la guardería'. Sigue teniendo miedo y no quiere ir a la guardería, ya que se quedó solo ahí cuando ocurrió todo esto”.
Para Hrach, la situación actual es solo un remedio temporal, pero el futuro sigue siendo incierto. Él y su esposa Mariam poseen una pequeña casa cerca de la capital, Ereván, pero solo está construida a medias y no pueden permitirse terminar las obras de renovación, además del coste de la hipoteca.
“No podemos vivir así por mucho tiempo”, señala. “Esta es ahora nuestra prioridad. Lo más importante para mí en este momento es tener un lugar donde vivir, y a partir de ahí, podemos empezar una nueva vida: encontrar un trabajo, matricular a los niños en la escuela y en la guardería. [Pero] necesitamos tener un hogar para empezar de nuevo nuestras vidas y criar a nuestros hijos”.