Refugiada keniana promueve el empoderamiento de las mujeres en Australia
Refugiada keniana promueve el empoderamiento de las mujeres en Australia
Cuando Rosemary Kariuki llegó a Sidney en 1999 después de huir de la violencia en Kenia, pasó un año sin que ninguna persona de su vecindario la saludara. Sola y añorando el sentido de comunidad que tenía en casa, decidió hacer algo para cambiar su situación.
En el día de Navidad del 2001, escribió sus datos de contacto y una invitación para tomar el té o simplemente intercambiar un saludo en tarjetas navideñas, y las deslizó debajo de las puertas de más de una docena de departamentos en su edificio.
Después de esto, sus vecinas y vecinos la saludaban alegremente, y Rosemary encontró el trabajo de su vida.
“Cuando llegué aquí nadie me daba información. Sé que a las mujeres les gusta socializar, arreglarse, reunirse mientras comen y bailan, así que decidí usar esto para reunirlas y difundir información y crear conciencia sobre la violencia doméstica”, explicó Rosemary, quien tiene una sonrisa que ilumina hasta en una pantalla de Zoom.
Hoy, Rosemary de 60 años, trabaja como oficial de enlace multicultural para la Policía de Nueva Gales del Sur en Campbelltown a las afueras de Sidney, ayudando a mujeres refugiadas y migrantes. Muchas de las mujeres, como la misma Rosemary, han sufrido violencia de género y enfrentan barreras lingüísticas, financieras y culturales que las hacen sentir solas.
En su tiempo libre, Rosemary realiza varios proyectos para ayudar a las personas recién llegadas a superar ese aislamiento, incluyendo un programa de intercambio cultural que presenta a las personas refugiadas y migrantes a las familias locales, y un evevento social anual que reúne a mujeres africanas refugiadas y migrantes.
En enero, Rosemary ganó un premio como australiana del año, del Gobierno de Australia. Fue reconocida como la ‘Heroína Local’ del país en 2021 por su compromiso con cambiar las vidas de las personas de su comunidad, “especialmente de las mujeres, niñas y niños”. En su discurso de aceptación, en una ceremonia en Canberra, Rosemary instó a todas las personas a “abrir las puertas a sus vecinos”.
El trabajo de Rosemary no podía ser más apremiante. El impacto de la pandemia de COVID-19 está empeorando las profundas desigualdades de género y la discriminación que enfrentan las mujeres y niñas refugiadas, advirtió hoy ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados.
Por causa del confinamiento, muchas mujeres han quedado atrapadas con sus abusadores e imposibilitadas para buscar ayuda. En noviembre, ACNUR reportó un fuerte incremento de la violencia contra las mujeres refugiadas y desplazadas en varios países.
Muchas de las refugiadas con las que trabaja Rosemary están reconstruyendo sus vidas después de experimentar trauma, incluyendo violencia por parte de miembros de su familia o como resultado de conflictos o guerras en sus hogares. Algunas siguen viviendo con sus abusadores. Desde el inicio de la pandemia, llegar a ellas ha sido más difícil.
“Ha sido muy desafiante, pero esto no nos ha detenido”, dijo Rosemary. “Están ocurriendo muchos problemas de salud mental, y se está presentando mucha violencia doméstica, mucha impotencia. La mayoría de las mujeres han perdido sus trabajos, están confinadas en casa sin poder hacer nada y están cayendo en depresión”.
Pascasie Mudera, una refugiada de 42 años de la República Democrática del Congo, vivió en un campamento de refugiados en Uganda por tres años antes de su reasentamiento en Australia en 2007. Todavía titubea con frecuencia cuando habla sobre su pasado.
“Siendo una niña joven y sola en un campamento de refugiados, te enfrentas a muchos desafíos, empezando con el abuso”, comentó.
Pascasie conoció a Rosemary en la calle, cuando la mujer mayor se acercó a preguntarle por qué no estaba usando un suéter para protegerse del frío. Rosemary rápidamente se hizo amiga de Pascasie y se enteró de que tenía discapacidades debido a una infección de polio infantil que le dificultaba encontrar trabajo.
Rosemary la dirigió a una organización de defensa de los derechos de las personas con discapacidad que le dio apoyo, incluida una mejor atención médica y una casa de dos recámaras en la que ahora vive con sus tres hijos. Pascasie también consiguió un nuevo trabajo como asistente social en una organización local sin fines de lucro que apoya a personas africanas refugiadas y migrantes.
Con la ayuda de Rosemary, Pascasie superó su miedo a salir y conoció a personas que no la veían simplemente como una refugiada.
“Comienzo a recordar que puedo reconstruir mi vida y tener un futuro”.
“Comienzo a repetirme: 'oh, tengo que empezar mi vida otra vez. Puedo reconstruir mi vida y tener un futuro”, expresó.
El programa de intercambio cultural de Rosemary, el tema de un documental de 2020 llamado Rosemary’s Way (El Camino de Rosemary), ha ayudado a personas recién llegadas como Pascasie a fomentar relaciones duraderas entre refugiados y locales.
Maria Baden de 69 años, vive en una granja en Gerringong, en la costa de Nueva Gales del Sur, al sur de Sidney, donde cría ganado para carne wagyu. Conoció a Rosemary en 2007 en un evento de mujeres y quedó inmediatamente impresionada por su habilidad para dirigir las sesiones y la forma en que “hacía reír a todas”. Las dos se hicieron amigas y Maria comenzó a ayudar a Rosemary con el programa de intercambio cultural.
La primera vez Maria organizó un evento en su granja para unir a las refugiadas con las mujeres locales, más de 36 mujeres refugiadas compartieron los platillos de sus países de origen y vivencias con las familias locales. Maria, quien es una persona organizada y detallista, se maravilló de cómo Rosemary simplemente improvisó y confió en su instinto para vincular a cada invitada con la familia local más apropiada. Pareció funcionar. Una mujer de Sudán del Sur y su hija entablaron rápidamente conversación con una viuda local y su hija. Las dos viudas rápidamente se dieron cuenta de que tenían algo en común.
“La mujer local había perdido a su esposo por una descarga eléctrica mientras que la sudanesa había perdido al suyo en la guerra en la misma fecha”, dijo Maria.
Rosemary también cree que es importante que las mujeres refugiadas y migrantes convivan entre sí. En 2006, ayudó a iniciar el Grupo de Mujeres Africanas, donde invita a las mujeres a bailar, socializar y comer juntas con el objetivo de compartir información sobre temas que van desde el abuso hasta la crianza de los hijos. La primera cena-baile africana contó con una sobreviviente de violencia doméstica como oradora principal. El lunes siguiente, 20 mujeres que habían asistido al evento acudieron a la estación de policía para denunciar incidentes de violencia doméstica de los cuales fueron víctimas.
“Me gusta el hecho de que podamos reunir a todas estas mujeres en un espacio seguro”, observó Edith “Ida” Nganga, una migrante keniana que ayuda con el grupo y que asistió recientemente a un evento sorpresa para celebrar el premio de australiana del año que recibió Rosemary.
“Cuando ella ganó, sentí que era yo quien había ganado”.
“Cuando ella ganó, sentí que era yo quien había ganado. Ella es la primera africana en recibir este importante premio”, dijo Ida.
El sueño de Rosemary es poder pagar su hipoteca y dedicarse de tiempo completo a sus proyectos de apoyo a las mujeres.
Su único modelo a seguir es la presentadora de televisión americana Oprah Winfrey, quien ha hablado abiertamente sobre el abuso que experimentó cuando era niña y le dio a otras sobrevivientes una plataforma para compartir sus propias experiencias.
“Amo a Oprah”, confesó Rosemary. “Ella me inspira mucho: superó una violación, perdió a su bebé, pero siguió adelante y no se rindió. Ella me inspira a no darme por vencida”.
Mireille Kayeye es participante del Programa Periodístico de Mentorías para Refugiados de ACNUR, un proyecto creado para apoyar a las personas refugiadas que quieren contar las historias importantes de hoy.