"Seguimos echando p'alante": la historia de Fidelina, una solicitante de asilo venezolana que es un ejemplo de resiliencia
"Seguimos echando p'alante": la historia de Fidelina, una solicitante de asilo venezolana que es un ejemplo de resiliencia
Fidelina llegó a Buenos Aires con su hijo Andrés hace menos de un año, cuando tuvieron que dejar Venezuela. Aunque todavía están buscando oportunidades - ninguno de los dos tiene empleo - ya proyecta un futuro mejor.
“Quiero ser una gran empresaria para ayudar a mucha gente”, dice Fidelina. “Nosotros hemos recibido comida en los momentos difíciles, hemos hecho cola para recibir pan – todavía la hacemos. Pero queremos salir adelante y hacer nuestra vida en grande acá en Argentina, porque tenemos un compromiso muy grande con este país”.
Fidelina nació en la ciudad costera de Maracaibo. Vivió allí hasta que, a los 18 años, su padre falleció y su familia se mudó a Mérida, para estar más cerca de sus parientes maternos. Fue en esa ciudad universitaria donde decidió estudiar dos carreras: derecho y periodismo, impulsada por una vocación de solidaridad que no puede dejar de expresar.
“Salimos con lo que teníamos... Nos trajimos la vida en cuatro maletas”
“Estudié abogacía para ayudar a las personas y periodismo para saber comunicar”, cuenta. A través de los años, siguió formándose y realizando diferentes especializaciones, mientras que manejaba su propia empresa gastronómica, realizaba trabajo comunitario, organizaba una red de activistas de derechos humanos y criaba sola a sus dos hijos: Vanesa, de 28 años, y Andrés, de 18. Además, fue narradora y luego productora de noticias en la televisión local durante 15 años y trabajó en un programa de radio.
En 2017, se mudó a Caracas junto a Andrés, y después de algunos meses se dieron cuenta de que era hora de irse porque se sentían inseguros. “Salimos con lo que teníamos”.
Eligió Argentina por su política de acogida hacia los venezolanos que llegaron al país, y también para poder estar más cerca de su hija Vanesa, de 28 años. Ella se mudó a Brasil en 2017, junto a su esposo y su hijo Lucas de 3 años.
Fidelina y Andrés salieron hacia Buenos Aires, donde no conocían a nadie. “Nos trajimos la vida en cuatro maletas”, cuenta ella. Como tenían poco dinero, el viaje duró cinco días. Desde Caracas tomaron un bus hacia el sur de Venezuela, de ahí otro hasta la frontera con Brasil. Atravesar las largas distancias de su país les llevó decenas de horas. Llegaron a Boa Vista (en Brasil) y de allí fueron a Puerto Iguazú (Provincia de Misiones, Argentina). Desde allí viajaron en colectivo hasta la terminal de Retiro, en el centro de Buenos Aires.
“No sabíamos dónde íbamos a dormir esa noche”, recuerda Fidelina. Fueron a un barrio donde les habían dicho que podían conseguir una habitación económica, y se sorprendieron al encontrarse con un asentamiento informal, donde no se sentían cómodos. Entonces, Fidelina contactó a su hija que, desde Brasil, consiguió un hotel a bajo costo sobre la icónica Avenida 9 de Julio.
Con poco dinero, se acercaron a una iglesia que ofrecía apoyo a personas venezolanas. Allí les ayudaron a conseguir una habitación más barata, comida y también un empleo para Andrés, repartiendo diarios. Comenzaba a las 4 de la mañana, recorriendo las calles del barrio de Constitución, que apenas conocía.
“Todo está en lo que uno quiere ser, en los sueños que se quieren alcanzar”
Para poder pagar el alquiler y los otros gastos, Fidelina empezó a vender café en la calle con el carrito de una señora con la que compartía las ganancias. “Había visitado La Boca como turista, vine tres veces con mi familia y una vez a una capacitación en Buenos Aires. Nunca imaginé que iba a estar allí vendiendo café”, cuenta.
Llegó el invierno y temperaturas más bajas a las que estaban acostumbrados, más aún trabajando en la calle tan temprano. No contaban con suficiente abrigo, pero personas cercanas a la iglesia les regalaron vestimenta. Andrés y Fidelina dicen que desde que llegaron, los argentinos se mostraron muy solidarios con ellos y que siempre reciben palabras de apoyo.
Después de unos meses, Fidelina decidió solicitar la condición de refugiada para ella y su hijo en la Comisión Nacional de Refugiados (CONARE). Poco a poco se iban adaptando, pero esos primeros tres meses fueron muy difíciles.
En agosto, Andrés se inscribió en la universidad para estudiar ingeniería de energía. Por ese entonces, también se acercaron a ADRA, la agencia socia del ACNUR, donde recibieron apoyo y acompañamiento.
“Hemos logrado muchas cosas”, dice Fidelina. Hace poco Andrés comenzó un programa de radio para motivar a los jóvenes a salir adelante, inspirado en uno que hacía en Venezuela junto a su primo. Su interés por la radio surgió después de años de acompañar a su mamá en su profesión. No sólo en ese aspecto, sino en todo, para Andrés, su mamá es “una inspiración”.
Ahora Fidelina sueña en grande. Quiere montar una panadería, en el que se emplee a mujeres venezolanas de más de 45 años, “para lograr su inclusión socio-productiva”. También está estudiando de nuevo “porque a pesar de que uno sabe mucho y tuvo empresa, está renaciendo acá”, dice Fidelina quien además está formando una red de mujeres venezolanas que quieran emprender, para capacitarlas y conectarlas con empresarias argentinas.
“Buenos Aires es una ciudad de muchas oportunidades, muchísimas”, afirma Fidelina convencida, y dice que quiere ser una inspiración para otras mujeres. “Cuando vean que pasé de ser defensora de derechos humanos, a vendedora de café en La Boca, a ser una empresaria, la gente va a ver que todo está en lo que uno quiere ser, en los sueños que se quieren alcanzar”.