"Cuando sea grande quiero ser taxista para manejar un coche"
"Cuando sea grande quiero ser taxista para manejar un coche"
Ciudad de México, México - “Cuando sea grande quiero ser taxista para manejar un coche”, platica David* mientras dibuja en una libreta un paisaje con montañas y un sol. A pesar de los problemas que ha enfrentado, el pequeño de 5 años mantiene la sonrisa intacta. David está siempre alegre y aprovecha cualquier momento para jugar con su hermano. Raúl es el menor de la familia con 3 años, a diferencia de David es introvertido y prefiere jugar solo. Los dos hermanos tuvieron que salir de su Honduras por la violencia que vivían.
Años atrás, su mamá Ana se casó con un amigo de la infancia. La pareja tenían una relación normal, hasta el día en que él comenzó a trabajar para las pandillas. “Reclutaron al papá de mis hijos y en ese momento mi vida se volvió un infierno”, platica Ana. De forma inmediata, su esposo empezó a maltratarla a ella y a sus dos hijos, el más pequeño aún era un bebé. Ana no resistía más violencia y mucho menos permitiría ese trato a sus hijos, entonces decidió huir de su esposo.
Con la ayuda de su familia, Ana logró mudarse de casa, consiguió un trabajo y un lugar donde vivir. Mientras ella se iba a trabajar, David y Raúl se quedaban en casa con su abuela. Ana todavía recuerda el primer día de clases de David, “él estaba muy feliz, pues es muy amiguero. Quería ir a la escuela para jugar y conocer más niños”. En esa época, la vida de los pequeños transcurría normal y por fin la familia había superado aquel momento amargo.
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La desgracia llegó cuando el esposo de Ana la encontró en la calle, él decidió seguirla hasta su nuevo hogar y de inmediato la amenazó de muerte. En aquel instante, Ana supo que tenía que abandonar la ciudad si quería sobrevivir. Las amenazas fueron tan duras y con tanta frecuencia que Ana tuvo que abandonar el país con sus dos pequeños. “Me dolió muchísimo tener que dejar a mi mamá. También para los niños fue muy difícil”, recuerda.
De un momento a otro, Ana tuvo que dejar el trabajo que con tanto esfuerzo había conseguido, David abandonó la escuela y nunca volvió a ver a sus amigos y el pequeño Raúl salió en brazos de su mamá. El destino de los tres era incierto, solo sabían que debían de salir del país. Finalmente llegaron a México, donde se le ayuda a tramitar el refugio en un lugar seguro, muy lejos de su persecutor.
David aún no regresa a clases, pero tienen muchos amigos donde vive. “Cada persona que llega se vuelve su amigo”, dice Ana con una sonrisa. Como Ana, David y Raúl hay miles de personas que tienen que dejar todo atrás si quieren sobrevivir. Las cifras son alarmantes, 30% de los solicitantes de asilo en México son niñas y niños y otro 30% son mujeres.
*Los nombres han sido modificados para proteger la identidad de los entrevistados.