Docentes en Honduras se enfrentan a amenazas dentro y fuera de las aulas
Al comienzo de cada nuevo curso escolar, el director Horacio Montes* se prepara no solo para la llegada de sus estudiantes que regresan, sino para visitantes mucho menos bienvenidos: los miembros de la pandilla que controla gran parte del barrio de Laureles* de la capital hondureña, Tegucigalpa, donde se encuentra la escuela de Horacio, quienes le exigen que les entregue las llaves.
Que las pandillas utilicen las escuelas como casas de seguridad para esconder drogas ilícitas o armas se ha convertido en una práctica común en todo Honduras, y la escuela de Horacio, que va desde guardería hasta secundaria, no es la excepción.
“Antes las escuelas estaban libres de las pandillas, eran espacios protegidos por la comunidad”, recordó Horacio, de 47 años. “Pero ahora te encuentras con que las escuelas en las que se han infiltrado [los miembros de las pandillas] se han convertido en centros de tráfico de drogas.
“Hemos tenido niños que prácticamente tropiezan con armas [en la escuela]”, comentó. “Han encontrado balas y cartuchos, y nos los traen”.
Estas “tomas” de escuelas no son más que uno de los peligros a los que se enfrenta los profesores en Honduras. Algunos se ven obligados a pagar sobornos para ir a trabajar, desembolsando dinero cada vez que cruzan las fronteras invisibles que separan el territorio de una pandilla de la de otra. Otros son víctimas de extorsión, intimidación y amenazas por parte de los miembros de las pandillas, que a veces incluyen a sus propios estudiantes o a los padres de éstos. Las profesoras son especialmente vulnerables, ya que pueden ser objeto de acoso sexual o incluso de agresiones sexuales.
“Hemos visto cómo varios de nuestros colegas han sido asesinados en el cumplimiento de su deber”.
Los profesores hondureños también se encuentran en la primera línea del desplazamiento interno, que se cree que afecta a más de 247.000 personas en la pequeña nación centroamericana, ya que, como adultos de confianza, los estudiantes buscan a los profesores para hablar con ellos sobre las amenazas que a menudo les obligan a abandonar la escuela para buscar seguridad en otra región. Pero estas confidencias pueden hacer que los profesores se vean envueltos involuntariamente en conflictos de pandillas potencialmente mortales, forzándolos a huir también.
Un informe reciente de la oficina de la Defensoría del Pueblo de Honduras descubrió que, entre 2016 y 2021, unos 269 docentes fueron empujados al desplazamiento o estuvieron en riesgo inminente de ser desplazados, aunque esa cifra incluye solo los casos en los que se presentaron denuncias oficiales, lo que significa que el número real podría ser sustancialmente mayor.
Una investigación realizada en 2016 por el Comité de Docentes, una organización que representa a los maestros hondureños, junto con ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados y la ONG Save the Children, identificó a los profesores como uno de los grupos más susceptibles de ser empujados al desplazamiento interno en Honduras.
“Hemos visto cómo varios de nuestros colegas han sido asesinados en el cumplimiento de su deber”, comentó Esperanza Flores*, una maestra de preescolar que también es miembro del Comité de Docentes. El grupo trabaja desde 2016 en la búsqueda de soluciones a los problemas arraigados que enfrentan los profesores de escuela de Honduras. El objetivo es mantenerlos en sus puestos de trabajo y en sus comunidades de origen, pero quienes corren más peligro son derivados a ACNUR, que trabaja para reubicarlos en un lugar seguro, ya sea dentro o fuera de Honduras.
“Los queremos, los amamos, y por ellos trabajamos”.
Miguel López*, de 51 años, director de una escuela del barrio de Pedregal* en Tegucigalpa, comparó a los docentes hondureños con “mamás gallinas, que cuidan de sus polluelos”.
“Hay momentos en que ponemos en riesgo nuestra propia integridad, dando protección a nuestros niños y a nuestras niñas”, señaló, y añadió que, aunque los profesores hondureños están en riesgo, “nosotros protección como tal, no tenemos”.
Alba Flores*, la subdirectora de una escuela primaria de Tegucigalpa, coincidió.
“Nos involucramos”, comentó, y añadió que “la verdad es que es muy arriesgado para nosotros... porque sin quererlo, acabamos sabiendo todo sobre la vida de nuestros estudiantes”.
Paradójicamente, la pandemia de COVID-19, que tanto ha afectado a la vida de millones de personas en todo el mundo, ha supuesto un respiro para el profesorado hondureño. El aprendizaje en línea permitió a los profesores evitar muchos de los inconvenientes que encontraban tanto en el camino de ida y vuelta a la escuela, como en las aulas.
Pero como la inmensa mayoría de los estudiantes no tienen acceso a dispositivos o conexiones a Internet, muchos profesores se han encargado de desafiar las fronteras invisibles entre los territorios de las pandillas para entregarles personalmente materiales impresos a sus alumnos para que puedan seguir el ritmo de sus estudios.
Los profesores asumen de buena manera estos riesgos por sus alumnos, asegura la subdirectora Alba.
“Siempre vamos a ser sus amigos, sus maestros [porque] los queremos, los amamos, y por ellos trabajamos”.
*Los nombres y lugares se han cambiado por motivos de protección.