Durante el invierno más frío de la última década, las familias afganas luchan por sobrevivir
Durante el invierno más frío de la última década, las familias afganas luchan por sobrevivir
Fatima* cuida a su hijo menor en el regazo, mientras sus otros dos hijos corretean entusiasmados en los reducidos espacios de su vivienda. Está demasiado agotada y preocupada para reaccionar.
Hace dos años, cuando se intensificó el conflicto en la provincia de Bamiyán, en la montañosa región de las Tierras Altas Centrales de Afganistán, su familia tuvo que desplazarse a otro distrito situado a unos 100 kilómetros de distancia. Cuando Fatima regresó, se había divorciado de su esposo, quien era adicto a las drogas, su madre y su hermano vivían como refugiados en Irán, y dependía solo de ella encontrar un lugar donde vivir con sus hijos.
Esa centenaria cueva en la ladera de una colina, cerca del lugar donde se encontraban los Budas de Bamiyán, ha sido su hogar los últimos ocho meses. La cueva es pequeña, pero ofrece abrigo contra el crudo invierno.
“No teníamos adónde ir”, explica. “No podíamos permitirnos pagar un alquiler”.
Ha intentado hacer el lugar acogedor con cojines, una alfombra donada por un vecino que se marchaba y una pequeña estufa, pero vivir ahí “no es fácil”.
“Hay escorpiones; en verano hay muchos y temo por los niños”, explica. “Vienen día y noche”.
En julio de 2022, un equipo de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, descubrió que la familia vivía en condiciones terribles y le brindó asistencia en efectivo urgente. Recientemente, Fatima recibió otra ayuda para pasar el invierno y algunas mantas. La familia está siendo evaluada para determinar si puede optar a otros tipos de ayuda en efectivo, medios de vida y alojamiento proporcionada por ACNUR.
“Todo lo que ves aquí lo he comprado con el dinero que me ha dado ACNUR”, comenta Fatima señalando a su alrededor. “Si no hubiera recibido esta ayuda, mi situación sería terrible”.
Pero sin asistencia regular ni ingresos, ha tenido que tomar algunas decisiones angustiosas para garantizar la supervivencia de su familia. En uno de sus momentos más difíciles, antes de recibir la ayuda de ACNUR, decidió entregar a su hijo menor – un gemelo – a su hermano, que no tenía hijos y ahora vive en Irán.
“En aquel momento, me encontraba en una situación terrible; era difícil alimentar a los niños y estaban enfermos. Pensé que era mi única solución. Pero ahora, como madre, no puedo decir cuánto sufro. Ha sido la peor decisión que he tomado”, afirma. “Tal vez mi hijo tenga una oportunidad mejor, un futuro mejor con mi hermano... pero me duele tanto”.
No es la única que tiene que tomar decisiones difíciles. Los habitantes de la provincia de Bamiyán – la región más alta de Afganistán y una de las más frías – están acostumbrados a inviernos duros. Pero este año ha sido el más frío en más de una década, y el clima brutal ha golpeado duramente a las personas más pobres y vulnerables como Fatima, cuando millones de afganos ya están sufriendo.
Las agencias de ayuda prevén que una cifra récord de 28,3 millones de personas – alrededor de dos tercios de la población – necesitarán ayuda humanitaria en 2023, de los cuales 6 millones ya están peligrosamente cerca de la hambruna.
Con la economía afgana en caída y los precios de los alimentos por los cielos, muchas familias desesperadas han pedido créditos o préstamos a sus vecinos, y el más mínimo contratiempo puede sumirlas en una profunda deuda.
En el pueblo de Surkhqul, Nekhbakhd, de 30 años y madre de seis hijos, y su familia pidieron prestados 600.000 afganis (6.730 dólares USD) para el tratamiento hospitalario de su suegro en Kabul antes de que muriera. También han pedido un préstamo a una panadería local. Su esposo es jornalero temporal y a menudo tiene dificultades para encontrar trabajo, sobre todo en la época de escasez invernal.
“Estoy muy preocupada porque tenemos grandes préstamos y no sé cómo podremos devolverlos”, explica.
La familia recibió ayuda en efectivo de ACNUR hace dos meses, pero su principal prioridad era comprar alimentos. “Eso significaba que podíamos comer. También nos ayudó a comprar material para calentarnos, como carbón y leña. Era muy importante para nosotros. Pero ahora el dinero se ha acabado”, señala.
“Nunca obligaré a mis hijas a casarse jóvenes... pero quizá tengamos que empezar a pensar en enviar a los niños a trabajar, aunque ahora son demasiado pequeños”.
“Ahora, mis hijas recogen estiércol para quemarlo [en la estufa] y poder mantenernos calientes. A veces comemos, pero otras pasamos hambre y tenemos que saltarnos comidas. Estamos luchando”.
Los programas de ACNUR basados en ayuda en efectivo pueden ayudar a las familias más vulnerables a evitar recurrir a decisiones peligrosas o perjudiciales; y darles la dignidad y la opción de priorizar sus necesidades más urgentes.
Hace un año y medio, Sara, madre de cinco hijos, estaba embarazada de dos meses cuando su esposo murió. Ahora depende de la asistencia caritativa y de ACNUR para la supervivencia de su familia. Gracias a la ayuda de temporada proporcionada por la agencia, pudo comprar un bukhari tradicional, una estufa de leña que se utiliza para cocinar y calentarse, y alrededor de la cual duerme toda la familia por la noche en su única habitación.
“Este invierno es más frío que otros. Pero ahora tenemos esta estufa, carbón y leña, y todos estamos abrigados”.
“Si no hubiera llegado la ayuda de ACNUR, habría sido muy difícil. Tendría que pedir limosna a otros miembros de la comunidad. La ayuda de ACNUR es un salvavidas”, afirma.
*Nombre cambiado por motivos de protección