Irak: la ruptura del ayuno lejos del hogar trae recuerdos
Irak: la ruptura del ayuno lejos del hogar trae recuerdos
BAHARKA, Irak, 16 de julio de 2015 (ACNUR) – Yazi baja la vista hacia el pequeño fuego que está encendido por fuera de su tienda. Está supervisando los preparativos para el día del iftar, la comida tradicional con la que se rompe el ayuno del Ramadán.
Ha pasado una hora desde la puesta de sol y en el campamento de desplazados internos de Baharka, donde a mediodía la temperatura alcanza los 40°C, empieza al menos a refrescar.
En el exterior, las calles de tierra están prácticamente desiertas.
La familia de Yazi es una de las pocas que practica el ayuno; otras dicen que las dificultades de la vida en el campamento y el hecho de estar desplazados de sus hogares han hecho imposible respetar el mes sagrado.
Yazi, una musulmana practicante, enmarca su imponente figura en un amplio abaya con estampado de camuflaje. Se seca el sudor del rostro y se ajusta el pañuelo de la cabeza mientras mira de cerca cómo su nieta de 10 años le da vuelta al pollo y a las brochetas de tomate.
Yazi, que procede de una aldea cercana a Mosul, lleva tatuajes oscuros tradicionales en las mejillas, la frente y la barbilla. No conoce su fecha de nacimiento, pero calcula que debe tener unos 55 años.
El Ramadán, una época en la que las noches se comparten con la familia y los vecinos, se ha convertido ahora en un recordatorio de los hogares perdidos y los seres queridos lejanos para los iraquíes y sirios desplazados.
Yazi admite que ha sido difícil observar el mes sagrado en el campamento de desplazados internos. El calor intenso, la escasez de espacios con sombra y los cortes de electricidad hacen que la deshidratación se convierta en un peligro real durante los meses de verano, especialmente para los niños y los adultos mayores.
Tanto que en los días en los que tanto ella como su hijo, adulto, practican el ayuno, no les permite a sus nietos más pequeños hacer lo mismo.
"En Mosul, desde los siete años se les puede enseñar", dijo Yazi, "pero aquí no les dejo: aquí la vida es demasiado dura". Su nieta Aya cuenta con satisfacción que a veces se le permite ayunar medio día.
El campamento de Baharka, levantado en un terreno llano a las afueras del norte de la ciudad iraquí de Erbil, carece casi por completo de zonas naturales de sombra y todo está cubierto por una fina capa de polvo.
Al otro lado de las rejas, el calor ha quemado los prados de hierba verde silvestre que había en la primavera, convirtiéndolos en un color amarillento. Pero Yazi dice que no son las condiciones de vida lo que hacen especialmente difícil este Ramadán, sino el hecho de que este año su familia lo pase separada.
"Solo tengo dos hijos; no podía arriesgarme a perderlos a ambos", explicó.
Yazi, quien quedó viuda cuando su marido fue asesinado en la década de 1980 durante la guerra entre Irán e Irak, dice que sintió que no tenía otra opción más que huir de Mosul con su hijo más joven y sus nietos hace solo tres meses, ya que la vida bajo el gobierno de las milicias se había hecho cada vez más peligrosa.
Yazi admite que en un principio, cuando las milicias tomaron su aldea, los consideró como un cambio positivo con respecto al entonces opresivo gobierno central iraquí; pero los meses pasaron y las milicias empezaron a hacer un uso indiscriminado de la violencia, asesinando civiles al azar.
"Mi hijo mayor me ha dicho que desde que consiga dinero se reunirá con nosotros; pero hasta ahora no ha podido", añadió.
Para escapar de Mosul, Yazí vendió lo que tenía para pagar a un traficante que la llevó a Bagdad a ella, a su hijo con su esposa e hijos, así como a tres de sus nietos. Desde la capital iraquí, la familia compró unos billetes de avión para Erbil y se fueron directamente al campamento de Baharka.
"Cuando aterrizamos no teníamos ni un dólar". A pesar de mudarse a un campamento organizado en el que las familias tienen acceso gratuito al agua y la electricidad, así como a ayudas para alimentos, el hijo menor de Yazi, Saif, está buscando trabajo constantemente con el fin de contribuir al mantenimiento de la familia.
De toda la comida que la familia prepara para el iftar, solo el arroz y la sopa son donados por parte de una organización de ayuda local. Todo lo demás, tanto las hortalizas, como el pollo, incluyendo el jugo azucarado instantáneo que toman tradicionalmente al empezar una comida, tuvieron que comprarlo.
Durante el mes del Ramadán las organizaciones de ayuda locales socias de ACNUR han aumentado las donaciones de alimentos para las familias que viven en los campamentos de refugiados y desplazados. En el campamento de Baharka una organización de ayuda ha distribuido tres kilogramos de pollo a cada familia al comienzo del mes sagrado; otra suministró comida caliente para el iftar a cada uno de los residentes del campamento; pero para la mayor parte del Ramadán, las familias como la de Yazi han tenido que arreglárselas solas.
Después del iftar, Yazi se recuesta en un colchón fino y enciende un cigarro, mientras sus nietos recogen la mesa. Mientras uno de los niños llega con una bandeja con té, la tienda empieza a llenarse de visitas. La mayoría de las personas son familias que Yazi conoce de Mosul, pero otras son personas de tiendas cercanas con las que los niños han hecho amistad.
Marwan, un sobrino de Yazi, explica que al día siguiente por la noche les tocará a su madre y su esposa cocinar y que todos llegarán a su tienda, unas filas más abajo.
"En realidad, los que vivimos aquí", dijo Marwan haciendo referencia a las familias reunidas en la tienda, "somos todos una familia".
Gracias a la Voluntaria en Línea Ana María Bennasar López por el apoyo ofrecido con la traducción del inglés de este texto.