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Millones de personas se verán afectadas si no se defiende la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados

Historias

Millones de personas se verán afectadas si no se defiende la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados

Con motivo del 70 aniversario de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951, Filippo Grandi exhorta a los Estados a renovar su compromiso hacia los principios que salvan vidas.
29 July 2021
Firma de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 en Ginebra, Suiza.

Como base de la protección internacional para las personas que se han visto obligadas a huir de sus hogares, la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 ha salvado innumerables vidas. Hoy, en su aniversario número 70, quienes la critican afirman que es un producto anticuado, de otra época; sin embargo, no defendarla afectará a millones de personas.

En las últimas siete décadas, difícilmente hay algún rincón en el mundo que no haya sufrido los estragos que ocasiona el desplazamiento forzado. A finales del año pasado, el número de personas desarraigadas de sus hogares, incluidas las personas refugiadas y desplazadas internas, ascendió a 82,4 millones, una cifra que se ha duplicado en la última década.

Las causas y las dinámicas del desplazamiento humano cambian constantemente, pero la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados siempre ha evolucionado para reflejar esos cambios. Como símbolo del principio de asilo, en los últimos setenta años, la Convención se ha fortalecido con otros instrumentos jurídicos de gran relevancia en materia de derechos de las mujeres, derechos de la niñez, derechos de las personas con discapacidad, derechos de las personas LGBTIQ+ y muchas otras poblaciones.

En fechas recientes, como producto del populismo desinformado y de mente estrecha, algunos gobiernos han tratado de rechazar los principios rectores de la convención. El problema, sin embargo, no deriva de su discurso ni de sus ideales, sino que radica en garantizar que los Estados cumplan con la Convención en la práctica.

En 1956, cuando 200.000 personas huyeron de Hungría, otros países les abrieron la puerta en cuestión de meses. Cuando empecé mi labor en el sector humanitario (a principios de 1980 en Tailandia), alrededor del mundo se estaba reasentando a cientos de miles de personas refugiadas en Indochina.

Hoy en día, es raro ver respuestas de este tipo. Mientras las personas refugiadas y migrantes siguen embarcándose en travesías peligrosas y, en ocasiones, fatales para cruzar desiertos, mares y montañas con el propósito de salvar su vida, la comunidad internacional no ha logrado unirse para buscar soluciones duraderas que acaben con la desesperación que genera el desplazamiento.

De hecho, hemos visto esfuerzos por negar el asilo a personas refugiadas y por externalizar la responsabilidad de brindarles protección, de manera que se les “almacene” en otros lugares. Además, si los Estados con más recursos responden con la construcción de muros, el cierre de fronteras y el rechazo hacia quienes viajan por mar, ¿qué impide que otras naciones hagan lo mismo? Casi el 90% de las personas refugiadas en el mundo se encuentran en países en vías de desarrollo. ¿Qué deben hacer estos países frente al desdén hacia el ideal de protección?

Son muchas las maneras en que se puede reducir el número de personas desplazadas por la fuerza: emprender acciones definitivas para solucionar los conflictos, defender y respetar los derechos humanos, atender la degradación ambiental. Todas estas acciones serían efectivas porque abordan, de raíz, las causas del desplazamiento.

Sin embargo, la voluntad política flaquea. Mientras desaparecen antiguos conflictos, empiezan otros. Los desastres naturales y el cambio climático son factores que detonan crisis de desplazamiento cada vez con mayor frecuencia. Mientras tanto, los países tratan de convenir qué acciones conjuntas emprender para detener el aumento de las temperaturas. Apenas este verano, las olas de calor y los incendios descontrolados arrasaron con América del Norte; al mismo tiempo, Europa central y China han sido golpeadas por fuertes inundaciones. Conforme estos fenómenos azotan cada vez más áreas del planeta, sus consecuencias tendrán un impacto inevitable en el desplazamiento.

Quienes tenemos la fortuna de vivir en relativa estabilidad y prosperidad no podemos darlas por sentado. Esto quedó sumamente claro con la pandemia de COVID-19. Además, es posible que quienes consideran que la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados es irrelevante o fastidiosa algún día agradezcan la protección que ofrece.

Hay razones para no ceder ante la negatividad. Hoy en día, 149 países son signatarios de la convención, lo cual la convierte en uno de los tratados internacionales que más apoyo ha recibido en el mundo. Como muchos otros instrumentos del derecho internacional, la convención refleja los valores del altruismo, la compasión y la solidaridad. Cuando visito a los refugiados y a las comunidades de acogida, conozco personas dedicadas que ponen esos valores en práctica con asombrosa generosidad.

Quizás parezca extraño sentir tanta pasión por un tratado de la ONU. Sin embargo, la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 es un recordatorio de nuestro deseo y determinación por construir un mundo mejor. Su septuagésimo aniversario nos ofrece la oportunidad de revitalizar nuestro compromiso hacia ese ideal. Debemos renovar ese compromiso en lugar de romperlo.

Este artículo se publicó por primera vez en los medios de comunicación europeos el 28 de julio.