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Sirios en Jordania: evitando que los más vulnerables pasen inadvertidos

Historias

Sirios en Jordania: evitando que los más vulnerables pasen inadvertidos

Una pequeña unidad de respuesta del ACNUR diseñada para escuchar y actuar sobre las necesidades de emergencia de los refugiados sirios ayuda a los más vulnerables de Jordania.
7 March 2013
La trabajadora de los servicios comunitarios de ACNUR Ameera Faraj atiende a las necesidades más urgentes de los refugiados.

AMMAN, Jordania, 7 de marzo de 2013 (ACNUR) – Es por la mañana y un hombre sirio de 70 años se encuentra fuera del edificio de ACNUR en Amman entre cientos de otros solicitantes de asilo. Sus pantalones están sucios. Sus zapatos negros, cubiertos de polvo, se están cayendo a pedazos. Sus manos tiemblan de manera incontrolable, rebotando en su raído jersey de color café. Su esposa, de 60 años, le ayuda a mantenerse en pie. Un hijab (velo) cubre su cabeza.

Heba Azazieh, una trabajadora asociada de ACNUR sobre el terreno, ve a la pareja. En un principio, piensa que el hombre está pasando un mal rato porque es una mañana fría, pero pronto se da cuenta de que está temblando por la terrible violencia de la cual ha sido testigo. "Que Dios te proteja los oídos de lo que te vamos a contar", le dice la mujer.

Ella recuerda que cuando comenzó el conflicto sirio en marzo de 2011, los tanques avanzaban por las calles de Homs, su ciudad. Los francotiradores se posicionaron sobre los tejados, haciendo que este hombre mayor sufriera un ataque de pánico. Los vecinos dijeron que no era seguro quedarse y por eso la pareja huyó, esperando poder volver en unos pocos días. "Huimos con la ropa a las espaldas", le cuenta este hombre mayor a la atenta Azazieh.

Se gastaron su dinero en poco tiempo. Después de tres días, llamaron a sus vecinos, quienes les dijeron que los hombres armados se habían apoderado de su hogar. Los proyectiles habían eliminado el porche. Lo perdieron todo.

Y ahora necesitan mucha ayuda: los documentos de registro de ACNUR del anciano están caducados, la farmacia local no les podrá dar más las medicinas que ayuden a controlar sus temblores y tiene problemas para acceder al salario mensual de 140 dólares que reciben de ACNUR. Por alguna razón no puede retirar el dinero del cajero utilizando la tarjeta de crédito que le dieron, y ese es el dinero que necesita para sobrevivir.

Se trata de un caso habitual para esta trabajadora de ACNUR que dirige una pequeña unidad de respuesta que tiene como objetivo escuchar y actuar frente a las necesidades urgentes de refugiados como esta pareja de ancianos. Ella renueva rápidamente los documentos del hombre y llama a un compañero para lidiar con el problema del banco. Parece sencillo, pero Azazieh y su equipo, profesional y muy cuidadoso, están proporcionando un servicio vital.

Más de 360.000 sirios han buscado refugio en Jordania, y muchos llegan desesperados y con necesidad urgente de asistencia médica, material y de otros tipos. Algunos, como esta pareja de ancianos, se enfrentan a problemas nuevos cuando llegan. ACNUR ha apoyado a Jordania en sus esfuerzos para coordinar la respuesta ante la emergencia siria y ha proporcionado artículos y servicios importantes a los desplazados.

Pero lograr todo esto supone un desafío inmenso. La inseguridad en Siria prevalece, miles de personas, la mayoría mujeres y niños, están huyendo a diario a los puntos fronterizos oficiales y no oficiales de Jordania. La mayor parte del éxodo se reparte por las comunidades urbanas y rurales.

El equipo de Azazieh ayuda a las personas necesitadas de todo el país. No hace falta cita previa. Aquellos casos que se encuentren en situación de potencial emergencia son referidos al personal adecuado. El objetivo es proteger a los más vulnerables para que no queden al margen. Algunos de los que no reciben asistencia de forma regular sufren desde condiciones médicas severas a violencia sexual y de explotación.

El día en que Azizeh, que tiene la doble nacionalidad siria y jordana, conoce a la pareja de ancianos, hay alrededor de 500 personas esperando ser atendidas. Su trabajo es dirigir las llegadas masivas de manera eficiente. "Los casos que solíamos considerar como una excepción son ahora lo normal", dice señalando hacia el lugar donde los refugiados se registran. Está llena de personas mayores y de enfermos, así como de madres con sus hijos.

Los casos más urgentes son derivados al equipo de servicios comunitarios de ACNUR. En el sótano de la oficina, estos refugiados hacen fila para hablar en privado con el equipo de especialistas. Ameera Faraj, una trabajadora de los servicios sociales, escucha y trata de ayudar a medida que una familia tras otra le va contando cómo se derrumbó su mundo.

En una pequeña sala de entrevistas, Faraj habla con una mujer de 32 años con cinco niños de edades comprendidas entre los 10 años y los siete meses. Su hija de cinco años está encantada con el ordenador de Faraj. Su madre le dice que deje de molestar, pero Faraj está contenta de ver a la niña sonreír. "No te preocupes, cariño", le dice a la madre. "Tu niña no me molesta".

La mujer y sus niños viven con los seis dólares al día que gana recogiendo verduras para los agricultores locales. Vive en un refugio improvisado a las afueras. No tiene utensilios de cocina. Llegó desde Siria porque temía por la seguridad de sus pequeños.

Faraj mira al niño más pequeño y de pronto su semblante se ensombrece. Examina sus manos y sus pies. Contempla sus ojos hundidos. "Este niño está malnutrido", dice. "Necesitas llevarlo a un centro de salud inmediatamente". La mujer protesta apocadamente. "Si le llevo al centro de salud, perderé mi día de paga", dice la mujer. "Tengo cinco niños que alimentar".

El tono de voz de Faraj se vuelve duro de repente. No es una petición. "Vas a llevar a este niño al centro de salud para que pueda recibir tratamiento", le dice. "No has salvado a tu hijo de la guerra en Siria para perderle luego en Jordania". La mujer recibe asistencia financiera urgente para poder cubrir sus necesidades inmediatas. Los trabajadores de campo de ACNUR la visitarán pronto en su casa para asegurar que sus niños están yendo al colegio y que está a salvo. Sus ojos se llenan de lágrimas y suspira.

Los trabajadores de los servicios comunitarios no tienen tiempo de descanso. Cuando esta mujer se va, aparece en la habitación un hombre en silla de ruedas. Él tampoco tiene nada. Vive en el segundo piso de un edificio y tiene que arrastrar su cuerpo escaleras arriba para subir. Necesita pagar el alquiler y su hija tiene que ir a la escuela.

Faraj recibirá hoy a toda la gente que pueda. Y cuando vaya a casa con su familia, llevará el teléfono consigo. Hay mujeres en riesgo de sufrir violencia sexual que saben cómo tienen que contactarla. Podrían necesitarla de nuevo. Este es su ritmo de vida en una emergencia como la que se vive ahora en la región.