El fútbol amalgama a las personas refugiadas y a la comunidad de acogida en Angola
El fútbol amalgama a las personas refugiadas y a la comunidad de acogida en Angola
Djibril Mukandila era un exitoso entrenador de fútbol en la República Democrática del Congo cuando estalló el conflicto en Grand Kasai, la región de la que es originario. Este entrenador de 57 años tenía a su cargo el club regional AS Vutuka; y, tras casi una docena de años entrenando a diversos equipos en Camerún y República Democrática del Congo, fue forzado a huir en 2017.
Las tensiones étnicas y políticas en Kasai se acentuaron rápidamente, lo cual derivó en el desplazamiento interno de 1,4 millones de personas. “Fui testigo de las terribles consecuencias de la guerra”, comentó Djibril. Djibril Mukandila y su familia se encontraban entre las 35.000 personas que huyeron en dirección a Angola. Ahora, Djibril Mukandila, su esposa y sus cinco hijos viven en el asentamiento de Lôvua, en la provincia de Lunda Norte.
La vida de una persona refugiada no es sencilla, y la frustración profesional que sentía Djibril hizo que la situación fuera aún más difícil. “Como entrenador, sentía que mi trabajo nunca sería aceptado aquí”, confesó. Sin embargo, se propuso encontrar una manera de aprovechar sus habilidades, así que, poco después de su llegada a Angola, empezó a entrenar, aunque informalmente, a jóvenes congoleños refugiados que también habían huido de la violencia en Kasai.
Como padre y entrenador, Djibril sabía que los deportes desempeñan un importante papel en la promoción de la cohesión social y del bienestar personal. En ese sentido, si bien los jugadores no tenían el nivel profesional al que Djibril estaba acostumbrado, él pudo ver cuán beneficioso fue para ellos, tanto física como mentalmente.
“Los deportes ayudan a los jóvenes refugiados de diversas formas”, comentó Vito Trani, representante de ACNUR en Angola. “No solo refuerza la coexistencia pacífica entre la juventud refugiada y la angoleña, sino que también fortalece su capacidad para sobrellevar el pasado y mirar hacia el futuro”.
Al cabo de un tiempo, Djibril formalizó sus entrenamientos abriendo una escuela de fútbol en Lôvua, donde su dedicación al deporte ayuda a que los jóvenes refugiados se olviden de la violencia de la que huyeron e imaginen un futuro distinto.
“En ocasiones, me siento triste porque mi padre y tres de mis hermanos murieron”, confesó Mananga Mandundu, un joven de 16 años que recuerda cómo vivió el conflicto en República Democrática del Congo. “El fútbol me ayuda a superar la tristeza que siento. Al jugar, toda esa tristeza sale de mi cabeza. Sé que algún día cumpliré mi sueño de jugar a nivel profesional”.
“Cuando juego al fútbol, no pienso en cuánto extraño a mis amigos”, indicó Adore Oyombo, un joven de 24 años que también huyó de los horrores que se han suscitado en Kasai. “Jugar al fútbol me ayuda a no pensar más en el pasado”. Inspirándose en el entrenamiento de Djibril, Adore también sueña con convertirse en jugador profesional.
“Me di cuenta de que son como yo”.
En un inicio, los refugiados formaron un equipo propio y, en un torneo organizado por la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), vencieron a un equipo angoleño local.
“Ambos equipos llegaron a la final; infortunadamente, el equipo local perdió”, contó Miguel Baptista, un funcionario público angoleño que jugó en el torneo. Para Miguel, haber perdido no fue motivo de molestia, sino que la experiencia cambió su perspectiva con respecto a las personas refugiadas. “Cuando supe que vendrían a vivir aquí, pensé que serían personas extrañas o malas, pero, luego de conocerlos, me di cuenta de que son como yo”.
Por insistencia de Djibril, los jugadores refugiados y los locales pasaron de ser rivales a jugar juntos, en el mismo equipo. “La idea era promover la coexistencia pacífica y la unión”, señaló Djibril, quien se acercó a Miguel para solicitar su ayuda.
“Djibril me pidió que me convirtiera en entrenador asistente y que propusiera jugadores”, recordó Miguel. El nuevo equipo – integrado por refugiados y angoleños – debutó en el campeonato provincial como el “Club de Fútbol Plural de Lôvua” y, si bien perdió el primer torneo, causó un gran impacto en el público.
Fernando Matuca, un angoleño que juega y es aficionado del fútbol, era uno de los espectadores en aquel torneo. Para su sorpresa, no solo se descubrió vitoreando al equipo de refugiados y angoleños, sino que se acercó a los entrenadores para solicitar que lo pusieran a prueba para hacer parte de él. “La recepción fue muy buena, y me enseñaron a jugar en conjunto”, contó Fernando, quien aseveró que Djibril es “un excelente maestro”.
Los integrantes del equipo han pasado mucho tiempo juntos, ya que, entre sus estudios y sus empleos, entrenan todos los días en el asentamiento de Lôvua. Djibril predica con el ejemplo: no solo se encarga de movilizar la coordinación del campamento por encargo de World Vision, sino que también es socio de ACNUR y se da tiempo para usar sus conocimientos futbolísticos en favor de las personas refugiadas y de la comunidad de acogida. “He trabajado duro”, dijo con orgullo. “Ahora, todos valoran mi trabajo”.
Los fines de semana, el equipo viaja con cierta regularidad para competir en torneos (a menudo, con un pequeño grupo de seguidores); por tanto, ha demostrado que es posible encontrar puntos de convergencia y superar las barreras.
Gracias al ímpetu y la experiencia de Djibril, el futuro parece ser más prometedor. “Soñamos con que el equipo vea a algunos de sus integrantes convertirse en jugadores profesionales, en clubes de fútbol de otras partes del mundo”, confesó Chrispus Tebid, encargado de la oficina de terreno de ACNUR en Lunda Norte.
Djibril sueña con lo mismo: espera que su recién creado equipo de refugiados y angoleños logre participar en un torneo continental algún día. En lo que respecta a los jugadores, para ellos, el fútbol es mucho más que un mero deporte. “Surgió una amistad cuando jugábamos un equipo contra otro”, compartió Mananga, el joven refugiado congoleño. “Ahora, somos una familia”.