Futuro incierto para las personas con discapacidad en los campamentos de refugiados en Bangladesh
Futuro incierto para las personas con discapacidad en los campamentos de refugiados en Bangladesh
Varias veces a la semana, Nur, un refugiado de 18 años con parálisis cerebral se desplaza gateando durante una hora por los caminos polvorientos o enlodados del campamento de Kutupalong para llegar desde su sofocante refugio hasta un centro comunitario donde se siente incluido y puede pasar el tiempo con otras personas.
Navegar por el mayor campamento de refugiados del mundo, que acoge a 650.000 rohingyas que huyeron de Myanmar hace cinco años, es una prueba para personas sin ninguna discapacidad. Pero para aquellas personas con discapacidad, como Nur, las tareas cotidianas pueden llegar a ser abrumadoras.
Las sesiones de grupo en el centro comunitario ofrecen consuelo, ya que permiten a Nur y a otras personas en situaciones similares compartir experiencias, consejos y actividades en un espacio seguro.
Nur es voluntario refugiado desde 2019. Le gusta llevar la información del centro a la comunidad, idealmente sentándose en una tienda local, donde charla con sus vecinos y transmite información general y consejos sobre seguridad.
“Me gusta ayudar a las personas”, comenta. “Vengo al centro, me informo sobre los servicios y luego voy a la tienda e informo a los demás y ayudo a remitirles. En la tienda hace menos calor, por eso también me gusta sentarme ahí”.
“Me gusta ayudar a las personas”.
Los días en casa son monótonos, entre abluciones y comidas. Tiene una silla de ruedas, pero su uso es limitado. “Cuando las carreteras son buenas, la uso, pero a menudo no lo son y tengo que gatear”. A veces contrata a adolescentes para que le lleven en brazos en salidas especiales, como las raras visitas a la clínica.
En 2017, Nur cruzó la frontera del río Naf sobre los hombros de su padre. Cuando llegó, las ONG le dieron una silla de ruedas y algo de dinero, pero señala que “la vida es más dura ahora”. El apoyo familiar ha desaparecido y actualmente no recibe fisioterapia. Su esperanza inmediata es una letrina dentro de su alojamiento.
Un estudio realizado el año pasado estimaba que el 12 por ciento del casi millón de personas refugiadas rohingyas en los campamentos del distrito bangladeshí de Cox's Bazar viven con discapacidad. Quienes trabajan aquí con personas con discapacitad creen que la estimación es conservadora. Debido al terreno montañoso y a menudo enlodado, las personas con discapacidad y las personas adultas mayores tienen dificultades para desplazarse y acceder a los servicios.
ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y sus socios, especialmente Handicap International-Humanity & Inclusion (HI), brindan apoyo con rehabilitación, dispositivos de asistencia y otros servicios destinados a ayudar a las personas refugiadas con discapacidad a moverse y vivir de forma independiente. También capacitan a otros voluntarios en inclusión, educación contra el estigma y técnicas de comunicación. Este aspecto del trabajo es especialmente importante ahora que el mundo celebra el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, dedicado a la capacitación y las soluciones.
Pero el apoyo a las personas refugiadas con discapacidad en Bangladesh, como en otros lugares, no suele ser una prioridad en las respuestas humanitarias, y los recursos en Cox son escasos. ACNUR solo cuenta con un miembro del personal dedicado exclusivamente a la inclusión de la discapacidad en Bangladesh.
En un campamento cercano, Farida, de 31 años, se enfrenta a sus propios obstáculos, pero sigue siendo optimista. En su hogar de ocho personas, cuida a sus dos hijas con parálisis cerebral – Jubaida, de 16 años, y Sumaia, de 5 –. El personal afirma que en el campamento han aumentado las cepas adquiridas de la enfermedad, provocadas por infecciones o traumatismos craneoencefálicos. Cuando la familia huyó de la persecución en Myanmar en 2017, Farida estaba embarazada y tuvo que pagar a otras personas para que cargaran a Jubaida durante ocho días. Todavía está pagando la deuda de aproximadamente 100 dólares (USD).
HI ha adaptado el alojamiento de la familia y ha despejado el camino. El personal visita a las niñas dos veces al mes para sesiones de fisioterapia, que la familia replica. También les proporciona aparatos ortopédicos, cuando el presupuesto lo permite, y ha donado una silla de ruedas a Jubaida. Con apoyo, Sumaia puede caminar un poco, pero se beneficiaría con un andador.
“Todos queremos regresar a Myanmar”.
Farida no pide mucho. Quiere un mejor acceso al agua, una silla de ruedas nueva y mejor adaptada para Jubaida (el día anterior se había caído de la que tiene) y zapatos nuevos para Sumaia. Farida intenta pasar más tiempo con sus hijas. “Después del ejercicio, Sumaia necesita practicar el caminar. Pero no puedo dedicarle suficiente debido a mis tareas domésticas”.
“Todos queremos regresar a Myanmar”, añade Farida. “Pero no podemos volver. Es inseguro y además tenemos que ocuparnos de las niñas”.
Jubaida rara vez sale de casa, ya que el terreno es demasiado complicado, por lo que no puede asistir a centros educativos o comunitarios. A veces la familia la lleva a la carretera, donde permanece sentada un rato.
Pero la fisioterapia de HI está funcionando y el pronóstico es alentador. María Carolina Rubio, Responsable de Proyectos de HI en Cox's Bazar, comenta: “Cuando conocimos a Jubaida, estaba tendida en el suelo. Ahora puede sentarse en su silla y lanzar objetos. Confiamos en que podrá caminar. Cada vez está más cerca de hacerlo”.
Aun así, los progresos que está logrando Jubaida corren verdadero peligro con los recortes de los presupuestos humanitarios aquí, como en otros lugares.
“Lo que hacemos con ACNUR es increíble”, afirma Rubio, de HI. “Juntos podemos transformar vidas. Pero necesitamos ayuda para hacerlo”.