Jóvenes voluntarios rohingyas se enfrentan a la violencia de género en los abarrotados campamentos de Bangladesh
Jóvenes voluntarios rohingyas se enfrentan a la violencia de género en los abarrotados campamentos de Bangladesh
Para algunas personas refugiadas rohingyas en Kutupalong, el mayor campamento de refugiados del mundo, la noche trae el miedo. A menudo es el momento en que las tensiones del día se desbordan y se desata la violencia entre hombres y mujeres. La endeble lona y las paredes de bambú de los refugios hacen que los vecinos estén al tanto de lo que ocurre.
La violencia de género ha sido un problema pernicioso aquí desde que la población se disparó hace cinco años con la llegada de cientos de miles de rohingyas que huían de la violencia en Myanmar. Cerca de 650.000 personas se hacinan ahora en un área de 13 kilómetros cuadrados. Con pocas oportunidades de obtener ingresos, educación limitada, falta de intimidad y escasez de modelos de conducta, los hombres han descargado con demasiada frecuencia sus frustraciones contra las mujeres. Esa violencia ha ido acompañada de otras prácticas nocivas, como la trata de personas, el matrimonio infantil y los peligrosos viajes a otros países, que ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, está tratando de abordar.
Una iniciativa es motivo de esperanza. Capacitada y movilizada por ACNUR y sus socios, la juventud refugiada se reúne en grupos masculinos, femeninos y mixtos para concienciar sobre estos comportamientos nocivos. Los programas – SASA, Girls Shine y Male Role Models – ofrecen a los jóvenes voluntarios un propósito, satisfacción y un pequeño incentivo. Y están dando resultados.
“Antes, las personas nunca entendían el impacto de esta violencia en sus familias”.
Los voluntarios comparten información con sus comunidades en mezquitas, puestos de té, centros comunitarios y yendo de puerta en puerta. A veces remiten casos para que medien los líderes religiosos o de los campamentos. También abogan por crear un comité de enlace con las autoridades del campamento, para ayudar a reducir la prevalencia del matrimonio infantil.
En una reciente sesión de sensibilización, Jaber, de 22 años, miembro masculino de SASA, explicó cómo había aprendido a utilizar su ‘poder’ con fines positivos. “Cuando llegué, no hacía nada, solo pasaba el rato”, contó. A través de SASA aprendió sobre el abuso de poder y la violencia doméstica. “Solía golpear a mis hermanos pequeños. Me di cuenta de que eso estaba mal y ahora uso mi poder interno para ayudar a la comunidad”.
Beauty, de 25 años, una mujer miembro de SASA, describió los cambios en su esposo. “Antes, mi esposo nunca trabajaba. Se dedicaba a las apuestas y era violento. Desde que me uní a SASA, pude instruirlo. Ahora ha cambiado. Si estoy enferma, cocina para mí, o si los niños están enfermos, los lleva a la clínica. Antes, las personas nunca entendían el impacto de esta violencia en sus familias. Pero gracias a nuestro programa, entienden mejor y están cambiando”.
Los hombres voluntarios identifican a quienes ejercen la violencia a través de sus redes o mediante información de primera mano, y se acercan a ellos en privado, ganándose su confianza, quizá con una taza de té o una nuez de betel, para explicarles lo perjudicial que es su comportamiento. “Para nosotros, se trata de crear confianza con los hombres, de informarles”, explicó Mohammed, miembro de Male Role Models. “Al principio, la poligamia estaba en alza, al igual que el matrimonio precoz y la violencia de pareja. Hemos intentado explicarles las consecuencias. Significa que podemos hacer algo constructivo por la comunidad”.
Varios de los hombres explicaron que, desde que se incorporaron al programa, también habían empezado a ayudar en casa, cortando verduras o recolectando agua. Uno dijo que había aceptado que su esposa se convirtiera en maestra voluntaria, algo que nunca se habría planteado antes. “Nos queda mucho camino por recorrer”, afirma. “Necesitamos más ayuda, capacitación para más instructores”.
En los últimos cinco años, ACNUR ha establecido 47 puntos de servicio para supervivientes de violencia de género en los 17 campamentos de Cox's Bazar, ofreciendo gestión de casos, apoyo psicosocial y derivaciones. Hay más de 1.000 voluntarios comunitarios que trabajan en la prevención y respuesta a la violencia de género. Los espacios seguros para mujeres y niñas ofrecen un refugio confidencial, mientras que los centros de participación comunitaria permiten a los hombres reflexionar y aprender sobre estos temas. Se están llevando a cabo actividades similares en la isla de Bhasan Char, que acoge a cerca de 27.000 personas rohingyas.
A medida que la campaña 16 Días de Activismo contra la Violencia de Género llega a su fin, ACNUR sigue pidiendo más apoyo para estos programas. Las operaciones de ACNUR en Bangladesh se enfrentan a déficits de financiación: solo ha recibido el 42 por ciento de sus necesidades de financiación para 2022, que ascienden a 285,1 millones de dólares (USD), y estos programas podrían verse afectados.
Beauty, integrante de SASA, señaló que el programa había logrado un gran cambio de comportamiento e instó a que continuara “por el bienestar futuro de la comunidad”.
Tras haber cambiado su forma de ser, Jaber mira hacia el futuro. “Cuando me case, quiero tener una relación sana con mi familia y no utilizar nunca mi poder sobre mi esposa. Me comportaré de forma positiva”, afirma.
“Es importante respetar a las mujeres y tratarlas bien”.