En la frontera con Serbia no cesa el flujo de refugiados que llegan a Hungría
En la frontera con Serbia no cesa el flujo de refugiados que llegan a Hungría
RÖSZKE, Hungría, 7 de septiembre de 2015 (ACNUR/UNHCR) – La vías de los ferrocarriles conectan Serbia y Hungría, mientras que un cerco de alambre de espino los separa. Sin embargo, la alambrada se abre ante las vías y los grupos de refugiados -a veces, hasta multitudes- simplemente cruzan la frontera caminando por ellas.
Los refugiados traen consigo historias de las dificultades vividas a lo largo del periplo.
"Esperábamos algo mucho mejor, mucho más esperanzador", cuenta Amer, un sirio de Damasco. "La espera en la frontera de [la Antigua República Yugoslava de] Macedonia fue espantosa, estuvimos expuestos al sol durante horas, sin agua ni comida. Las mujeres embarazadas se desmayaban. No había ambulancias".
Algunos también cuentan casos de robos y palizas a lo largo del camino. A pesar de eso, continuaron caminando y desgastando sus zapatos o andando en chancletas, como Ali, uno de dos hermanos provenientes de la zona kurda de Qamishli, en Siria.
A un kilómetro de la frontera, la policía de Hungría los detuvo y los condujo hacia un campo, al que llamaban "punto de recogida". El centro de recepción cercano, equipado con tiendas de campaña, estaba abarrotado de refugiados.
Las autoridades húngaras están desbordadas por el número de llegadas. Al país llegan más de 2.000 refugiados todos los días. El proceso de registro, que permite a los refugiados poder trasladarse a Budapest y, desde allí posiblemente dirigirse a Austria y Alemania, es extremadamente lento.
En el punto de recogida, los recién llegados tienen que acampar sobre la tierra. Visiblemente exhaustos, hacen cola para recibir frutas y agua por parte de grupos de voluntarios.
Sin embargo, Maan estaba acostado. La sonrisa en su rostro parecía una expresión de dolor; aún tiene una bala alojada en su ingle, de cuando le dispararon en la calle en Deraa, Siria, hace más de dos años. Huyó a Turquía y, en cuanto se encontró lo suficientemente fuerte, prosiguió su camino hacia Europa.
Caminó con dolor hasta Hungría y logró llegar a la ciudad de Szeged, ubicada a unos pocos kilómetros de la carretera. Luego, fue detenido y enviado al centro de recepción, de donde pudo salir porque estaba abarrotado. Más tarde, la policía lo detuvo nuevamente y le dijo que volviera al punto de recogida.
"Estoy muy cansado. Esta situación se ha vuelto muy difícil", confesó Maan. "Estoy empezando a odiar lo que me está pasando".
Otros como Mohammed, que se fue de Siria con su esposa y sus dos hijos pequeños, están furiosos.
"Vine aquí porque estamos esperando. Queremos que se acabe esta guerra. Queremos que las Naciones Unidas la terminen, pero nadie nos ayuda".
Los oficiales de protección de ACNUR como Mohammed Abdel Wahab vienen todos los días a ver cómo están los refugiados.
"Muchos de ellos llegan exhaustos", relató Mohammed. "Algunos caminaron hasta 50 kilómetros".
Ali y Najibah, iraquíes originarios de Kirkuk, caminaron durante ocho días para llegar a Hungría. Najibah, que estaba embarazada de siete meses, se sentó en el suelo del punto de recogida agotada y demacrada. Desde hacía tres días tenía fuertes dolores en el abdomen. Trabajadores de ACNUR alertaron a la policía y se le envió una ambulancia.
Sin embargo, las noticias no fueron buenas. Najibah y su esposo, que lloraba desconsoladamente, fueron llevados a un hospital, donde los médicos no pudieron detectar ningún movimiento del bebé en el vientre de Najibah.
Por Don Murray, en Röszke, Hungría