Forjando nuevos líderes para una región colombiana desgarrada por la guerra
Forjando nuevos líderes para una región colombiana desgarrada por la guerra
Yurany Bañol recuerda vívidamente las batallas que arrasaron la casa de su familia en Chocó, Colombia.
"Estábamos en el medio, con el ejército en un lado y las personas que habían tomado los terrenos en el otro", dice Bañol, recordando los disparos entre fuerzas militares y oportunistas que tomaron el control de las granjas dejadas por personas que huían de la violencia. "Quién sabe cuántos muertos están enterrados a lo largo de ese camino".
La historia de Bañol, de veinticuatro años, no tiene nada de especial en esta región, esparcida por el ancho y perezoso Río Atrato. Los residentes han sufrido por generaciones mientras paramilitares, guerrillas izquierdistas y fuerzas del gobierno luchaban por el control. Los asesinatos selectivos de los que hablaban en contra de los grupos armados eran comunes, así como los desplazamientos masivos, los reclutamientos forzados y los abusos sexuales, traumatizando cada generación a su vez.
Al igual que muchos otros jóvenes de la región, cerca de la aislada y difícil frontera noroeste de Colombia con Panamá, Bañol quería algo diferente para el futuro.
"Una vez que has vivido esa experiencia no quieres que nadie más la tenga que vivir", dice Bañol. Su familia sigue luchando en los tribunales para restablecer sus derechos sobre la tierra, permitiéndoles volver a casa.
"Antes había un número mucho mayor de jóvenes que se unían a grupos armados, y eso ha bajado mucho"
Ella y otros 139 residentes jóvenes del área han encontrado apoyo para ese deseo de cambio a través de un programa nunca antes visto respaldado por el ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados – la Escuela Interétnica de Liderazgo Juvenil.
La escuela, que tiene cuatro años de existir, acoge a estudiantes afrocolombianos, mestizos e indígenas de edades comprendidas entre los 14 y los 29 años, y reúne periódicamente a jóvenes y a unos 60 líderes comunitarios de la región para las clases y discusiones sobre cómo forjar mejor su futuro.
Muchos estudiantes, incluso los que viven en el centro local Riosucio, han tenido oportunidades limitadas para ir más allá de la escuela secundaria. La mayoría trabaja con sus familias en la agricultura o pesca de subsistencia, pero el programa les enseña habilidades de elaboración de políticas, junto con herramientas de oratoria y liderazgo. Este año un grupo de 20 estudiantes presentará propuestas de políticas a los concejos municipales locales sobre varios temas, desde salud y educación hasta programas deportivos y seguridad.
"Antes había un número mucho mayor de jóvenes que se unían a grupos armados, y eso ha bajado mucho porque ahora comprenden que hay una manera diferente de enfrentar sus necesidades, problemas y la falta de oportunidades", dice Yaneth Velasco, Asistente de protección comunitaria del ACNUR para la región, quien dirige las reuniones de la escuela.
El proyecto es particularmente relevante en Chocó, una remota provincia que ha sido duramente golpeada por más de cinco décadas de guerra civil. El conflicto ha desarraigado a unos 7,3 millones de personas dentro de las fronteras de Colombia y ha llevado a más de 340.000 refugiados a buscar seguridad en el extranjero.
Puede parecer optimista creer que una escuela de liderazgo puede ayudar a los jóvenes a resolver la multitud de problemas en el Chocó. Pero Velasco dice que "los últimos cuatro años han demostrado que es posible, y que estamos siendo ambiciosos, pero debemos seguir apostando por este proceso".
Los estudiantes necesitarán su nueva confianza en sí mismos y conocimiento legal para navegar por el futuro incierto de la región. Tras un acuerdo de paz con el gobierno el año pasado, el grupo rebelde de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) se ha retirado de la zona. Muchos residentes del Chocó apoyaron las conversaciones de paz y votaron por grandes márgenes para respaldar el acuerdo entre las FARC y el gobierno. Sin embargo, muchos temen que el vacío de poder dejado por los rebeldes sea tomado por las despiadadas pandillas criminales.
A falta de una presencia gubernamental a gran escala, los grupos armados ilegales, muchos de cuyos miembros son antiguos paramilitares de derecha, ya han comenzado a incursionar en territorio anteriormente controlado por las FARC. Estos grupos desplazaron a más de 2.200 personas de sus hogares en Chocó en los primeros tres meses de este año, y hay reportes de más violencia.
"Es una situación que previmos", dice Velasco. "Es muy preocupante y crea muchos riesgos para la población". Sin embargo, muchas comunidades están deseosas de organizar una reunión escolar, dice, porque la presencia del ACNUR les da una medida de protección.
Más allá de su ambicioso objetivo de forjar futuros líderes, la escuela ya está ayudando a acercar a la comunidad étnicamente diversa, dando a los estudiantes la oportunidad de reunirse y formar amistades con otros jóvenes de su región que de otra manera nunca hubieran conocido. Aunque tribus indígenas como Wounaan y Embera viven cerca de las poblaciones afrocolombianas y han sufrido a menudo violencia a manos de los mismos autores, hubo muy poco contacto entre los grupos étnicos.
"Antes de la escuela interétnica, los indígenas y los afrocolombianos no se entendían", dice Yair Moña, de 19 años, miembro de la comunidad de Wounaan. "Pero la escuela ha mejorado, ahora compartimos cosas".
Siendo el mayor de 10 hermanos, la corta vida de Moña ha estado marcada por el desplazamiento, algo de lo que él quisiera proteger a las generaciones Wounaan futuras.
"Quiero ser el líder de mi comunidad y luchar más para defender nuestra tierra", dice después de la reunión más reciente de la escuela en Riosucio, mientras sus compañeros de clase se apresuraban al exterior para montar motos o embarcaciones que los llevarían de vuelta a sus comunidades dispares.
El socio del ACNUR en la escuela, el programa Pastoral Social de la Iglesia Católica, fue clave para asegurarse de que los esfuerzos estuvieran separados de las divisiones étnicas.
"Es el deber de la iglesia, que todavía tiene credibilidad con todos los grupos y es vista como imparcial, de proveer este servicio", dice el Padre Leonidas Moreno, un sacerdote que ha trabajado en la región durante 37 años. "No se trata de evangelizar, lo que queremos es un espíritu de reunión".
"Quiero ser el líder de mi comunidad y luchar más para defender nuestra tierra"
"No ha sido fácil para los estudiantes sentir que ahora pueden hablar sin miedo", dice Moreno. "Antes, eso no era posible, quien hablaba, moría".
La escuela también está ofreciendo a los funcionarios gubernamentales un vistazo del exitoso compromiso de los jóvenes en las más complicadas circunstancias.
"Es una idea innovadora, sobre todo porque llega a estas áreas de difícil acceso", dice Diego Fernando Mata, funcionario de Colombia Joven, departamento de asuntos juveniles del gobierno. Mata llegó a Riosucio para asesorar a los estudiantes sobre sus propuestas de políticas.
"Nuestra esperanza es tener una política pública para los jóvenes en Riosucio al final del año, construida con jóvenes, el Estado y otros actores, lo que ayudará a generar oportunidades de empleo, educación, cultura, deporte, salud" . Alentó a los estudiantes a proponer cambios que hagan un impacto cuantitativo en sus comunidades, como reducir el número de embarazos de adolescentes y aumentar el número de plazas en las escuelas secundarias.
Los estudiantes tienen ambiciones múltiples – desde ser líderes comunitarios y trabajadores sociales hasta ser abogados y periodistas. La comunidad de Bañol ya le pidió que se postulara para una posición de concejo municipal, pero ella rechazó, prefiriendo hacer cambios fuera de círculos políticos notoriamente corruptos.
"Todo lo que pueda hacer por mi comunidad lo haré fuera de la política", dice Bañol, quien como muchos de los estudiantes mayores ya es madre, en su caso de una hija de cinco años. "No quiero que crezca en el mismo ambiente que yo".
Por Julia Symmes Cobb