Se retoma lentamente la asistencia en los campamentos de refugiados en el sur de Tigray
Se retoma lentamente la asistencia en los campamentos de refugiados en el sur de Tigray
Abraham está menos preocupado ahora que ha visto a los trabajadores humanitarios regresar al campamento de Adi Harush, después de que la escalada de violencia en la región de Tigray, en Etiopía, obligara a las agencias humanitarias a cesar sus operaciones en noviembre pasado.
“Cuando los trabajadores humanitarios se fueron, nos sentimos solos. Es reconfortante ver que ACNUR ha vuelto”, explica un refugiado eritreo, padre de cuatro hijos, que ha vivido en Etiopía durante los últimos cuatro años,
Y añade que los servicios ofrecidos por ACNUR, la Agencia de la ONU para Refugiados, y otras agencias de ayuda antes de se retiraran temporalmente les daban cierta esperanza.
“En aquel entonces, sabíamos que no nos habían olvidado. Teníamos una escuela y un centro de salud, al menos ACNUR trató de darnos un futuro, aunque pareciera lejano”, continúa. “La vida no era fácil en el campamento de refugiados, pero al menos nos sentíamos más seguros”.
El personal de ACNUR se retiró del campamento a principios de noviembre del año pasado en medio de la escalada del conflicto en Tigray, que ha llevado a más de 58.000 civiles a buscar refugio al otro lado de la frontera, en el vecino Sudán. Cientos de miles de personas más están desplazadas dentro de Etiopía y algunas zonas siguen siendo inaccesibles.
Richelle Haines, Oficial de Protección de ACNUR que trabaja en Shire, en la región de Tigray, recuerda el día en que tuvieron que abandonar Tigray.
“Cuando nos fuimos, la gente se preguntó: ‘¿Por qué se van? ¿Qué pasará ahora?’”, recuerda Haines, que ha trabajado en Etiopía durante más de 10 años.
“Aunque nos vimos obligados a irnos, sentimos como si los estuviéramos abandonando. Si bien este es mi lugar de trabajo, también se ha convertido en mi hogar y marcharme significó dejar atrás a muchos amigos queridos”, explica.
“Cuando nos fuimos, la gente se preguntó: ‘¿Por qué se van? ¿Qué pasará ahora?’”
Ahora, Haines y sus colegas están de vuelta, aunque por un corto tiempo, hasta que ACNUR reciba la autorización del gobierno para regresar plenamente. A medida que se moviliza por el campamento y las zonas circundantes, saluda y conversa con la gente con facilidad en amhárico y tigriña.
“Cuando volvimos, todos hicieron los mismos gestos con las manos, como diciendo: ‘¡Aquí estás por fin!’”, dice.
Unos 96.000 refugiados eritreos – algunos de los cuales llegaron apenas el año pasado, mientras que otros hasta hace unos 20 años – están registrados en cuatro campamentos de ACNUR en la región de Tigray.
Si bien ACNUR recuperó el acceso a los campamentos de Adi Harush y Mai Aini, todavía no ha tenido acceso a los campamentos de refugiados de Shimelba y Hitsats, desde que las autoridades empezaran las operaciones en la región hace dos meses, a pesar de sus reiteradas solicitudes.
ACNUR sigue preocupado por la seguridad y el bienestar de los refugiados eritreos en esos campamentos, que llevan muchas semanas sin recibir ninguna ayuda.
En Adi Harush, los refugiados viven en pequeños alojamientos agrupados, a veces con un pequeño corral para algunos pollos o una cabra. La mayoría construyeron sus casas por sí mismos, con piedras que encontraron en la zona. El resultado es una casita, a veces sin ventanas, sin agua o electricidad. Pero para la mayoría de los refugiados es su hogar y se han sentido seguros aquí.
“Ese sentimiento se ha ido”, dice Amanuel, otro eritreo que vive en Adi Harush. “Al principio del conflicto, pensaba que la comida y el agua potable eran nuestros mayores problemas. Pero ahora es la situación de seguridad”.
Afortunadamente, los campamentos de refugiados de Adi Harush y Mai Aini no se vieron afectados directamente por el conflicto. La infraestructura del campamento está en gran parte intacta, pero los robos se habían vuelto frecuentes, especialmente por las noches, y se escuchaban en las cercanías las actividades militares. A algunas personas les robaron sus teléfonos móviles, que para muchos son sus únicos objetos de valor y la única forma de comunicarse con sus familias en Eritrea o en otros lugares.
“Cada noche tememos que el conflicto vuelva a empezar y que ladrones y saqueadores saquen provecho de la ausencia de ley”, añade Amanuel.
Samuel, de 36 años, está de acuerdo en que la situación es difícil. Durante más de dos meses, él y su familia de seis personas no recibieron ningún alimento. Los precios en el pequeño mercado se han disparado y la única fuente de agua es un río, cerca del campamento.
“La vida en un campamento de refugiados es dura”, dice Samuel. “Pero ahora es insoportable”.
Añade que el agua del río, más bien un arroyo, es apenas utilizable. El agua está casi estancada, fangosa y turbia.
“Es que... no está limpio”, dice.
Pero no tienen alternativa, así que los refugiados usan esa agua para lavar, cocinar e incluso para beber.
“Mis hijos necesitan tomar agua; todos necesitamos beber. Pero si toman esa agua, tendrán diarrea. Pero, ¿qué más podemos hacer?” pregunta.
Justo antes de Navidad, junto con la agencia para los refugiados del Gobierno de Etiopía, el Programa Mundial de Alimentos y ACNUR entregaron la primera ayuda alimentaria a los refugiados en Adi Harush y Mai Aini. “Un milagro de Navidad”, dijeron algunos.
“Haremos todo lo que podemos para ayudar. Ahora, más que nunca”.
“Les estábamos esperando. Ahora, aunque las cosas no estén bien, se ve una mejora”, dice Abraham. “Las escuelas deben abrirse pronto, y esperamos tener agua limpia. Pero lo más importante es que volvamos a tener seguridad y protección”.
La trabajadora de ACNUR Richelle Haines comparte los sentimientos de esperanza de Abraham.
“Será un trabajo duro volver en realidad estas esperanzas”, dice. “Pero haremos todo lo que podemos para ayudar. Ahora, más que nunca”.