Tras devastadoras inundaciones, comunidades en Afganistán hacen lo posible por recuperarse
Tras devastadoras inundaciones, comunidades en Afganistán hacen lo posible por recuperarse
“Nadie escapó del sufrimiento que trajo consigo el desastre”, comentó Said Khanim, madre de cinco, afuera de su casa, que sufrió daños, en el pueblo de Dara e-Shaikha, en la provincia de Ghor, al oeste de Afganistán.
Exhausta y estresada, Said Khanim trata de apaciguar a su bebé, Enamulla, mientras evalúa los daños causados por las repentinas inundaciones que azotaron el pueblo a mediados de mayo.
Cuando una corriente de agua entró violentamente por las puertas y ventanas de su casa (de hecho, el nivel del agua no tardó en elevarse más de un metro), Said Khanim y sus hijos se apresuraron para ponerse a salvo en tierras más elevadas. En medio del caos, Atifa, su hija de cuatro años, se separó del grupo. Su cuerpo fue encontrado un par de horas más tarde: había sido arrastrado a una alcantarilla.
Fueron catastróficas las fuertes lluvias y las repentinas inundaciones del mes pasado: al menos 347 personas perdieron la vida; más de 10.000 hogares fueron destruidos o sufrieron daños; miles de familias fueron desplazadas; y la infraestructura pública y agrícola se dañó, incluidos caminos y puentes, instalaciones médicas, escuelas, así como infraestructura hídrica y sanitaria. Desde entonces, ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y otras organizaciones humanitarias han estado brindando asistencia vital, que incluye albergues de emergencia, alimentos y atención médica, para ayudar a las comunidades – como la de Said Khanim – en el proceso de recuperación.
La familia de Said Khanim se está quedando con unos vecinos, temerosa de volver a casa y de que las grietas en los muros hayan debilitado la estructura, lo cual podría provocar otra tragedia. El daño, sin embargo, no es solo físico: los hijos de Said Khanim que sobrevivieron a la catástrofe tienen pesadillas y despiertan gritando. Para ella es muy difícil lidiar con todo, pues su esposo viajó en busca de empleo.
“No tenemos nada: ni alimentos ni combustible para cocinar. Nada. Los vecinos nos han dado algunas cosas, pero nos hemos mantenido con té y pan. Hemos adquirido muchas deudas”, comentó Said Khanim. “Nuestra situación es precaria, porque no nos queda nada. Me preocupa qué nos depara el futuro”.
Las inundaciones acentúan las vulnerabilidades
Ninguna persona salió ilesa de las inundaciones; de hecho, la población señala que nunca antes había visto nada igual. “No recuerdo un acontecimiento como este en toda mi vida”, señaló Abdul Raouf, de 80 años, quien asistió a una sesión de atención psicosocial organizada por socios de ACNUR. Su casa colapsó con las repentinas inundaciones; la corriente se llevó sus pertenencias; y sus cultivos quedaron destruidos. “Necesitamos apoyo y atención humanitaria. Necesitamos muchísima ayuda”, recalcó.
Incluso antes de las inundaciones, para la población de Ghor ya era difícil obtener alimentos y acceder a servicios básicos. Ubicada en el extremo suroeste de Hindukush, a 2.500 metros sobre el nivel del mar, en la región son comunes las sequías en el verano y fuertes nevadas en el invierno; además, la infraestructura es precaria y los caminos no están pavimentados.
“Me preocupa qué nos depara el futuro”.
Las repentinas inundaciones han agravado las vulnerabilidades y reducido los mecanismos de supervivencia. “Muchas personas quedaron traumatizadas por las inundaciones; además, hay quienes enfrentan incertidumbre financiera”, comentó Parigul Habibi, quien trabaja brindando apoyo psicosocial en WASSA (Asociación de Actividades y Servicios Sociales para Mujeres), un socio de ACNUR que ha estado ofreciendo sesiones terapéuticas como parte de un equipo ambulante de respuesta que brinda diversos servicios de protección. Del equipo hacen parte los voluntarios de vinculación comunitaria, quienes han recibido capacitación de ACNUR para charlar con las personas afectadas por las inundaciones y, así, garantizar que las organizaciones humanitarias conozcan y consideren las necesidades e inquietudes que tienen estas personas.
“Las inundaciones han afectado la salud física y mental de las personas”, indicó Parigul. “Conocí a varias mujeres que tuvieron un aborto porque, luego de las inundaciones, las invadieron el miedo y la ansiedad”.
Niñas y niños también sufren
La niñez es uno de los grupos más afectados: madres y padres indican que, desde que ocurrieron las inundaciones, sus hijas e hijos no logran conciliar el sueño, tienen pesadillas o se orinan en la cama por la noche, o bien tienen comportamientos poco comunes o desproporcionados, como llorar o gritar.
“Mi hijo está muy traumatizado; mi hija tiene fiebre y diarrea”, comentó Abdul Basir, un trabajador en el pueblo de Jar-e-Saifor. “Mi hijo grita y quiera estar conmigo todo el tiempo. Me toma de la mano constantemente”.
Los niños del pueblo de Dara-e-Shaikha solían estudiar en tiendas; debido a que las inundaciones las destruyeron, ahora toman clases a la intemperie y se exponen a las inclemencias del clima. Aun así, el profesor Abdul Wahid Samadi tiene previsto seguir dando clase siempre que le sea posible, de ese modo, sus estudiantes tendrán una rutina y una estructura frente a los estragos provocados por las inundaciones.
“Podemos usar este espacio un par de días; queremos que continúen estudiando, pero algunos están muy enfermos”, contó. “Hay quienes tienen diarrea o dolor de garganta. Necesitamos que las agencias nos ayuden a encontrar un lugar donde estudiar”. Abdul Wahid añadió que, luego de haberlo perdido todo, son muchas las familias que han abandonado el área para empezar de cero en otro lugar.
En vista de que muchas familias perdieron lo poco que tenían (por ejemplo, su casa y sus fuentes de ingreso, como cultivos, árboles frutales, tiendas, motocicletas y otros bienes), la reconstrucción no será una tarea sencilla.
Debido a las inundaciones, Gulbuddin Amiri, un afgano desplazado que tiene seis hijos y que ahora vive en el pueblo de Dahan-e-Kandiwal, perdió el pequeño puesto de carbón que tenía en el mercado; además, el inventario que resguardaba en su casa se dañó: quedó cubierto de lodo, así que no puede venderlo.
“No me queda nada”, subrayó Gulbuddin, estando afuera de la casa que alquila, la cual quedó en ruinas y cubierta de lodo. “No tenemos suficiente comida; tampoco tenemos dónde alojarnos”, narró. En los brazos sostiene a Sadridin, su hijo de cuatro años, quien acaba de estar hospitalizado por una gripe. “Necesitamos de todo”, subrayó. “Tenemos hambre y necesitamos ayuda para que nuestras vidas vuelvan a la normalidad”.
“No recuerdo un acontecimiento como este en toda mi vida”.