Portando la antorcha olímpica
Portando la antorcha olímpica
Ibrahim Al-Hussein se coloca en cuclillas sobre el bloque de salida, mirando fijamente el interior de la piscina que sitúa frente a él. Todo lo demás se desvanece: la guerra en Siria de la que escapó hace tres años, los dolorosos recuerdos de los seres queridos que dejó atrás, el bombardeo en 2012 que le dejó sin parte de su pierna derecha. En este momento, está él solo con el agua.
Toma impulso y se sumerge.
El 26 de abril, Ibrahim portará la llama olímpica en Atenas, como parte del relevo de la de la antorcha para los Juegos de Río de Janeiro 2016. Este gesto simbólico busca mostrar la solidaridad con todos los refugiados, en un momento en el que millones de personas huyen de la guerra y la persecución en todo el mundo.
Es un inmenso privilegio para este atleta de 27 años, que una vez soñó con competir en las Olimpiadas, y cuya carrera deportiva se vio interrumpida por la guerra y sus heridas.
"Es un honor", declara Ibrahim, acerca de su participación portando la antorcha olímpica. "Imagina lo que supone conseguir uno de tus mayores sueños. Imagina que tu sueño desde hace más de 20 años se convierte en realidad".
Ibrahim llegó a la isla griega de Samos en 2014, después de cruzar el mar Egeo en una lancha neumática. Atenas se ha convertido en su nuevo hogar, el lugar donde reconstruyó su vida y su identidad como atleta. Camina con una pierna ortopédica que un médico privado le consiguió de forma gratuita.
Ibrahim se ha comprometido en un riguroso plan de entrenamiento deportivo. Tres veces por semana, nada con ALMA, una ONG griega para atletas con discapacidad. Su entrenamiento tiene lugar en el antiguo complejo deportivo de los Juegos de 2004, en Atenas. Forma parte también de un equipo de baloncesto en sillas de ruedas en Maroussi, un suburbio de Atenas, que se reúne cinco veces a la semana para entrenar, y viaja por todo el país para disputar encuentros.
Ibrahim hace todo esto además de trabajar 10 horas en el turno de noche de una cafetería.
"Para mí no es solo un juego", dice Ibrahim, acerca de sus horarios de entrenamiento. "Es mi vida".
Criado en Deir ez-Zor, en Siria, la vida de Ibrahim giraba en torno a los deportes: natación, baloncesto y judo. Su padre, entrenador de natación, infundió el amor por el agua tanto a Ibrahim como a sus 13 hermanos. Varios de sus hijos competían en natación desde los 5 años, llevando entre todos decenas de medallas a casa, en competiciones locales y nacionales.
"Solía trepar a la parte más alta, zambullirme en el agua y nadar en el río", recuerda Ibrahim.
Ibrahim continuó participando en competiciones de natación siendo ya adulto, aun cuando trabajaba a tiempo completo como electricista. Entonces, la guerra comenzó en 2011. Los combatientes destruyeron su querido puente. Un día, Ibrahim salió corriendo para ayudar a un amigo que había sido gravemente herido, y fue alcanzado él también por una bomba. Le tuvieron que amputar la pierna derecha por debajo de la pantorrilla. Al año siguiente huyó a Turquía, donde empezó a recuperarse, y aprendió a andar de nuevo.
Hablar de la guerra, de su accidente y de la recuperación le resulta difícil. En su pequeño apartamento del centro de Atenas, cuyo alquiler costea él mismo, Ibrahim no conserva fotos ni recordatorios de su vida en Siria. Los recuerdos son demasiado dolorosos. Tampoco habla de sus familiares allí; ha perdido el contacto con muchos de ellos.
"Sólo miro hacia delante", dice Ibrahim. "No puedo pensar en el pasado. Si recuerdo todas las cosas que he dejado atrás, me paralizaría".
A los pocos meses de llegar a Grecia, Ibrahim buscó la ayuda de una de las contrapartes de ACNUR, el Consejo Griego para los Refugiados, una ONG que ofrece apoyo legal y social a las personas que necesitan protección internacional. Se le concedió asilo con la ayuda de la abogada del CGR, Katerina Komita. "Él nunca dijo 'Yo era un buen deportista'", dice Komita de su cliente. "Él dice 'Soy un buen deportista'". Mientras tanto, la trabajadora social del CGR, Georgia "Gogo" Chiou, ayudó a Ibrahim a encontrar alojamiento y lo puso en contacto con las ligas deportivas locales para atletas con discapacidad.
Para meterse en la piscina, Ibrahim se quita su pierna ortopédica y da un salto con su otro pie para subir a la casilla de salida. La entrenadora de natación de Ibrahim, Eleni Kokkinou, recuerda aquel día del pasado mes de octubre en que Ibrahim volvió a nadar por primera vez en 5 años.
"Estaba en la piscina con él, ayudándole a intentar equilibrar su cuerpo en el agua de nuevo", cuenta Kokkinou. Sin parte de su pierna, la patada de natación de Ibrahim, que impulsa el cuerpo hacia delante, no era tan fuerte como antes. Sin embargo, en su segunda sesión, Ibrahim había recuperado su confianza en el agua.
"Vi a un deportista fuerte, nada más"; dice Kokkinou. "Todo lo que hay en su cabeza es 'entrenar, entrenar, entrenar'. Su objetivo es batir su marca personal en los 50 metros estilo libre".
Ibrahim nada ahora los 50 metros estilo libre en unos 28 segundos, a tan sólo 3 segundos de su mejor marca personal antes de perder parte de su pierna. A finales de junio, competirá en los juegos panhelénicos para nadadores con discapacidad. Tiene muchas posibilidades de quedar primero en su categoría y batir el récord de la competición, afirma Kokkinou.
"El deporte puede curar muchas heridas"
Ibrahim fue elegido para llevar la antorcha olímpica tras el anuncio de Jacques Rogge, presidente de honor del Comité Olímpico Internacional, de que un refugiado la portaría este año en representación de los refugiados de todo el mundo.
"El deporte puede curar muchas heridas", declaró Rogge, quien también es Enviado Especial del Secretario General de la ONU para los Jóvenes Refugiados y el Deporte. "El deporte puede llevarles esperanza, puede ayudar a forjar sus ideas y a integrarlos en la sociedad. En definitiva, puede brindarles esperanzas y sueños".
"El deporte no es la solución", añadió. "Pero puede hacer una gran contribución".
En muchos sentidos, los deportes salvaron la vida de Ibrahim, dándole un objetivo cuando se encontró solo como refugiado en Grecia.
"Portaré la llama por mí mismo, pero también por los sirios, por los refugiados de todo el mundo, por Grecia, por los deportes, por mis equipos de natación y de baloncesto", dice Ibrahim. "Mi meta es no rendirme nunca. Es avanzar, ir siempre hacia delante. Y eso puedo conseguirlo a través del deporte".
La llama fue encendida el 21 de abril en una ceremonia que tuvo lugar en Olimpia, sede de los Juegos de la Antigüedad. Ibrahim correrá con la llama atravesando Eleonas, un asentamiento temporal en Atenas que acoge a unos 1.500 refugiados.
Más de un millón de refugiados e inmigrantes llegaron a Europa en 2015, según los datos de ACNUR, y otros 180.000 en lo que llevamos de 2016. La mayoría lo hicieron a través de Grecia. No obstante, Grecia es rara vez su destino, debido a la crisis económica que dura ya más de 6 años, y que hace difícil incluso para los nacionales encontrar trabajo.
"Él ha sido un atleta toda su vida. Ahora ha recuperado el rumbo"
Ibrahim dice que decidió quedarse en Grecia después de hacer amigos griegos, y porque el estilo de vida del país le pareció muy similar al suyo.
"Estoy más que cómodo aquí", cuenta. "Me encanta la gente de Grecia. Son muy parecidos a nosotros. Dicen 'Buenos días, buenas tardes, ¿cómo estás?', del mismo modo que lo hacemos en Siria".
Sus amigos, compañeros y entrenadores dicen que muestra una fortaleza y perseverancia increíbles.
"No ha permitido que nada le detenga: ni la guerra, ni el haber perdido su pierna", dice Kokkinou. "Ha sido un atleta toda su vida. Ahora, ha recuperado su rumbo".