Refugiados sudaneses buscan refugio en el inestable Sudán del Sur
Refugiados sudaneses buscan refugio en el inestable Sudán del Sur
AJUONG THOK, Sudán del Sur, 28 de diciembre de 2015 (ACNUR) – A través de las ventanas rotas del autobús, los hijos de Amal Bakith ven pasar el desconocido paisaje: humedales llanos donde pasta el ganado y garzas acechando a los peces; aldeas de casas con altos techos abovedados de paja; distantes arboledas sombrías de acacias.
Es una especie de paraíso, comparado con su Sudán natal, el hogar que abandonaron hace una semana, y donde los altercados habían impedido que su madre, una agricultora, pudiera cultivar alimentos para darles de comer. Unos meses antes, una bomba lanzada desde un avión que volaba a baja altura había dejado paralítico a su abuelo y había forzado a su padre a unirse a la primera línea de combate para defenderse.
"Donde vamos tendremos una vida mejor", dice Fayais, la hija de 11 años de Bakith. A su lado, apretujado en el andrajoso asiento del autobús, su hermano, Damar, de seis años, simplemente añade: "Y podemos ir a la escuela".
Bakith y su familia forman parte del grupo de 31 refugiados sudaneses que se dirige a un nuevo asentamiento en el vecino Sudán del Sur, la nación más joven del mundo que se vio a su vez inmersa nuevamente en un conflicto hace dos años, después de que meses de tensiones políticas se tornaran en violencia.
El acuerdo de paz firmado en agosto de 2015, que supuestamente iba a poner fin a los combates, ha sido violado en repetidas ocasiones y su futuro ahora es incierto. Sin embargo, el gobierno en Juba ha abierto sus brazos a los refugiados que huyen de cuatro años de conflicto en Sudán, su vecino del norte, cediendo terrenos para asentar a decenas de miles de refugiados.
La violencia de la que están huyendo, entre el gobierno sudanés y las fuerzas de oposición en las montañas Nuba y las regiones de Kordofán del Sur, por lo general se recrudece a final de año, cuando termina la estación de lluvias. Las personas como Bakith sentían que se estaban quedando sin tiempo para escapar antes de que llegaran de nuevo los bombardeos.
"Nuestras casas fueron destruidas. Nuestras granjas fueron destruidas", contaba Bakith en una entrevista grabada en video mientras el autobús se dirigía hacia el sur, lejos de las zonas fronterizas. "No podíamos cultivar alimentos para nuestro consumo. Tuvimos que escondernos en cuevas para escapar de los bombardeos".
Hacía ya mucho tiempo que habían tenido que hacer trueque con sus objetos de valor para poder conseguir comida. Con su marido lejos luchando, Bakith no contaba con ninguna ayuda para criar a sus hijos, quienes además llevaban años sin ver el interior de una clase.
Además, hacía un año, una bomba lanzada desde un avión a baja altura explotó cerca de su casa. La metralla del artefacto, al rojo vivo, impactó por todo el cuerpo de su anciano padre, perforándole la pelvis y generándole una parálisis de pecho para abajo.
"En ese momento decidimos que teníamos que salir de allí", cuenta Bakith. "Decidimos que me iría con los niños. Fue difícil dejar a mi padre, pero le prometí que pronto volvería a por él".
Tuvieron que caminar durante una semana para llegar a un lugar a salvo. A veces, Bakith dejaba a su hija mayor por el camino vigilando a su hermano, mientras ella se adelantaba con el bebé y otro de sus hijos. Después de una hora, ella dejaba a ambos al cuidado de extraños y regresaba para buscar a su hija mayor y a su otro hijo. Esta situación se repitió durante dos días. "Rogué a Dios para que me diese fuerzas", dice Bakith, con la mirada baja.
Al final lograron llegar a Yida, un pueblo situado justo al otro lado de la frontera con Sudán del Sur, donde ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, volvió a reunir a la familia y los trasladó en autobús a Ajuong Thok.
Menos de dos horas después de su llegada, ACNUR y sus socios ya habían proporcionado a Bakith y su familia lonas plásticas y estacas para construir un hogar temporal, ollas y sartenes, mosquiteras, mantas, esteras para dormir y comida.
A la tarde siguiente, les entregaron su nueva parcela de tierra, de unos 150 metros cuadrados y situada cerca de un punto de agua, una iglesia hecha con ramas y paja, y una cancha de deporte donde los niños corrían detrás de un improvisado balón de futbol. Poco después, su nuevo hogar ya estaba construido. "No podían creer lo grande que era, estaban muy emocionados", decía Bakith con una amplia sonrisa.
Hoy por hoy, Ajuong Thok se está convirtiendo en una gran ciudad, con la ayuda de ACNUR y sus socios, encabezados por el Consejo Danés para los Refugiados. 31.000 refugiados ya viven aquí y se espera que otros 19.000 lleguen durante el año 2016, algunos procedentes de un gran campo de refugiados espontáneo en Yida que poco a poco se está vaciando.
En Ajuong Thok, los refugiados son alojados en grandes parcelas de tierra y se benefician de servicios como el suministro de agua y mercados. Hay guarderías, tres escuelas de primaria y una escuela de secundaria. La distribución de alimentos se lleva a cabo mensualmente.
Pero los recursos son escasos. Recientemente, el Programa Mundial de Alimentos tuvo que reducir las raciones en un 30 por ciento. La rudimentaria clínica del campo necesita más medicamentos. Las aulas ya están llenas.
"Ahora que ha terminado la temporada de lluvias, esperamos que llegue mucha más gente", explica Rose Mwebi, oficial de protección de ACNUR en Ajuong Thok. "Podemos darles materiales básicos como refugios y utensilios de cocina, pero es una ayuda muy limitada. Todavía estamos en una situación de emergencia y hay muchas carencias".
Bakith se siente aliviada por estar a salvo, pero se apresura a señalar que la vida sigue siendo difícil.Hajir, su bebé de un año, está recibiendo tratamiento contra la malaria. Hamed, su hijo menor, muestra los mismos síntomas. La ropa de los niños sigue hecha jirones, y la comida tiene que durarles prácticamente otras tres semanas hasta la siguiente distribución. No le queda dinero y no conoce a casi nadie en el campamento.
A poca distancia, Ibrahim Ali, uno de sus vecinos, que llegó a Ajuong Thok hace dos años, está sentado compartiendo la cena con unos amigos.
"Aún lo recuerdo: no es fácil cuando acabas de llegar", dijo. "Pero yo le aconsejaría que sea paciente. Todavía hay hambre y las cosas son difíciles, sí, pero cuando vine aquí no sabía leer ni escribir, y ahora sí. Con el tiempo verá que sus hijos tienen acceso a la educación, e incluso ella misma".
"En Sudán no hay comida, no hay escuelas y existe el riesgo de los bombardeos. Si tienes paciencia, verás que este sitio no se puede comparar con eso y comprobarás los beneficios de quedarte".
Por Mike Pflanz en Ajuong Thok, Sudán del Sur