Una familia junta a pesar de las condiciones
Una familia junta a pesar de las condiciones
Eduardo* trabajó por años para alcanzar sus sueños, y todo para que se los arrebataran. El padre de cuatro pequeños niños tuvo que luchar para encontrar trabajo en la inestable economía de Honduras. Pero finalmente consiguió empleo como estilista, y descubrió que era muy bueno para eso. Él soñaba con tener su propio salón. Y con mucho trabajo, Eduardo logró hacer sus sueños realidad.
Claro, en las ciudades y pueblos hondureños plagados de violencia, las cosas buenas rara vez duran. Este país es uno de los lugares más peligrosos y sangrientos del mundo debido al aumento de las actividades criminales. En el caso de Eduardo, tan pronto abrió su propio salón de belleza, las pandillas locales exigieron que pagara el "impuesto de guerra". Si Eduardo se rehusaba, lo asesinarían, junto con sus hijos. La pandilla pedía 50 pesos por semana, una suma increíble. Y eso fue apenas el inicio, ya que a medida que el negocio de Eduardo prosperaba y sus ingresos aumentaban, así mismo aumentaban su impuesto.
La situación era difícil, pero manejable. Hasta que un día, Eduardo estuvo en el lugar equivocado a la hora equivocada. Y en Honduras, eso fácilmente te puede costar la vida. La familia de Eduardo vivía en una calle que dividía el territorio de dos pandillas rivales. Ellos estaban rodeados por violencia. Los niños de Eduardo no eran inmunes a ella. Ellos incluso presenciaron los asesinatos de sus vecinos, un recuerdo horrible que siempre estará con ellos.
Una noche, Eduardo salió de su casa para recoger a sus hijos de las clases de piano, y fue ahí donde camino por una masacre en proceso.
"En Honduras hay masacres todo el tiempo", explicó. "Cuando la Mara Salvatrucha (mara es el término local para la pandilla) llegaba al área donde yo vivía, las dos pandillas rivales hacían tiroteos en la calle, durante el día, sin importar cuántos civiles y niños inocentes había alrededor de ellos. Las maras querían limpiar el barrio, así que en promedio seis o siete personas morían, en solo un área por día. A veces se suspendía el impuesto de guerra, pero las masacres nunca pararon, y usualmente involucraban a muchas víctimas inocentes. De alguna forma, me acostumbré a eso, pero en ese caso en específico, me sentí muy inseguro porque los asesinos me veían agresivamente. No tengo idea de por qué no me mataron ahí mismo cuando tuvieron la oportunidad. Sentí que ellos no habían terminado conmigo".
Eduardo había reconocido a los asesinos, y ellos a él. Él sabía que estaba en serios problemas. Al día siguiente, comprobó que tenía razón. Un empleado de su salón le advirtió que alguien había llegado a buscarlo, pidiendo la dirección de su casa. Dos días después otro extraño llegó a su salón diciendo que venía de parte del Instituto Nacional Profesional y de nuevo pidió la información para contactar a Eduardo. Eduardo sabía que era cuestión de días antes de que las maras supieran dónde vivía. Si se quedaba, toda su familia correría peligro.
Sabía que tenía que abandonar el país, pero quería hacerlo legalmente. El problema era que sólo tenía dinero suficiente para una visa de visitante y un billete de ida y sólo para él. Su plan era salir del país, esperando que la mara dejara a su familia en paz. Entonces planeaba reunirse con su esposa e hijos una vez que él tuviera suficiente para pagar su viaje.
Después de un largo y arduo viaje, tomando muchos autobuses y cruzando un río, Eduardo llegó a México. Inmediatamente consiguió un trabajo en una tienda de frutas, sabiendo que cuanto antes pudiera ganarse la vida, cuanto antes podría reunirse con su familia. Cuando expiró su visa de visitante, solicitó asilo y luego esperó cuatro meses para que se aprobara su solicitud.
Una vez que recibió la buena noticia, envió una carta a su esposa Angelina para que pudieran reunirse con él. Angelina estaba nerviosa y temía salir y abandonar su casa.
Pero un día recibió una señal clara y se dio cuenta de que ya no podía esperar. Sus hijos regresaron de la escuela con una nota de la banda diciendo que los niños deberían quedarse en casa o pagar las consecuencias. Empezó a empacar inmediatamente.
Finalmente, la familia se reunió en México. Los niños estaban asustados y exhaustos, y echaban de menos a sus amigos y su vieja vida en Honduras. Eduardo pasa mucho tiempo con ellos, escuchando sus temores y asegurándoles que las cosas van a mejorar ahora. Sus maestros en su nueva escuela los apoyan y trabajan duro para fomentar un sentimiento de unidad y entendimiento entre los niños locales y los niños refugiados. Y han encontrado una gran red de apoyo en su nueva iglesia, que les está ayudando tanto espiritualmente como en práctica.
Eduardo sabe que sus vidas nunca serán las mismas que antes de que la mara los aterrorizaran. Pero él está trabajando muy duro para garantizar a sus niños un futuro brillante. Y el ACNUR ha estado con ellos en el camino. La familia está inscrita en el programa de asistencia en efectivo del ACNUR, que complementa los ingresos de Eduardo y ayuda a pagar el pequeño apartamento de la familia en el sur de México y todo lo que la familia necesita. El personal de la oficina del ACNUR en la región visita regularmente y asegura que la familia tiene todo lo que necesita para planificar la próxima fase de su vida.
"No podía cerrar los ojos y esperar a que las pandillas los mataran o los reclutaran", dijo. "El ambiente en Honduras era peligroso y moralmente no era saludable. Muchos niños pequeños son entrenados y enseñados por las pandillas que el camino criminal es la única opción que pueden elegir para su vida. Quiero que mis hijos vayan a la universidad; quiero que tengan una carrera y sean felices, y finalmente encuentren un lugar seguro en el mundo".
*Los nombres fueron cambiados por razones de protección.