Refugiado sirio usa su talento musical para luchar contra los mitos de la discapacidad
Refugiado sirio usa su talento musical para luchar contra los mitos de la discapacidad
Tres días a la semana, el bullicio de la vida cotidiana en un rincón del remoto campamento de refugiados de Azraq se ahoga con el ritmo de un tambor tradicional "doumbek", acompañado por dos docenas de niños que cantan y aplauden.
Liderando este alegre conjunto se encuentra el refugiado sirio Ehsan Al Khalili, de 45 años. Sus manos se mueven con destreza sobre el tambor. Su clase de música está dirigida a niños con discapacidades que viven en el campamento, pero está abierta a todos y es muy popular, a juzgar por la rapidez con la que las sillas de plástico frente a él se llenan al inicio de cada sesión.
La creencia de Ehsan en los efectos positivos de la música comenzó durante su infancia en Damasco, la capital de Siria. "Cuando tenía 11 años, iba en bicicleta con mis amigos y caí en un gran agujero de construcción en la calle", explicó. "Las lesiones en la cabeza dañaron los nervios en mis ojos y perdí la vista".
Después de dejar la escuela y caer en una depresión, Ehsan tomó la decisión consciente de comenzar una nueva vida. Le pidió a su padre que le comprara un reproductor de casettes y comenzó a escuchar canciones egipcias. Finalmente, aprendió por sí mismo a tocar la batería al ritmo de la música.
Después de inscribirse a los 16 años en una escuela para alumnos con impedimentos visuales, Ehsan se unió a una banda escolar como baterista y cantante. Propuso que la banda, cuyos miembros masculinos eran todos ciegos, tocase para invitadas en bodas tradicionales, donde hombres y mujeres permanecen separados, creando así un nicho exitoso.
"De ser una necesidad . . . la música se convirtió en mi profesión."
Ehsan continuó trabajando como músico durante varios años, dirigiendo su propia banda y tocando en restaurantes, fiestas y bodas en la capital. "De ser una necesidad, luego un hobby, la música se convirtió en mi profesión", dijo.
A los 23 años, se casó con su esposa Rabab, y la música quedó en un segundo plano después de encontrar un empleo en una oficina gubernamental, donde ayudaba a las personas con sus solicitudes de pasaporte. Sin embargo, después del estallido del conflicto en Siria en 2011, Ehsan perdió su trabajo. Un año después, Rabab lo despertó una mañana con el sonido de las explosiones cada vez más cerca de su hogar.
La pareja y sus cinco hijos huyeron a Jordania y se convirtieron en refugiados. Pasaron sus primeros tres años en el exilio viviendo en pueblos y ciudades de todo el país y obteniendo ayuda financiera del ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados.
Ehsan a menudo encontraba difícil la vida en este nuevo entorno desconocido. "Hubo días en que pensaba: 'no hay salida, este es el final'. A veces no salía de mi apartamento durante semanas".
La Organización Mundial de la Salud estima que el 15 por ciento de la población mundial tiene algún tipo de discapacidad. En situaciones de desplazamiento forzado, las personas con discapacidad a menudo enfrentan barreras adicionales para acceder a los servicios y tienen pocas oportunidades de desempeñar un rol activo en sus comunidades.
Para conmemorar el Día Internacional de las Personas con Discapacidad el 3 de diciembre, este año el ACNUR destacó el efecto positivo que las personas discapacitadas pueden tener en sus comunidades y lugares de trabajo cuando sus habilidades son reconocidas y se eliminan las barreras a la inclusión. En una declaración, Filippo Grandi, Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados dijo que las personas discapacitadas que son obligadas a huir de sus hogares enfrentan dificultades especiales y dijo: "tenemos que asegurarnos de que estén protegidos y respaldados".
La situación de Ehsan cambió en 2015, cuando él y su familia se mudaron al campamento de refugiados de Azraq, en el árido desierto nororiental de Jordania, hogar de más de 35.000 refugiados sirios.
"La mejor manera de luchar contra conceptos erróneos es que las personas te vean comprometido."
Allí conoció a Abu Hassan, un compañero residente que toca el oud, un laúd tradicional, y los dos comenzaron a tocar música juntos "por puro placer". El dúo se acercó a un centro comunitario financiado por el ACNUR en el campamento dirigido por la organización humanitaria CARE International, y sugirió comenzar una clase de música para niños, incluyendo a aquellos con discapacidades.
"Las personas con discapacidad tienen talentos que deben expresar", dijo Ehsan, y agregó que las actividades que tienen en cuenta sus necesidades son fundamentales para integrar plenamente a las personas con discapacidad en la comunidad.
Ese fue ciertamente el caso del propio Ehsan, quien dijo que convertirse en profesor de música "me permitió devolverle algo a mi comunidad y convertirme en la persona que siempre quise ser".
Él espera que su ejemplo ayude a combatir malentendidos comunes sobre las personas con discapacidad.
"La principal lucha que he enfrentado durante mi vida es la manera en que otras personas me tratan, como si fuera incapaz de alguna manera", dijo. "La mejor manera de luchar contra conceptos erróneos es que las personas te vean comprometido. Cuando me ven enseñando o tocando con la banda, comienzan a entender que mi discapacidad no me define".
Por Kenyi Emmanuel y Charlie Dunmore
Gracias al Voluntario en Línea Ignacio Mogni por el apoyo ofrecido con la traducción del inglés de este texto.