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'Quiero que todas las mujeres shona vean que pueden ser todo lo que quieren'

Historias

'Quiero que todas las mujeres shona vean que pueden ser todo lo que quieren'

Más de 18.000 personas apátridas en Kenia tienen dificultades para acceder a los servicios básicos por carecer de documentos oficiales de identificación. Nosizi ha hecho historia como la primera mujer shona apátrida que llegó a la universidad.
11 November 2020
La mujer shona apátrida, Nosizi Reuben (en el centro), posa con su familia mientras sostiene su certificado de nacimiento recién emitido en su casa de Kinoo (Kenia).

Nosizi Dube siempre ha sido una de las mejores estudiantes de su escuela, pero, cada año, sus posibilidades de avanzar al siguiente nivel de educación se reducían. Nacida en la comunidad apátrida shona, en Kenia, Nosizi no tenía los documentos necesarios para probar su identidad e inscribirse para presentar los exámenes nacionales.


Ahora, en su primer semestre como estudiante de economía en la Universidad de Nairobi – una de las instituciones de enseñanza superior más grandes del país – está haciendo historia como la primera mujer shona que ha llegado hasta allí. 

“Cuando me enteré de que entré a la universidad, fue la experiencia más alegre de mi vida. Como una mujer apátrida, ha sido un gran desafío, pero, a la vez, un gran viaje para llegar a donde estoy”, dice la joven de 20 años de voz suave.

El pueblo shona llegó a Kenia desde lo que entonces era Rhodesia ­– ahora Zimbabue – como misioneros cristianos en la década de 1960. Llevaban pasaportes de Rhodesia y estaban registrados como súbditos británicos. Después de la independencia de Kenia, en 1963, tuvieron un plazo de dos años para inscribirse como ciudadanos kenianos, pero muchos no lo hicieron porque no conocían o no tenían acceso a los procedimientos y a raíz de esto se convirtieron en personas apátridas.

“Es como si fueras un fantasma... No existes”.

“Es como si fueras un fantasma en el país en el que vives. No existes”, explica Nosizi.

Wanja Munaita, Oficial de Protección de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, en Kenia, destaca las dificultades que experimentan las personas apátridas debido a la falta de documentos de identificación.

“Sin la comprobación de la nacionalidad, los shona y otras comunidades apátridas no pueden acceder plenamente a servicios básicos como la educación y la salud”, explica. “No pueden viajar, poseer propiedades, tener un empleo formal o acceder a servicios financieros, entre otros derechos disfrutados por los ciudadanos kenianos”.

Las personas apátridas a menudo se enfrentan a la marginación política y económica y a la discriminación, lo que los hace vulnerables a la explotación y el abuso.

 La mayoría de las mujeres shona de la edad de Nosizi ya son madres.

“Quiero romper la norma y acabar con la costumbre de que las mujeres shona tienen que casarse jóvenes”, explica. “Quiero que todas las mujeres jóvenes shona vean que pueden ser lo todo que quieren. Quiero ser un modelo para mis hermanas menores”.

Nosizi, quien es la cuarta de ocho hijos, recuerda cómo se convirtió en mujer apátrida y describe los obstáculos que tuvo que enfrentar por no tener documentos.

 

“Quiero romper la norma y acabar con la costumbre de que las mujeres shona tienen que casarse jóvenes”.

 

“Como la mayoría de los niñas y niños shona, nací en casa, por lo que no tuve una certificación de nacimiento”, explica, y añade que su madre logró obtener un carné de la clínica prenatal, que utilizó en lugar de un certificado de nacimiento para persuadir a su escuela primaria de que la matriculara.

Hacia el final de su educación primaria, Nosizi se encontró una vez más con que necesitaba un certificado de nacimiento, esta vez para inscribirse en los exámenes nacionales y continuar con la escuela secundaria.

“Estaba tan decidida a ir a la escuela secundaria que opté por repetir mi último curso, con la esperanza de que al final de ese año tendría mi certificado”, recuerda.

Nosizi se desempeñó muy bien en los exámenes, pero no pudo obtener su certificado de nacimiento para avanzar a la escuela secundaria. Su madre, sin ningún otro recurso que su determinación, logró nuevamente convencer a la escuela para que la admitieran usando su carné de la clínica.

“Mi madre es realmente mi mayor inspiración porque no se da por vencida fácilmente”, dice con una sonrisa.

El año pasado, gracias a la incidencia de ACNUR y de la Comisión de Derechos Humanos de Kenia, el gobierno expidió certificados de nacimiento a los niñas y niños shona.

A sólo un año de completar su educación secundaria, Nosizi finalmente consiguió lo que necesitaba.

Con su certificado de nacimiento en la mano, se inscribió en los exámenes finales que le permitirían entrar en la universidad. Su rendimiento fue muy bueno y fue admitida en la Universidad de Nairobi, donde el documento nacional de identidad es un requisito previo para la inscripción. ACNUR y la Comisión de Derechos Humanos de Kenia intervinieron de nuevo y la universidad le permitió excepcionalmente inscribirse utilizando su certificado de nacimiento.

“¡Este fue el día más increíble de mi vida! Se ha convertido en una fuente de motivación para mis hermanos menores”, añade.

Si bien es difícil obtener datos globales, ya que las poblaciones apátridas no siempre se contabilizan o se incluyen en los censos nacionales, ACNUR informa de que hay unos 4,2 millones de personas apátridas en 76 países. No obstante, el número real podría ser considerablemente mayor.

Mientras ACNUR celebra el sexto aniversario de la Campaña #IBelong, que pretende acabar con la apatridia para el año 2024, insta a los líderes mundiales a que incluyan y protejan a las poblaciones apátridas y adopten medidas contundentes y rápidas para erradicar la apatridia.

Se calcula que en Kenia hay unas 18.000 personas apátridas, incluidos diferentes grupos de personas apátridas de origen pemba y shona y grupos de personas de ascendencia burundesa, congoleña, india y ruandesa.

La pandemia de COVID-19 ha empeorado aún más la situación económica de algunas comunidades apátridas como los shona, que dependen de las ventas de artesanías como cestas y esculturas talladas para sobrevivir.

“Nuestras familias están luchando por poner comida en la mesa. A veces me falta dinero para ir a mis clases”, añade Nosizi.

“Hay que ser audaz y valiente para poder lograr lo que quieres en la vida”.

Las clases de Nosizi se imparten en línea debido a la pandemia, pero ella no tiene internet en su casa y todos los días viaja a las oficinas de la Comisión de Derechos Humanos, a unos 20 kilómetros de distancia, donde tiene un espacio de trabajo y conectividad.

A pesar de los desafíos, la futura economista agradece el apoyo que ha recibido hasta ahora y espera que algún día ser reconocida legalmente como ciudadana.

Nosizi continúa tomando fuerzas de la resiliencia de su madre.

“Mi madre realmente me inspira porque está muy enfocada. Hay que ser audaz y valiente para poder lograr lo que quieres en la vida”, dice.