Personas refugiadas en Mauritania y su comunidad de acogida intercambian estrategias para adaptarse al cambio climático
Personas refugiadas en Mauritania y su comunidad de acogida intercambian estrategias para adaptarse al cambio climático
Cuando Ahmedou Ag ElBokhary llegó al campamento de refugiados de Mbera en el sureste de Mauritania después de huir del conflicto de Malí en 2012, se sorprendió por la falta de huertos en las aldeas cercanas.
“Cuando llegamos aquí, solo había jardines en Bassikounou y Fassala (las dos ciudades principales en esta parte de la región de Hodh Chargui en Mauritania). Ningún pueblo pequeño alrededor tenía jardines”, recuerda.
Como gran parte de la región del Sahel, tanto Malí como Mauritania sienten los efectos del cambio climático, desde lluvias cada vez más impredecibles hasta la degradación de la tierra y la desertificación. Sin embargo, de regreso en Malí, ElBokhary y sus compatriotas encontraron formas de obtener vida del suelo. Conservaron la poca agua disponible mediante el uso de semilleros enterrados y abono, y plantaron semillas que sabían que podían resistir al calor.
Cuando huyeron a Mauritania, trajeron algunas de esas semillas y comenzaron pequeños huertos en el campamento, utilizando las mismas técnicas para hacer frente a las condiciones cálidas y secas.
"Estamos intercambiando mucho conocimiento”.
En los nueve años transcurridos desde entonces, han compartido algunas de esas técnicas con las personas mauritanas de la comunidad circundante, que ahora cultivan muchas de las mismas variedades de yuca, tomate, papaya y otros cultivos.
“Trajimos la papaya aquí, pensaron que no podíamos cultivarla”, comenta ElBokhary, quien trabajó para la Cámara Regional de Agricultura en Tombuctú antes de huir de Malí. “Este año nos pidieron que hiciéramos un vivero de papaya. Las personas de Bassikounou y todos los aldeanos vinieron a ver. Les enseñamos a cultivarla y nos mostraron otras semillas que no conocíamos. Estamos intercambiando mucho conocimiento”.
Las personas refugiadas, a su vez, han aprendido de las mauritanas locales cómo reducir el impacto de su ganado en la tierra convirtiendo la hierba en heno y ensilaje para alimentar a sus animales durante la temporada de sequía.
“Encuentro que la hermandad entre las personas refugiadas y su comunidad de acogida nos ha dado mucha experiencia, así como a la comunidad local”, señala ElBokhary. “Es con nosotros que aprendieron el sistema de jardines… Nosotros también aprendemos. Aquí aprendimos muchas cosas que no teníamos en casa”.
Fouda Ndikintum, Oficial de Medios de Vida de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados en Mauritania, señala que el clima en Mbera y en Mauritania, al otro lado de la frontera, son “básicamente los mismos, y los efectos del cambio climático se sienten de la misma manera”.
Parte del intercambio de conocimientos entre personas refugiadas y la comunidad de acogida sobre la mejor manera de adaptarse a esos efectos se ha llevado a cabo a través de canales formales, como las visitas de intercambio entre jardineros locales y personas refugiadas organizadas por el socio de ACNUR, SOS Desert. Sin embargo, de acuerdo a Ndikintum, gran parte de esto ha sucedido de manera informal.
“Las personas refugiadas y la comunidad de acogida interactúan: van a los mismos mercados, algunas personas refugiadas viven fuera del campamento en las comunidades de acogida y esto les permite intercambiar experiencias”, asegura.
Las interacciones entre personas refugiadas y locales no se limitan a discusiones sobre técnicas agrícolas. Hace varios años, las personas refugiadas malienses establecieron un equipo para proteger el campamento de Mbera y las aldeas circundantes de los incendios forestales que se han vuelto más frecuentes y peligrosos debido al cambio climático.
Las fuertes precipitaciones durante la época de lluvia promueven el crecimiento de pasto verde y largo en los campos que rodean a Bassikuonou, pero la llegada de la temporada seca, que dura de abril a diciembre, convierte la hierba en paja. Cuando los incendios forestales se encienden, se propagan rápidamente por el Harmattan, un viento caliente del este.
Al principio, la Brigada de Bomberos para Refugiados era un grupo de voluntarios sin entrenamiento, pero con una fuerte voluntad de ayudar. Reconociendo su valor, ACNUR y sus socios capacitaron a alrededor de 100 personas refugiadas sobre cómo crear cortafuegos y apagar incendios de manera segura.
ElBokhary es el presidente del Cuerpo de Bomberos. “Ahora, cada vez que hay un incendio forestal, ACNUR nos envía vehículos y las personas refugiadas subimos a bordo, escoltadas por gendarmes. Llegamos al lugar para unirnos a las autoridades y apagar el fuego”, explica.
En 2020, las personas refugiadas desempeñaron un papel importante en la extinción de al menos 22 incendios forestales en el departamento de Bassikounou. Además, Ndikintum comenta que las personas refugiadas crean cortafuegos que causan un daño mínimo al medio ambiente.
“Antes de que llegaran las personas refugiadas, la comunidad de acogida usaba maquinaria para crear cortafuegos y, en el proceso, se perdían muchos árboles y se erosionaba el suelo”, recuerda. “Ahora, con las personas refugiadas, se usan machetes para cortar algunas ramas sin que los árboles se destruyan y los pastos se puedan regenerar”.
La llegada de personas refugiadas ha duplicado la población en esta zona de Mauritania, pero el conflicto entre la población local y las personas refugiadas por los escasos recursos naturales ha sido mínimo. “Ese tipo de conflictos son realmente pocos aquí”, comenta Ndikintum. “De acuerdo a los representantes de los comités de aldea, aprecian mucho la participación de las personas refugiadas en la protección del medio ambiente”.
Para personas refugiadas como ElBokhary, ayudar a proteger el medio ambiente local es una forma de retribuir a la comunidad que los ha acogido durante casi una década. “Queremos volver a casa, pero los proyectos que tenemos son proyectos para la zona. Si nos vamos, la comunidad de acogida no dirá que las personas refugiadas las hicieron sentir miserables, dirán que regresamos con la cabeza en alto”.
Agrega: “Hay un proverbio en Tamashek que dice: 'El que ha plantado un árbol no ha vivido inútilmente”.