Detrás de cada número se encuentra una tragedia
Detrás de cada número se encuentra una tragedia
La escala de la crisis humanitaria a menudo se expresa en estadísticas, sin embargo, la mejor forma de medirla es con las vidas y los azares de las personas reales.
Personas reales como Darlys, una venezolana madre de un niño de siete años con una severa enfermedad en el riñón, y que escapó de las dificultades económicas y la inseguridad en su país natal en busca de asistencia médica, para terminar durmiendo en las calles de la ciudad colombiana de Maicao.
O Betty, quien huyó de Sudán del Sur con sus cuatro hijos y dos sobrinas al campamento de refugiados de Bidi Bidi, en Uganda. A lo largo de su camino se encontró con seis niños más, solos y ocultos en un auto quemado, a quienes tomó bajo su cuido. Sin nadie más que puediera hacerse cargo de ellos, Betty se ha convertido en su madre adoptiva.
O Myshara, una joven rohingya de 13 años que aspira convertirse en maestra y cuya educación se detuvo abruptamente cuando ella, al igual que cientos de miles de personas, tuvo que huir de la violencia en Myanmar. Hoy, mientras se encuentra albergada en el asentamiento de refugiados más grande del mundo, en Bangladesh, Myshara ayuda a liderar un proyecto diseñado para apoyar la salud mental infantil mientras logran aceptar las terribles pérdidas que han sufrido.
Estas son personas cuyas vidas, esperanzas y ambiciones se han visto destrozadas por el conflicto, la persecución, la pobreza y la inestabilidad. Algunos de ellos han logrado recobrarse y reconstruir sus vidas, o por lo menos han empezado el proceso. Muchos más aún luchan de frente a la adversidad, los recursos inadecuados y lo que debe parecerles un mundo indiferente y, a veces, hostil.
Pero los últimos datos, revelados en el informe anual de Tendencias Globales del ACNUR, publicado el 19 de junio, cuentan una historia. A nivel mundial, el número de personas desplazadas forzosas ha superado los 70 millones en 2018, el doble que hace 20 años, incluyendo a 25,9 millones de refugiados. Esta es la mayor cifra jamás registrada por ACNUR. La historia detrás de estas cifras es una de fracaso por no poder prevenir el conflicto, promover la tolerancia y sentar las bases para una paz duradera, una crisis de liderazgo político que ha dado como resultado que el número de refugiados crezca año tras año, estableciendo registros nuevos y no deseados.
Algunas personas han sido expulsadas de sus hogares solo recientemente, como los millones de venezolanos que han llegado a muchos otros países de Sur y Centroamérica. Otros conflictos han durado décadas: testigos, por ejemplo, de los millones de afganos que han sido desarraigados en los últimos 40 años. Y con aproximadamente la mitad de todos los refugiados menores de 18 años, el legado de violencia y pobreza se extiende a través de las generaciones.
Nadie puede resolver este problema por su cuenta. Pero si los ministros y jefes de estado, altos ejecutivos, empresarios, personas influyentes y otros que se unen en el Foro Económico Mundial actuaran en concierto, como muchos ya lo están, podemos encontrar las soluciones que necesitamos.
Las empresas y los gobiernos podrían dar inicio con algunas inversiones a largo plazo en la educación de las personas refugiadas. No solamente es la educación un derecho humano fundamental, sino que es igualmente un método sostenible y práctico de aumentar la autodeterminación y la independencia, y crea un grupo de futuros empleados más grande y con más talento. El acceso a la educación significa desde contar con más centros educativos y profesores más capacitados hasta tener más programas de becas, pasantías y capacitaciones. Igualmente significa integración a los sistemas de educación oficiales para asegurar que las calificaciones obtenidas sean reconocidas.
En segundo lugar, el empleo. Permitir el ingreso a los mercados laborales, la creación de empleos y el impulso de actividades económicas son formas en las cuales los negocios y los gobiernos pueden tener un impacto positivo en el bienestar económico, social y mental de las personas refugiadas. Si los refugiados dejaron atrás sus trabajos e ingresos cuando huyeron para salvar sus vidas, trajeron sus habilidades, conocimientos y experiencia con ellos.
Tales acciones calzarían perfectamente con el Pacto Mundial sobre Refugiados, el innovador marco que establece las formas en que podemos hacer que la responsabilidad compartida sea más predecible, eficaz y equitativa. Recibirían el impulso de más visas de empleo y educación, esfuerzos mejorados en la reubicación y vías más seguras y confiables para que los refugiados salgan de peligro.
Ya existen muchos ejemplos admirables de generosidad individual, asociaciones público-privadas y esquemas de las comunidades locales en las áreas de trabajo y educación. El desafío ahora, dado el número cada vez mayor de refugiados, es persuadir a los gobiernos y las empresas para que pongan estos esfuerzos en una escala global.
Por supuesto, la mejor solución para cualquier refugiado es regresar a casa de manera segura, voluntaria y con el apoyo necesario para reconstruir sus comunidades. Sin embargo, en 2018 solo 600.000 refugiados pudieron hacerlo, un número empequeñecido por las decenas de millones en el exilio. Si bien la comunidad internacional nunca debe perder de vista la necesidad de crear las condiciones que permitan a los refugiados regresar a sus hogares, también debe encontrar formas de ayudarlos a adaptarse a las nuevas circunstancias que se les impusieron, y en el proceso para darles esperanza, dignidad y finalidad. Eso incluye brindar un apoyo vital a las comunidades que acogen a los refugiados, a menudo en regiones donde escasean los empleos, los recursos y el dinero.
La escala del desplazamiento forzado de los seres humanos es uno de los grandes desafíos de nuestra era. Podemos estar a la altura, pero solo si actuamos juntos.
Este artículo se publicó originalmente en el World Economic Forum.