El ACNUR en Sudán del Sur extiende su ayuda a los refugiados
El ACNUR en Sudán del Sur extiende su ayuda a los refugiados
CAMPAMENTO DE REFUGIADOS JAMAM, Sudán del Sur, 5 de septiembre (ACNUR) – Son las 8:30 p.m, plena noche, y un grupo de refugiados acaba de llegar al campamento de Jamam, en Sudán del Sur, desde la frontera con Sudán. Están hambrientos y agotados.
La noticia le llega a Grace Aleng, 31 años. A pesar que estaba disponiéndose para dormir, ella conoce las necesidades de los recién llegados, porque lo ha vivido y también sabe, como oficial de protección del ACNUR, que hasta la mañana siguiente pueden no tener acceso a agua y comida.
Entonces Aleng se viste, se dirige al mercado local y con su propio dinero compra algo de comer para los refugiados recién llegados. A las 10 p.m el grupo ya ha podido comer algo. Al verlos, Grace siente que está mirando en un espejo. Al igual que muchos otros trabajadores del ACNUR en el campamento, ella misma fue una refugiada.
"Tengo la capacidad para ayudar y sé lo que están viviendo ellos", dice Aleng. "No tengo otra opción, mi corazón está para ayudar".
Para Aleng y otros ex refugiados, el recuerdo de su huida es la mayor fuente de motivación. Ellos consideran su trabajo más que como una carrera o una vocación humanitaria, como una obligación que, cada día, confirma y carga de sentido a su humanidad. "El nivel de compromiso de nuestros trabajadores sursudaneses es extraordinario", dice Kaweh Hagi Negad, coordinador de los traslados en Jamam. "Ellos siempre van un poco más allá".
Él mismo conoce esa sensación. Hagi Negad huyó de Irán junto a su familia en 1987 durante la guerra Irák-Irán y, a pesar que reconoce las diferencias entre su experiencia de crecer en la sociedad de Suecia y la de estos refugiados en uno de los entornos más difíciles del planeta, comprende ese sentido de "obligación".
"No es una experiencia común la de romper raíces, dejando atrás la familia y encontrarse en un entorno completamente nuevo", dice Hagi Negad. "Por eso los refugiados se identifican con las personas que tuvieron que abandonar sus hogares porque simplemente saben lo que eso significa".
La protección es una vocación natural también para Wuor Daniel, quien pasó 18 años en el exilio, primero en Etiopía y luego en el campamento de refugiados de Kakuma, en el noroeste de Kenia. En una reciente misión, cerca de la frontera con Sudán, este oficial de protección se encontró con un hombre en la orilla de un río. Tenía 22 años y había huido de su casa, en el estado de Nilo Azul, en Sudán. Estaba atrapado en el lado sursudanés porque no sabía nadar.
"Si él se quedaba allí, hubiese quedado expuesto a peligros", recuerda Wuor. "Hay hienas en esta área. Podría haber tenido la tentación de cruzar el río por sí mismo, solo. Yo no iba a estar cerca de aquí. Cuidar cada persona es muy importante".
Wuor se arrojó al agua, y nadó hasta la otra orilla. Minutos más tarde, con la ayuda de Nathan White, oficial de seguridad del ACNUR y entrenado en socorrismo, el hombre fue llevado a un lugar seguro, gracias al rescate con cuerdas improvisado por el equipo.
"Cuando veo a alguien que necesita ayuda, entiendo que no fui el único en experimentar lo que es ser refugiado", dice. "Comprendo que somos muchos y que no estamos solos".
Es una empatía que Ojulu Jodo, conductor de ambulancias en Jamam, conoce bien. Cuando 32 mil refugiados del estado de Nilo Azul cruzaron la frontera de Sudán del Sur, Jodo trasladaba a los enfermos y heridos a un centro de tránsito del ACNUR.
"La gente llegaba y muchos tenían malaria. Ellos no tenían nada", dice Jodo, que vivió en el campamento de refugiados de Pinyudo, en Etiopía, desde 1990 hasta 2006. "Ellos decían, 'mire nuestros niños, se están muriendo'".
A la mayoría de los ex refugiados que trabajan para el ACNUR en Jamam el recibir a los refugiados que llegan desde el estado de Nilo Azul les trae recuerdos fuertes.
Aleng se recuerda a sí misma, cruzando la frontera hacia Uganda, siendo una niña de tan sólo ocho años de edad, en diciembre de 1993. Aún tiene las cicatrices causados por la hierba alta y afilada, que le hirió sus piernas mientras huía a través de los campos para escapar de la guerra.
Navidad llegó unos días más tarde, cuando ya estaba en Uganda. Aleng recuerda haber visto a un hombre que compraba ropa para su hija. Ella se volvió a su padre y le pidió un vestido, algo que hacía cada semana cuando vivían en su pueblo, que ahora se encuentra en el estado de Equatoria Oriental, en Sudán del Sur. Cuando su padre, con lágrimas en los ojos le respondió que no podían permitirse tal compra, se dio cuenta por primera vez que se habían convertido en refugiados.
Por Greg Beals en el campamento de refugiados de Jamam, Sudán del Sur
Gracias a la voluntaria de UNV Online Clara Trillini por el apoyo ofrecido con la traducción del inglés de este texto.