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Personas refugiadas y locales conviven en las “aldeas de oportunidades” de Níger

Historias

Personas refugiadas y locales conviven en las “aldeas de oportunidades” de Níger

En la “aldea de las oportunidades” de Garin Kaka, en Níger, personas refugiadas de Nigeria viven y trabajan junto a la comunidad local de acogida, en una alternativa más sostenible que los campamentos de refugiados.
6 June 2023
Dos mujeres conversan sentadas afuera.

Una mujer local, Hamsou Mohamat (a la izquierda), conversa con la refugiada nigeriana Jamilla Oumaru en Garin Kaka, una "aldea de oportunidades" apoyada por ACNUR al centro-sur de Níger.

Sale humo de la pequeña cabaña azul situada en el centro de Garin Kaka, un pueblo del centro-sur de Níger. En el interior de la sofocante construcción, una docena de mujeres se dedican a tostar cacahuates en hornos artesanales. 

Entre ellas está Jamilla Oumaru, una refugiada de Nigeria de 25 años. Es la presidenta de una cooperativa de 20 mujeres refugiadas y locales que trabajan juntas para producir aceite de cacahuate. “La ventaja de trabajar en grupo es que nos conocemos rápidamente”, cuenta Jamilla.  

A su lado está su amiga de Níger y mano derecha en la cooperativa, Hamsou Mohamat, de 35 años, originaria de Garin Kaka. “Cuando entras aquí, no se sabe quién es refugiada y quién no, todas se ríen de los mismos chistes”, comenta. “Como el ambiente es bueno y trabajamos juntas, las tareas se hacen más rápido”.

Dos mujeres encienden dos estufas de leña en una estructura similar a un cobertizo.

Miembros de la cooperativa tuestan cacahuates molidos en estufas de leña.

Alternativa a los campamentos

Situada a 22 kilómetros de Maradi, la segunda ciudad más grande de Níger, Garin Kaka es una de las tres “aldeas de oportunidades” que forman parte de una iniciativa de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, junto con el gobierno de Níger y líderes locales, para ofrecer a la población refugiada una alternativa más sostenible a vivir en campamentos. 

Más de 4.000 personas refugiadas nigerinas – incluida la familia de Jamilla – fueron reubicadas en Garin Kaka en 2020. En total, casi 18.000 personas refugiadas han sido trasladadas de las zonas fronterizas a los tres asentamientos, todos ellos situados junto a aldeas ya existentes. 

Vista aérea de un asentamiento recién construido junto a otro ya establecido.

Vista aérea de Garin Kaka que muestra tanto la "aldea de oportunidad" como la aldea preexistente.

“El objetivo era asentar a la población refugiada en una localidad pacífica donde hubiera seguridad y donde tuvieran acceso a la tierra y a los mercados para promover actividades generadoras de ingresos”, explica Charlotte Kirobo Kadja, Oficial de Protección de ACNUR en Maradi. “Para promover la cohesión social, se han instalado en el pueblo nuevas infraestructuras y servicios básicos como atención de salud, educación, y agua y saneamiento que benefician a ambas comunidades”. 

Trabajando juntas nos hicimos como hermanas

Jamilla y Hamsou se hicieron amigas rápidamente después de que ambas se inscribieran para formar parte de la cooperativa de aceite de cacahuate, uno de los varios proyectos generadores de ingresos de la aldea que el socio de ACNUR, la iniciativa de Action pour le Bien Etre (Acción para el bienestar), ayudó a emprender. “Trabajando juntas nos hicimos como hermanas. Fue fácil desde el principio porque compartimos el mismo idioma. Compartimos nuestras alegrías y nuestras penas. Estamos en comunión”, señala Hamsou.

Dos mujeres ríen juntas en una pequeña colina.

Jamilla (a la derecha) y Hamsou se hicieron amigas rápidamente después de unirse a la cooperativa de cacahuates.

Los refugiados traen oportunidades

Maradi está a solo 47 kilómetros de Nigeria y las ciudades y pueblos hausas, que se extienden a ambos lados de la frontera, siempre han comercializado. Pero desde mayo de 2019, la región se enfrenta a una afluencia de personas refugiadas procedentes del noroeste de Nigeria, quienes huyen de saqueos, ataques y secuestros por parte de pandillas armadas.  

Jamilla recuerda el día de julio de 2019 en que su aldea, en la región de Sokoto, fue atacada. “Era mediodía cuando los bandidos entraron en nuestro pueblo. Yo estaba en mi tienda atendiendo a un cliente. Huimos sin que nos diera tiempo a ponernos los zapatos. Un vecino me ayudó a cargar a los niños”, recuerda. “Mataron a siete personas y se llevaron a chicas jóvenes del pueblo”.  

Después de dormir en el monte y caminar durante un día, Jamilla se reunió con su esposo y juntos cruzaron la frontera. 

Un hombre y una mujer sentados en una colchoneta con un niño pequeño en brazos.

Jamilla con su esposo Salissou Adamou y el menor de sus tres hijos, en su casa de Garin Kaka.

En la actualidad, Níger acoge a 300.000 personas refugiadas, la mayoría procedentes de Nigeria, pero también de Malí y Burkina Faso, lo que supone un gran reto para un país que es uno de los más pobres del mundo en términos de ingresos per cápita. Pero algunos líderes locales han visto la afluencia como una oportunidad.  

“La llegada de las personas refugiadas ha cambiado nuestras condiciones de vida”, asegura Mohamad Yakouba, Jefe de Garin Kaka, quien aceptó las reubicaciones. “El pueblo ha duplicado su tamaño. Antes había aquí 7.000 personas; no teníamos centro de salud, y una escuela muy pequeña, solo dos clases. Con la llegada de las personas refugiadas, tenemos un centro de salud y nuevos salones de clase. También tenemos suministro de agua, cosa que antes no ocurría”. 

Un hombre transfiere cacahuates de un saco grande a otro más pequeño mientras otros observan.

Jamilla y Hamsou compran nueces molidas a un mayorista cerca de la ciudad de Maradi.

Los jefes de las aldeas vecinas advirtieron a Mohamad de que los refugiados traerían problemas, pero aparte de pequeñas disputas vecinales, como el pastoreo de ganado en campos ajenos, “todos están felices”, comenta.  

“Quien quiera quedarse en Garin Kaka puede hacerlo. Si piensan construir una casa aquí, formarán parte del pueblo. Incluso mi hijo se ha casado con una refugiada”, añade riendo. 

Escasos medios de vida

De regreso a la cabaña de tostado de cacahuates, Jamilla, Hamsou y su equipo trabajarán toda la tarde para extraer 22 litros de aceite refinado de los 80 kilos de cacahuates que recogieron de un productor del pueblo vecino. “Es un aceite que se vende fácilmente porque es de buena calidad y saludable”, explica Jamilla.  

El dinero de las ventas del aceite se ingresa en un fondo colectivo que se distribuye equitativamente entre sus integrantes, que son 16 mujeres refugiadas y cuatro de la comunidad de acogida.

Una mujer vierte aceite en un gran recipiente de metal.

Hamsou enfría el aceite de cacahuate que ella y las demás mujeres han pasado toda la tarde extrayendo de los cacahuates.

Pero la vida no es nada fácil en esta región del Sahel, donde las temperaturas aumentan 1,5 veces más rápido que la media mundial, de acuerdo con el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático. Barridas por vientos arenosos, las temperaturas alcanzan a menudo los 40° Celsius en esta época del año, lo que hace casi imposible la agricultura. Tanto la población local como la refugiada se enfrentan a luchas similares para encontrar trabajo y alimentos suficientes. “Ahora me siento segura, pero la vida es dura”, confiesa Jamila. “Mi esposo no tiene trabajo y hay poca actividad económica. La ayuda que recibimos es muy pequeña”. 

Cada persona refugiada en las aldeas de oportunidad recibe una ayuda mensual en efectivo de 3.500 CFA (5,90 dólares USD) por parte del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU. La cantidad, que se ha reducido desde los 5.000 CFA (8,42 dólares USD) del año pasado debido a la escasez de fondos, apenas alcanza para comprar alimentos, por no hablar de otros artículos de primera necesidad, afirma Jamila.  

Cuatro mujeres recogen cacahuates de un recipiente y los introducen en un horno.

Jamilla Oumaru (a la izquierda) y otras integrantes de la cooperativa transfieren cacahuates a un horno artesanal para su tostado.

A las cinco de la tarde, el sol sigue abrasando y Jamilla se ha reunido con Hamsou a la sombra de su patio, donde juegan los 10 hijos de Hamsou. “A veces nos reunimos al final del día para platicar”, cuenta Hamsou.  

Aunque extraña su país, Jamilla es realista sobre las perspectivas de volver a casa en un futuro próximo: “Por supuesto que me gustaría volver a mi pueblo, pero todavía no hay seguridad. Si es necesario, me quedaré en Garin Kaka sin preocupaciones. Ahora he hecho amistades aquí”.