La frontera húngara, última barrera para quienes huyen de la guerra
La frontera húngara, última barrera para quienes huyen de la guerra
SUBOTICA, Serbia, 17 de diciembre de 2014 (ACNUR) – Asadullah es un afgano de 23 años capaz de disimular su situación tras una sonrisa franca. Escondido en una fábrica de ladrillos abandonada, espera cruzar de manera irregular la frontera húngara y alcanzar a su destino final, Austria.
"Tenemos que ser positivos", dice temblando de frío. "Si no, no podremos continuar".
El viaje ha sido tortuoso. Días y noches interminables, a veces a pie, a veces a caballo, para pasar de Afganistán a Irán y cruzar Turquía, Grecia y la antigua república yugoslava de Macedonia hasta llegar a la ciudad serbia de Subotica, prácticamente a dos pasos de Hungría.
Dice que ha visto morir al menos a veinte compañeros de ruta cuando trataban de cruzar las distintas fronteras. A Asadullah una vez lo capturaron y estuvo nueve meses detenido, pero nunca perdió la esperanza de que los traficantes que le cobraron 4.500 dólares por este trayecto lo llevaran hasta Austria.
Asadullah es uno de los cientos de miles de migrantes y solicitantes de asilo que este año han llamado a las puertas de Europa. Algunos huyendo de las persecuciones y otros simplemente para buscarse la vida, pero casi todos caen en las redes del tráfico de personas. El joven afgano cuenta que un grupo de sirios había partido hace pocas horas de la fábrica de ladrillos hacia Hungría.
"Como las posibilidades de acceder de forma regular y segura al asilo y a la protección son limitadas, los solicitantes de asilo arriesgan sus vidas poniéndose en manos de traficantes", dice Sumbul Rizvi, especialista de ACNUR en materia de migración mixta. "Los países deben defender sus propias fronteras sin olvidarse de que tienen la obligación de asegurar la entrada y la protección a la que tienen derecho los solicitantes de asilo que han huido para salvar sus vidas".
Los inmigrantes y refugiados que aspiran a entrar a Europa por el norte de África o por Oriente Medio no ignoran que en las trágicas travesías por el Mediterráneo han muerto este año miles de inocentes. "No podemos dejar que el Mediterráneo se convierta en un gigantesco cementerio", clamó el propio Papa Francisco.
Asadullah es licenciado en informática. Su esposa y su hija de nueve meses se quedaron en Afganistán. Para pagar a los traficantes, que recibirán el dinero cuando Asadullah entre sano y salvo en Austria, la familia tuvo que vender su tierra.
El tramo de bosque entre los puestos de frontera húngaro y austríaco se conoce como la "frontera verde". Las autoridades húngaras lo vigilan con cámaras durante el día y con sensores térmicos de noche. Afirman haber capturado recientemente a 37 inmigrantes que viajaban escondidos en un pequeño furgón. El médico que los atendió piensa que de no haber sido descubiertos, habrían muerto de asfixia.
Al ser capturados, los irregulares permanecen 24 horas en la celda del puesto de frontera. Los que solicitan asilo (alrededor del 86 por ciento) son trasladados a un centro de recepción. Este año Hungría ha recibido unas 35.000 solicitudes de asilo, pero hasta el momento muy pocas han sido aceptadas. Los rechazados pueden ser acusados de entrada ilegal en el país y deportados.
En una celda policial de Szeged, una ciudad húngara a 15 kilómetros al norte de la frontera serbia, ACNUR entrevistó a Ali Alfarhat, un hombre de negocios sirio que dice haber abandonado su casa en la ciudad portuaria de Latakia, controlada por las tropas de Assad, porque no tenía intención de unirse a ninguno de los dos bandos.
Ali llegó a Subotica después de un peligroso viaje por mar, durante el cual los traficantes trataron de hundir el minúsculo bote en el que viajaban y varios pasajeros se ahogaron. Dice que si lo capturan volverá a Subotica para intentarlo de nuevo. Los funcionarios de inmigración húngaros conocen de memoria la rutina: la primera palabra que pronuncian casi todos los migrantes capturados cruzando ilegalmente la frontera es "asilo".
A veces los traficantes engañan a los "clientes" y los abandonan en Bulgaria, por ejemplo, diciéndoles que han llegado a Berlín. Pero cada vez más personas llevan teléfonos con GPS y saben exactamente dónde se encuentran.
"Los traficantes nos dijeron que no debíamos separarnos nunca de nuestros móviles", explica Asadullah. Por eso el joven espera ahora instrucciones sin salir del punto de carga de móviles improvisado dentro de la fábrica de ladrillos abandonada.
Uno de los compatriotas de Asadullah se llama Aminullah y tiene 15 años. Viene de la provincia de Helmand y lleva 5 meses viajando. Dice que quiere ir a Inglaterra y que los talibanes lo amenazaron con usarlos a él y a su hermano como atacantes suicidas.
En invierno el sol se pone muy temprano en esta zona. Aminullah se sube a una pila de ladrillos para mostrarnos una especie de cavidad en la que duerme. No es una cama muy mullida, pero por otra parte aquí nadie piensa en dormir: "Haremos una hoguera y nos quedaremos esperando la llamada de los traficantes".
Por Kitty McKinsey en Subotica, Serbia