Unos niños sursudaneses caminan hacia la libertad en Uganda de la mano de su hermana
Unos niños sursudaneses caminan hacia la libertad en Uganda de la mano de su hermana
CAMPAMENTO DE REFUGIADOS DE BOROLI, Uganda, 4 de septiembre de 2014 (ACNUR) – Yayo Tangko tenía 13 años cuando llegó al campamento de Boroli, en Uganda, a principios de este año junto a sus cuatro hermanos pequeños. La niña tenía también mucho miedo de no volver a ver a sus padres: "Deben de estar muertos, porque si no habrían venido a buscarnos", les decía a los trabajadores humanitarios.
Afortunadamente se equivocaba y terminaron reuniéndose con la madre. Pero los trabajadores del campo quedaron impresionados con la fuerza y la determinación con la que, a finales del año pasado, Yayo había logrado sacar a su hermana y a sus tres hermanos pequeños de Sudán del Sur en medio del conflicto entre las fuerzas del gobierno y los rebeldes.
Cuando los combatientes llegaron a la aldea del condado de Pibor, donde vivía la familia, los padres de Yayo estaban lejos, en el mercado, y los niños fueron arrastrados por la marea humana que desde Jonglei se dispersó en Adjumani y otros distritos del norte de Uganda.
Durante los cuatro días de camino, muchas veces las hermanas tuvieron que llevar en brazos a los más pequeños, demasiado agotados para seguir adelante. Otros refugiados les regalaron comida y los protegieron, hasta que finalmente llegaron al puesto fronterizo de Elegu, desde el que fueron trasladados al centro de tránsito de Dzaipi.
En estas situaciones de emergencia ACNUR y sus socios siempre tratan de localizar a los menores que huyen solos o separados de sus familias. No es difícil perderse en medio del caos de un éxodo, sobre todo para los niños y las personas particularmente vulnerables.
Yayo y sus hermanos llegaron agotados a Dzaipi. Haber logrado salir de la multitud era un alivio aunque la vida en el superpoblado centro de tránsito era dura. A principios de febrero, después de casi un mes, fueron trasladados al campamento de refugiados de Boroli, donde recibieron una lona de Save the Children como refugio provisional.
La Federación Luterana Mundial con sede en Ginebra, otro socio de ACNUR, les asignó un tutor perteneciente al mismo grupo étnico, Kitho, quien les brindó consejos y ayuda. Pero Yayo y su hermana Yotok, de 11 años, tuvieron que crecer de golpe para hacerse cargo de los demás hermanos.
La asistencia de Save the Children y la Federación Luterana Mundial fue vital, pero faltaba comida o había que cocinar a fuego abierto. Y cuando en marzo llegaron las lluvias, la lona no era suficiente para protegerlos y se necesitaba algo más duradero.
Al acabarse las provisiones (sobre todo avena para sopa y legumbres) quedó solamente la generosidad de los vecinos. La primera vez que los entrevistó el personal de ACNUR, en febrero, las carencias eran evidentes. El pequeño Babar estaba comiendo ugali, una especie de sopa de harina de maíz, pero mostraba claros signos de desnutrición.
Un nutricionista de ACNUR les llevó galletas energéticas, ropa y mantas y envió a Babar a la clínica para que recibiera un tratamiento adecuado.
ACNUR y la Federación Luterana Mundial les construyeron conjuntamente un alojamiento tradicional, o tukul, y Save the Children les regaló otra lona, mantas, colchonetas, utensilios de cocina y artículos sanitarios, además de llevarlos a una zona especial para que jugaran con otros niños: "Finalmente nos sentimos seguros, podíamos salir a jugar", recuerda Yayo, quien no dejaba de extrañar a sus padres.
Mientras ACNUR y otros socios, como la Cruz Roja de Uganda y el Comité Internacional de la Cruz Roja (CCRI), trataban de localizar a otros miembros de la familia, Yayo tomó la iniciativa de pedirle a un refugiado que en mayo iba a volver a Sudán del Sur que se llevara a Babur y a Kobrin, de cinco años, y que buscara un pariente que se quisiera encargar de ellos.
Algunas semanas más tarde, en un campamento para desplazados internos de Sudán del Sur, las dos hermanas lograron dar con la madre, Mary. Yayo habló con ella por teléfono y a principios de junio Mary, Babur y Kobrin ingresaron al campamento de Boroli. Se cuenta que el padre está combatiendo como soldado.
Antes los más pequeños participaban en el programa de jardines de infancia de Save the Children, pero Yayo no podía ir a la escuela porque debía ocuparse de la familia. Ahora que Mary ha vuelto llega finalmente para ella la hora de ir a clase.
Una familia que se mantiene unida ayuda a compensar muchas de las dificultades típicas de los refugiados. Por los menos se sienten seguros y si las condiciones del país de acogida lo permiten, hasta es posible pensar en rehacer su vida. En la actualidad viven en Uganda 400.000 refugiados, 137.000 de los cuales proceden de Sudán del Sur.
Por Dorothy Lusweti desde el campamento de refugiados de Boroli, Uganda