La violencia obliga a una familia centroafricana al exilio, una vez más
La violencia obliga a una familia centroafricana al exilio, una vez más
El 13 de enero, Paul se despertó con el sonido de disparos cuando los rebeldes llegaron a Bangui, la capital de la República Centroafricana. Sabía que no pasaría mucho tiempo antes de que llegaran a su vecindario.
“Estaba ocurriendo otra vez”, dijo Paul de 28 años, quien se dio cuenta de que por segunda vez se vería forzado a huir de la República Centroafricana.
Paul ahora se ha unido a cientos de personas en Zongo, un pueblo del otro lado del río de Bangui, en la República Democrática del Congo (RDC).
La inseguridad y la violencia en la República Centroafricana estallaron después de las elecciones presidenciales y parlamentarias del diciembre pasado, cerca de 250.000 personas huyeron. La mayoría de las personas refugiadas, alrededor de 90.000 de acuerdo a las autoridades locales, están en la RDC. Otras han huido a los vecinos países de Camerún, Chad y la República del Congo, mientras que 130.000 personas siguen desplazadas dentro de la República Centroafricana.
La primera vez que Paul y su familia fueron forzados a huir fue en 2014, un año después de que los rebeldes derrocaron al presidente François Bozizé, provocando ataques de represalia y años de violencia brutal en el país.
En ese entonces, Paul se unió a cientos de miles de personas que huyeron de sus hogares. Cruzó el río Ubangui en la frontera entre la República Centroafricana y la RDC, mientras veía horrorizado cómo los barcos sobrecargados se volteaban antes de que la gente pudiera ponerse a salvo.
“Vi cómo la gente moría en el agua”, lamentó.
Paul encontró seguridad en la RDC y pasó seis años viviendo como refugiado en Mole, un campamento en el norte del país. En febrero de 2020, con apoyo de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, decidió regresar a casa con su familia, como parte de un programa de repatriación voluntaria. Paul cruzó el mismo río para regresar a la República Centroafricana, esta vez en calma y seguridad.
“Podía ver a la gente cayendo muerta”.
Por casi un año, Paul y su esposa, Pascaline, mantuvieron a sus cuatro hijos produciendo y vendiendo vino de palma tradicional. Cuando la violencia llegó a la capital esa noche de enero, tuvo temor.
“Podía ver a la gente cayendo muerta. Algunos de ellos eran mis amigos”, recordó Paul.
Para Paul, huir significaba volver a una vida de miedo e incertidumbre. Por algunas noches la familia tuvo que dormir a la intemperie. A Paul le preocupaba que sus hijos se enfermaran. Ellos siempre tenían hambre, pero el sonido de los disparos del otro lado del río impedía que Paul regresara a los campos que dejaron en su país.
“Estas armas siempre hacen estragos en la población”, expresó, mirando tristemente una olla vacía en el piso mientras delgados rayos de luz atravesaban las hojas de palma que forman el techo de su sencillo alojamiento. “Mira cómo tenemos que dormir, con los niños en el suelo”.
ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, está trabajando con el gobierno y socios para reubicar a miles de personas refugiadas en sitios más seguros y mejor equipados, lejos de la frontera. En el pueblo de Modale, cerca de Yakoma en la provincia de Ubangi del Norte, ya está en construcción el primer sitio que puede albergar hasta 10.000 personas refugiadas. Se está identificando un sitio similar de Zongo.
“Cuando la gente viene aquí, no tiene dónde dormir y como estamos cerca del río hace mucho frío”, comentó Tiaani Kawa, oficial de gestión de información de ACNUR en Zongo. “Registramos a unas 1.000 personas diariamente, y luego les damos mantas y otros artículos no alimentarios como mosquiteros y colchonetas para que duerman. La situación aquí es muy precaria”.
ACNUR está tomando pasos para prevenir la propagación de la COVID-19, distribuyendo jabón y cubetas a las personas refugiadas a lo largo de la frontera, ya que la salud y la higiene básica continúan siendo una preocupación importante. Al 8 de marzo, ACNUR y el Gobierno de la RDC habían registrado cerca de 50.000 personas refugiadas recién llegadas de la República Centroafricana desde enero.
Paul ayuda a otras personas refugiadas a construir sus alojamientos y a buscar madera para ganar un poco de dinero para comprar comida.
“Lo que creo en mi corazón es que la paz debe regresar, porque si no hay paz, no hay manera de que regresemos a nuestro pueblo”.