Un viaje épico para salvar a Diana
Un viaje épico para salvar a Diana
Cuando el barco de la marina española entraba en el puerto de Sicilia, pude ver a Diana. Ella permanecía de pie entre los más de 400 migrantes y refugiados que habían sido rescatados cuando trataban de cruzar las peligrosas aguas del Mediterráneo.
Apoyada en los brazos de su hermano, parecía exhausta. Su hermano Abdo y su madre Amal parecían preocupados. Se colocaron al principio de la cola para bajar a tierra los primeros.
Diana nació hace diez años en Siria, con una severa parálisis cerebral. Su familia se embarcó en una embarcación desvencijada y sobrecargada en Libia tras haber atravesado los desiertos de Sudán y Egipto durante casi un mes. Pasaron un día en el mar poco antes de que la Marina española les rescatara.
La madre de Diana, Amal, empaquetó la medicación justa para el viaje. Ella era una madre con una clara misión: Conseguir tratamiento médico para su hija y mantenerla a salvo.
La familia abandonó el campamento de refugiados de Yarnouk –un campamento palestino que acoge a más de 18.000 personas y que frecuentemente es objeto de bombardeos–. El incesante sonido de la guerra estresaba a Diana, lo que, según cree su madre, empeoraba la parálisis y le provocaba más ataques. La frágil situación en Yarnouk planteaba dificultades para conseguir la medicación necesaria para tratar a Diana y la comida escaseaba frecuentemente. La familia tenía que luchar para sobrevivir.
La situación era especialmente dura para Amal, empujada a asumir el rol de madre soltera cuando su marido se marchó a Europa en 2013 con la esperanza de que el resto de la familia pudiera reunirse con él pronto a través de canales oficiales. Pero este verano Amal decidió que no podía esperar más.
Diana, Amal y Abdo están entre las más de 137.000 personas que han cruzado el Mediterráneo rumbo a Europa durante los primeros seis meses de 2015. Un tercio de esos hombres, mujeres y niños son sirios.
La decisión de tener que embarcar a un hijo en la larga y peligrosa travesía para huir de Siria es inimaginable para cualquier padre, pero es incluso más duro cuando los niños tienen un riesgo mayor de enfermar o sufrir heridas durante el viaje.
"Me preocupaba que mi hija sufriera un ataque y no fuera capaz de calmarla", dice Amal. "Cuando le venían los ataques en Siria, me la llevaba al hospital, junto con mi hijo Abdo, donde le ponían una inyección de Valium para calmarla".
Amal prefirió otra forma de alivio para Diana: vídeos de los amigos de su hija, grabados en su teléfono móvil. Esos pocos vídeos fueron el único entretenimiento de Diana durante su travesía a través del desierto que se prolongó más de un mes. La alegría que muestra cada vez que reproduce los vídeos es contagiosa. Incluso empieza a bailar cuando en el teléfono suena una canción que reconoce.
"Me preocupaba que mi hija sufriera un ataque y no fuera capaz de calmarla."
Amal siempre había soñado con tener una niña y quedó en estado de 'shock' cuando nació Diana, con parálisis cerebral. Le tomó años entender las necesidades de Diana y aprender a hacer frente a su situación.
"Sin preguntarle siquiera, sé lo que quiere Diana. Sé si tiene hambre, si está cansada, o enferma", explica Amal. "A ella le suelen doler muchas partes del cuerpo. El estómago, los dientes . . . Yo sé si son sus dientes o su estómago".
El hermano de Diana, Abdo, de 17 años, es también muy protector. Está continuamente pendiente de su hermana y actúa como su guardián. En el desierto, Abdo jugó y entretuvo a Diana, durante la travesía en barco la llevó consigo, en el campamento en Italia bailó y rió con ella. Ahora, aun preocupado por el bienestar de su hermana, todavía sueña con llegar a ser abogado.
Volví al día siguiente a visitar la familia. Habían dormido en una tienda en el Centro de recepción, esperando a finalizar el procedimiento de registro e identificación.
Diana tuvo un ataque esa mañana delante del resto de refugiados. Abdo se la llevó al interior de la tienda, sabiendo lo mucho que Diana odia llamar la atención con sus convulsiones.
"Cuando veo a chicas de su edad jugando, me siento triste. Mi niña no puede jugar."
Le pregunté a Amal qué era lo que más le gustaba de Diana. "Lo cariñosa que es. Ella es tan buena . . . , te besa, juega contigo y hace que la quieras muchísimo".
Diana nos reconoce por nuestra visita del día anterior. Sonríe, nos estrecha la mano y nos invita a acompañar con palmas las canciones que está escuchando en el móvil. A ella le encanta bailar, dar palmas y pasárselo bien.
Amal sabe que no hay cura para la parálisis cerebral, pero quiere que su hija sea vista por especialistas médicos y que pueda ir a la escuela, para mejorar así sus habilidades comunicativas.
"Su tratamiento supone que entienda a otras niñas y juegue con ellas. Cuando veo a chicas de su edad jugando, me siento triste. Mi niña no puede jugar".
Durante los dos días que pasé con esta familia, pude ver el derroche de amor y la unidad que tenían entre ellos.
La última vez que los vi fue en un tren en Sicilia, rumbo a Milán. Les espera un viaje incierto para reunirse con su padre.
Escrito por Warda Al-Jawahiry