Alixandra Fazzina, ganadora del Premio Nansen, enfoca su objetivo en los jóvenes refugiados afganos
Alixandra Fazzina, ganadora del Premio Nansen, enfoca su objetivo en los jóvenes refugiados afganos
ESTAMBUL, Turquía, 27 de enero (ACNUR) – Alixandra Fazzina, ganadora del prestigioso Premio Nansen para los Refugiados en su edición de 2011, ha pasado gran parte de su carrera profesional fotografiando las consecuencias humanitarias de la guerra y, entre ellas, la difícil situación de los refugiados. Ha utilizado parte del premio en metálico que acompaña a la Medalla Nansen para seguir a los niños que se desplazan solos a Europa desde Afganistán.
Cree que la historia de estos niños merece atención porque, sobre todo los chicos, son vulnerables al maltrato y la explotación por parte de las redes de delincuencia.
Fazzina ha recopilado algunas de estas historias en un sitio web especial, denominado "Flowers of Afganistán" (Flores de Afganistán). A continuación ofrecemos una versión editada y abreviada de una de las historias, que refleja la trayectoria de Danesh, un muchacho de 15 años originario de la volátil provincia afgana de Kapisa. Fazzina lo encontró y lo fotografió en un gélido sótano de Estambul, donde él y otros jóvenes trabajan 15 horas diarias cortando pieles de animales para hacer chalecos y luego duermen en una lúgubre habitación. Danesh, que nunca ha ido a la escuela, salió de Afganistán hace cuatro años y se ha educado sobre la marcha. Su objetivo, como el de muchos de los jóvenes afganos que viven en Estambul, es llegar a Europa occidental.
La historia de Danesh:
"Toda mi familia ha muerto y no tengo a nadie. Apenas recuerdo lo que ocurrió porque entonces yo era pequeño. Mi padre, mis hermanos y mis hermanas murieron a consecuencia del impacto y la explosión de un cohete sobre nuestra casa; solo sobrevivió mi madre porque no se encontraba allí en ese momento. Ella se volvió a casar pero mi padrastro murió en combate. Luego, un día, cuando tenía 12 años, iba con mi madre por la carretera hacia el bazar y bajé al río a beber agua cuando vino un camión por el otro lado y la atropelló. Mi madre murió en el accidente.
Un pariente me llevó a su casa y estuve viviendo con él durante algún tiempo… Estaba trabajando en la calle vendiendo cosas, como dulces y calcetines, cuando un extraño se acercó a mí. Creo que era un talibán… y aunque parecía peligroso, me trató con gran amabilidad.
Me dio un arma que parecía un AK47 [fusil de asalto], granadas y un montón de billetes. La primera vez que disparé el fusil me caí, pero lo único que me dijo el hombre es que tenía que ser más fuerte. Yo era joven y realmente no quería cooperar.
Yo había oído hablar de secuestros de niños, e incluso muchos de ellos fueron secuestrados cerca de mi casa. Mi tío me contó en una ocasión que los secuestraban para robarles los órganos, por ejemplo, el estómago y el corazón, y que muchos adolescentes eran secuestrados y entrenados para combatir contra el Gobierno.
Mi pariente se enfadó y me dijo que tirara las armas y todo lo demás y después me prohibió salir del patio, así que estuve allí sentado dos meses como si estuviera preso. En ese tiempo la guerra se calmó un poco y, cuando los ataques se espaciaron durante unos días, me ordenaron marchar con una familia que se dirigía a Irán.
Una noche, llegó un coche al pueblo y me enviaron con el marido, la mujer y sus tres hijos. Llegamos a Kabul y desde allí tomamos autobuses a Kandahar y Nimroz, en Afganistán Sudoccidental… En Nimroz, dormimos en un mosafer khana [pensión], pero, cuando me desperté a la mañana siguiente, la familia se había marchado. Me quedé allí dos noches más, ayudando al dueño a fregar los platos, pero luego me pidió dinero, me abofeteó en dos ocasiones y me dijo que me marchara. Estaba sentado en la calle llorando cuando alguien me preguntó por qué estaba tan apenado y le conté mi historia. El hombre se llamaba Nik y me dijo que podía ir a Irán con él.
Cruzamos la frontera con un numeroso grupo de viajeros y pasamos una semana atravesando las montañas. Unas veces los aldeanos nos daban comida por el camino y otras veces Nik tenía que transportarme. Cuando llegamos a Zaidan, una familia afgana muy amable nos dio alojamiento y nos mostraron una guía que podía sernos útil para proseguir el viaje.
Tardamos entre siete y ocho días en llegar a Bandar Abbas [en el Golfo Pérsico]… A los tres meses, Nik me dijo de repente que nos marchábamos a Teherán, pero cuando íbamos a tomar el autobús la policía nos detuvo… En la cárcel nos separaron y a mí me llevaron a un lugar destinado a los menores de 18 años, pero Nik dijo que yo era su hermano y yo dije que él era mi hermano y a las dos semanas nos soltaron.
Cuando llegamos a Teherán yo no podría trabajar porque era menor, pero empecé a trabajar ayudando a construir paredes de ladrillo en una obra. Entonces Nik decidió regresar a Afganistán y me quedé solo otra vez. Encontré trabajo en una frutería en el bazar, en la que ganaba 100 dólares al mes. Solicité una tarjeta de refugiado, pero antes de conseguirla la policía me detuvo de nuevo y me golpeó.
Durante estos dos largos años crecí, vi a otros afganos llegar y marcharse y gané dinero. Vi a muchas personas llegar como enjambres de hormigas y partir a Europa… Un día conocí en el mercado a un muchacho llamado Abdul que tenía pensado partir para Francia. Confié en él y, dado que había logrado reunir unos 700 dólares, estaba convencido de que iríamos a Turquía juntos. Los agentes nos pedían 1.100 dólares, así que acordamos que alguien en Teherán guardaría mis ahorros y, cuando yo llegara a Turquía, me entregaría el dinero y yo pagaría el resto en cuanto encontrara un trabajo. Pero me engañaron.
Cuando llegué a Van [en Turquía Sudoriental], los traficantes me tuvieron encerrado 10 días y me dijeron que tenía que pagar todo el dinero y los gastos de estancia. Me confinaron en un sótano sin ventanas… Después, para presionarme aún más, me encerraron en otra habitación subterránea muy fría y húmeda y empezaron a golpearme.
Tuve suerte porque Abdul consiguió hablar con los secuestradores y les convenció de que yo era de fiar y que les pagaría en cuanto ganara dinero. Los agentes me llevaron a Ankara y me pusieron a trabajar durante un mes hasta que les pagué lo que pude, pero todavía les debo dinero. Cuando me pusieron en libertad me dirigí a Estambul y, hace un mes, encontré trabajo en esta kargah [fábrica], cortando pieles por unos 200 dólares al mes.
Muchas personas me aconsejan que tendría un futuro mejor en Europa y que muchos otros ya se han ido. Estoy pensando en devolver primero el dinero que debo a los traficantes y luego empezar a ahorrar para la siguiente etapa de mi viaje… Algún día me gustaría parar y disfrutar de una vida segura y tranquila sin aventuras. A los 17 años lo que me gustaría sería establecerme en algún lugar de Europa".
Por Alixandra Fazzina