Una nueva vida e identidad para una niña afgana obligada a vivir como un chico
Una nueva vida e identidad para una niña afgana obligada a vivir como un chico
HERAT, Afganistán, 26 de septiembre de 2005 (ACNUR) -- Sólo tiene 16 años pero ya ha vivido toda una vida de penurias. Anita*, una joven afgana hija de unos refugiados en Irán, se vio obligada de forma prematura a asumir unas responsabilidades propias de adultos y a dejar atrás su vida de niña.
Cuando Anita tenía apenas ocho años, su padre drogadicto, que había huido de la guerra civil de Afganistán en 1983, comenzó a insistir en que debía buscar un trabajo para ayudar a la familia. Puesto que las niñas no podían trabajar, Anita fingió ser un niño y empezó a trabajar como obrero en la construcción.
"Durante esos años dejé de sentirme como un ser humano, y olvidé que era una mujer", recuerda sentada en su nuevo hogar en la ciudad afgana de Herat. "Dejé de ser la pequeña Anita para convertirme en Dash Reza (Hermano Reza). Trabajé como un chico entre los muchachos, y viví durante años en la misma habitación junto a ellos".
Pronto se convirtió en la única fuente de ingresos para su familia, al tiempo que cuidaba de su hermana pequeña y de su hermano. Su padre se quedaba con todo el dinero que ganaba, y la pegaba si volvía a casa con las manos vacías.
A medida que Anita se fue hacienda mayor, su padre empezó a buscar nuevas formas de sacar beneficios de su hija.
"A los 14 años mi padre me obligó a casarme con un hombre mayor que le había dado dinero. Estuve casada durante un año, y mi vida era aún peor que en casa de mi padre. Cuando huí, mi padre no me aceptó e intentó obligarme a volver a casa de mi marido".
Anita decidió abandonar su casa y tratar de valerse por sí misma. Se llevó a su hermana pequeña con ella, temiendo por lo que le podría pasar si la dejaba allí.
"Después de huir, viví en un hotel con mi hermana. Las dos nos vestíamos con ropa de hombre porque las mujeres no pueden alojarse solas en hoteles".
Pese a sus precauciones, las dos hermanas fueron identificadas como afganas por agentes de la ley iraní, y como no tenían los documentos necesarios, fueron devueltas a Afganistán.
En la frontera, donde el personal de la Agencia de la ONU para los Refugiados y el Ministerio afgano de Refugiados supervisa las llegadas con el objetivo de ayudar a los repatriados más vulnerables, se identificó que las dos menores no acompañadas necesitaban asistencia.
A los residentes en el refugio se les enseñan conocimientos básicos como a leer y a escribir, así como formación en corte y confección, además de ofrecerles atención psicológica. Las trabajadoras sociales conviven con estas mujeres y niñas vulnerables, ya que debido a las experiencias traumáticas por las que han pasado, necesitan tiempo para desarrollar seguridad y confianza.
La historia de Anita se parece a la de otras mujeres afganas que huyen de la violencia. Dentro del país no existen muchos programas de asistencia para ayudar a las mujeres solteras repatriadas a reintegrarse en sus antiguas comunidades, y los esfuerzos para combatir la violencia contra las mujeres están todavía en una fase inicial.
Durante los 18 meses que pasó en el refugio, Anita escribió sobre su experiencia y se le animó a desarrollar sus habilidades para la pintura. Ahora trabaja para una agencia de ayuda humanitaria, e ilustra los materiales que usan los niños sordos en una escuela cercana. Además ha terminado un libro llamado "Tolo" o "Amanecer", que espera que pronto se publique.
"Durante el tiempo que viví en el refugio, empecé a entender mejor quien era yo misma. Me ayudó a cambiar, pasé de ser un falso chico a ser una chica. Mi hermana por fin ha dejado de llamarme 'hermano'".
* Nombre falso por motivos de seguridad.
Por Fayaz Siddiqi en Herat, Afganistán